Random

A mí alguien me tiene que explicar la movida de subir a Instagram una ristra de fotos juntas sin ningún sentido ni relación entre ellas. No sé en qué consiste esa miscelánea absurda. Este tipo de publicaciones las suelen hacer un prototipo concreto de influencer, un influencer que se las quiere dar de bohemio e intelectual, una mezcla ‘jipija’, el target de esas marcas de ropa que venden por medio riñón una chaqueta vaquera destrozada con un girasol a la espalda. Uno de esos creadores de contenido que enciende una vela, posa una copa de vino blanco sobre la mesa, abre un libro, normalmente uno de poesía de ésta con muchos espacios entre versos, que tenga la ilustración más atractiva que haya visto en el FNAC (preferiblemente la silueta de una mujer de espaldas con las manos en el cuello) y cuelga una foto con filtro vintage y pone los emoticonos esos de las dos manos haciéndole al muñeco amarillo un masaje en la cabeza.
A mí alguien me tiene que explicar por qué tiene 50.000 me gustas una foto de una bici amarrada a una farola, seguida de un café con dibujitos de espuma, seguida de una máquina de escribir, seguida de un ramo de flores, seguida de un perro meando en una esquina y culminada con una imagen del genio o la genia que ha ideado esa sucesión de instantáneas con unas gafas de sol que le daría cosita ponérselas a Ava Gadner y un abrigo rollo muñeco michelín donde caben el medio millón de seguidores que tiene. “No, es que es random” “No, es que es aesthetic”. No, perdona, lo que es es una copia barata del primero de los carajotes al que se le ocurrió subir cosas sin sentido. Enhorabuena, amigos, habéis descubierto el surrealismo.
Este tipo de gente me da un poco de coraje porque son los típicos que te venden esta reinvención de lo absurdo como un ejercicio humilde y artístico ante el imperante narcisismo y la cultura de cuerpos perfectos que abunda en Instagram. Lo de siempre, un colectivo de auténticos superficiales buscando caso y aprobación, no los juzgo por ello, de una manera u otra es lo que hacemos todos, pero ellos lo hacen en nombre de la humildad. Piensan que el arte se tarda en hacer el tiempo que ellos tardan en sacar seis retratos, o lo que es lo mismo, el rato que les dura su cafelito del Starbucks. Creen que todo se soluciona con una publicación en sus stories de una viñeta posteada por una cuenta que explica con ilustraciones el hambre en África, las bondades de la ley trans, o lo caro y lo chungo que tenemos los jóvenes el acceder a la vivienda.
Todo rápido e instantáneo, todo fácil de digerir. Subirse a una moda, bajarse de otra. Estar tan tranquilo que pareciera que estás agobiado. La revolución es pintarse las uñas de colores si eres un tío hetero, decir que después de mucho tiempo te has dado cuenta de que lo importante es aceptar tu cuerpo si eres tía, comer comida bio y patalear si Pérez Reverte o Ayuso dicen algo de los jóvenes. Estamos muy perdidos, somos esa nada que representa esa sucesión de fotos sin relación alguna, pero que por algún motivo nos parece guay. Lo tenemos todo tan claro que no nos molestamos en preguntarnos y en dudar. Preferimos mirar hacia los lados, ver qué dice nuestro vendedor de crecepelo favorito y a partir de lo que él exprese ya formar nuestra opinión. Me flipa que todo el mundo tenga tan clara la solución para temas como la ley trans, que alguien, por muy progresista que sea, no necesite pararse a sopesar y a mirar lo que dicen los médicos y terapeutas acerca de que un menor de edad tome una decisión tan determinante, me encanta lo raudos que salimos los jóvenes a defender a la juventud cuando un señor mayor dice que somos unos blandengues. Está de lujo todo ese discurso acelerado y precocinado, esos tuits, trends y posts. Está todo del carajo, pero lo siento, aquí estoy con Reverte, aunque difiero en cosas de lo que dijo, ¿sabéis por qué? Porque analizó desde el conocimiento, porque es un tío de otra generación que ha hecho una inmersión en las redes sociales y ha estudiado los comportamientos. Para mí, tenga o no tenga razón, su opinión tiene más valor que la de un jipi que me diga que la ley trans es buena sin habérsela leído o que me diga que Reverte es un mindundi sin saber si quiera lo que ha dicho. Hagamos fotos con sentido y criterio, no nos limitemos a sacar imágenes borrosas que nos definan como flojos. No utilicemos ‘random’ como el maldito comodín de la ignorancia.