Prometer hasta meter, y una vez metido…
El Diccionario de la lengua española define mentira como «Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente». No voy a entrar en cuestiones sobre lo pertinente de dar preferencia a este diccionario sobre los demás, ni tampoco sobre lo conveniente de la existencia de la Academia en sí —hay países, notablemente los de habla inglesa, que no tienen academias de la lengua—, voy a centrarme solamente en el hecho de mentir.
La mentira está de moda. Todo el mundo habla de ella porque los representantes políticos de los ciudadanos la usan con el mayor desparpajo. Los embustes que sueltan casi a diario, cada vez que hablan en público, han producido cambios históricos nada desdeñables. Podría citar a políticos así en todos los gobiernos del mundo, pero me he propuesto escribir este artículo sin nombrar a nadie. Pueden imaginar al político que quieran, ponerle cara, que seguro que en sus declaraciones podemos encontrar engaños, invenciones y falsedades. Llega un momento de la infancia en el que las personas se dan cuenta de que solo con la mentira pueden prosperar, y hacen uso de ella como el que usa muletas, sin pedir permiso a nadie. Cuando se ven acorralados difunden patrañas, infundios, falacias, lo que haga falta para sobrevivir, y se quedan tan panchos, o mejor, respiran aliviados. Lo más curioso de todo esto es que todavía hay personas que los creen, que son incapaces de identificar las calumnias, las ficciones, los enredos. Precisamente de esa incapacidad de muchos, o de una irracional adhesión a unos colores, viven estos farsantes, simples falsificadores, capaces de novelar la realidad para hacérnosla ver como a ellos les conviene y seguir en el puesto de mando, manejando el país. Gracias a los cuentos que nos cuelan consiguen seguir con esos sueldos y esas dietas que ofenden la realidad de tantas personas que no llegan a fin de mes, o que incluso viven en la calle, apoyándose en esas trolas llegan al asiento que ansiaban y luego viven con una pensión que centuplica la de las personas honestas, que han pasado toda la vida laboral sin necesidad de soltar esas bolas de cuidado, sobreviviendo quizá a base de pequeñas engañifas —ha sido imposible llegar hoy a tiempo: había un atasco bestial o he tenido que llevar a mi madre otra vez al hospital—, pero jamás resultando tan mendaz y definitivo como para torear a millones de votantes y torcer la suerte de un país. Si vivimos en Argentina, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Perú o Uruguay podemos decir de nuestro presidente que vaya guayabas que suelta para seguir en la poltrona, que es un acostadote, o también en algunos de esos países, y en otros americanos más, que los políticos son deshonestos porque no dejan de platicar para hacernos escuchar macanas, papas (solo en México), boletos, camotes, chivos (estos dos solo en Chile), mulas, pajas, paquetes, abulencias, aguajes (estos dos solo en República Dominicana), copuchas (solo en Bolivia), globos (solo en Cuba), guashpiras (solo en El Salvador), guayolas (solo en Nicaragua) y jetonadas (solo en Costa Rica).
Toda esta preciosa información, y muchísima más, está contenida en el Diccionario de la Lengua Española. En su lectura podemos refugiarnos para huir de la realidad cotidiana, sobre todo de la actualidad, la gran mayoría de ella fundada en hechos luctuosos, muy desagradables, o en las actuaciones de los mendaces políticos. Además, tenemos a nuestra disposición el Diccionario Histórico de la Lengua Española, publicado por la misma institución, una obra admirable, redactada a base de erudición y conocimientos de todo tipo. Pero volvamos a la mentira. Pronto se elegirá un nuevo presidente del gobierno en los Estados Unidos, aún el país más poderoso de la tierra con el permiso de China. Uno los dos candidatos es un político, más que nada un empresario que busca mayor prosperidad para sus negocios, que ha hecho del engaño su seña de identidad. Por una vez me gustaría ser estadounidense y poder votar para apoyar al otro candidato, una mujer por fin, que también dirá mentiras, pero, al menos, inspira confianza. Ahora me vienen a la memoria unas palabras de ese poeta sevillano de apellido portugués que tantos corazones heridos ha confortado con sus libros: «¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela».
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.