Pornovenganza

Ver tu cara en una película porno. Esto es lo que les ha pasado a no pocas personas. Tras entrar en Internet desde su ordenador, o desde su teléfono móvil, y tras darle al play, apareció en la pantalla una persona con su fisonomía practicando sexo. Ante la sucesión de escenas repiten una y otra vez no soy yo quien está ahí. Yo nunca he participado en una grabación de esta clase. Y es cierto, pero poco importa. Si alguien sabe mucho de ordenadores y manipulación de imágenes y quiere joderte la vida, lo puede hacer. Es cuestión de tiempo y paciencia por parte del operador, y de cumplir un par de requisitos para ser víctima de tan violenta acción.
Deep fake se llama el asunto. Videos hiperrealistas en los que crees estar viendo a una persona que en realidad no es, es falso. Informa una periodista por la radio que el número de estos videos se duplica cada 6 meses, que a día de hoy acaparan más de 130 millones de visualizaciones, y que el 90% son pornografía creada por inteligencia artificial y sin el beneplácito de las personas afectadas. Llegados a este punto, podemos decir que los lectores de esta página (suponiendo que exista alguno) pueden estar tranquilos. Y decimos lectores y no lectoras (suponiendo que exista alguna) porque, como señala la misma periodista, las víctimas de estas grabaciones falseadas que corren por redes sociales con el objetivo de dañar la integridad moral y el honor, y de paso humillar públicamente, suele ser una mujer.
Pornovenganza. Sabemos de mujeres que han sufrido y sufren el hecho de ver cómo un momento íntimo de su vida ha sido expuesto a la luz pública sin su aprobación. Decidieron hacer una grabación junto a su pareja, amante o amigo y, tiempo después, ya rota la relación, el hombre la divulga. A eso lo llaman pornovenganza. Le ocurrió a una joven italiana de treinta años que, tras difundir su expareja un video sexual donde ella aparecía, se suicidó. Su ex se encargó de hacer públicas las imágenes a través de WhatsApp, imágenes que llegaron a algunas páginas web. Y algo semejante le ocurrió a otra mujer, ya madre y casada, la cual se quitó la vida tras soportar durante meses el hecho de que un anterior novio difundiera un video que ambos grabaron lo menos diez años atrás. Lo divulgó entre los compañeros de trabajo de su exnovia, y esa grabación, durante largo tiempo, fue pasando de un teléfono móvil a otro.
Me gustó nada más verla. Morena. Delgada. Sonrió al cruzarse nuestras miradas. Ocurrió una noche de invierno de hace ya más de veinte años, durante un botellón, cuando el botellón se hacía en esa placita situada entre la Rehoya y el Mesón del Duque. Nos cruzamos por segunda vez en la discoteca ECU. Volvió a sonreír, devolví la sonrisa, y una de sus acompañantes se acercó para decirme le gustas mucho a mi amiga y dice que le gustaría quedar un día contigo para ir a la Pizzería San Pedro y conoceros. Hoy, recordando aquella sonrisa, me pregunto hasta cuándo el machismo va a seguir controlando la sexualidad de las mujeres. Hasta cuándo los hombres vamos a poder tirarnos todo lo que se nos ponga por delante y pregonarlo a los cuatro vientos, mientras ellas, para ser consideradas “decentes y respetables”, deben ocultar su deseo y las ganas de disfrutar de su cuerpo. Hasta cuándo el goce y el placer serán atributos positivos del erotismo masculino, y negativos para nuestras hermanas, amigas, vecinas, compañeras de trabajo o estudios…, para todas. También me pregunto si llegará el día en el que se aplique la misma vara de medir tanto para la mujer como para el hombre en todo lo relacionado con la sexualidad. Porque, en este momento, no recuerdo de ningún caso en el que un varón heterosexual metiera el cañón de una escopeta en su boca y después apretado el gatillo tras saber que por las redes circula un video en el que aparece follando con una o varias mujeres. O que aparezca colgado de un olivo. O hecho pedazos tras ponerse delante de un tren en marcha. No. La prensa informa sobre mujeres -y algunos hombres homosexuales- que sí deciden quitarse la vida tras ver rota y exhibida por otros su intimidad sexual. Pero los heterosexuales machotes, para qué. Sería de muy imbécil quitarse la vida por algo de lo que poder presumir y la compañía aplaude.
Deep fake. Pornovenganza. Palabras que he ido estudiando y utilizando en mis trabajos sobre Feminismo. Tareas en las que, línea tras línea -como ocurre mientras escribo este artículo- he vuelto a ver tu sonrisa. Y es que, como quizás tú también recuerdes, nunca fuimos a la Pizzería San Pedro, ni a ninguna otra. Aquella noche, mientras bailabas con tus amigas en la pista, mis amigos -con el cuarto cubata de la jornada en la mano- me ponían al tanto sobre tu excesivo gusto por el Larios con Coca Cola, y tu facilidad para liarte con un tío distinto cada fin de semana en los reservados. También me informaron sobre que, más de un domingo y más de dos, a punto de amanecer, te habían visto dentro de un coche en el polígono. El de la discoteca de verano. Y acompañada por uno de Gilena.
No es trigo limpio, decían. Para ese momento, lleno de rabia, yo ya salía junto a mis colegas hacia La Bolera para echar unas partidas en el futbolín. Y allí pasé el resto de la noche, jugándome los cuartos en un incansable pierde-paga, sin poder imaginar que, veinte años más tarde, te pediría disculpas desde un periódico digital. Disculpas por mi repugnante comportamiento. Por ser tan imbécil y tan cabrón contigo -y con otras mujeres en noches posteriores- exigiendo unos “requisitos” que yo nunca he estado dispuesto a practicar. Por no saber apreciar y aceptar aquella pizza que me ofreciste para conocernos. Conocernos y, quién sabe, con el consentimiento de ambos, disfrutar juntos de algún que otro amanecer de domingo entre sonrisas.
Álvaro Jiménez Angulo
Foto: Unsplash
