Por mis santos cojones


Siempre que pienso en gente testaruda, o me doy coraje viendo como yo mismo puedo llegar a ser un zoquete de envergadura, me acuerdo de un chiste que contaba “el Risitas”, que en gloria esté. Relataba, que había dos compadres en un bar, y después de varias horas tomando vinos, tocaba pagar la cuenta. Como ninguno se decidía, el camarero al verlos porfiar, les propuso lo siguiente: sacó dos cubos de agua, ambos debían meter la cabeza, y el que primero la sacase, pagaba la cuenta. Se ahogaron los dos.
Y tú, ¿cuántas veces has llegado a extremos imposibles por tener la razón o sentirte en poder de la verdad? ¿Cuánto de importante es para ti que los demás reconozcan que estabas en lo cierto? ¿Sientes una victoria cada vez que las cosas se hacen a tu manera solo porque eres así y así lo decides?
Voy a darle un vuelco a tu cerebro; si eres así, la mayoría de las veces que te sales con la tuya, no es porque seas más listo ni más seguro que nadie, sino porque enfrente, tienes a alguien con más inteligencia emocional que tú.
Todos conocemos a la típica persona que te lleva la contraria por todo. A lo mejor, tú has hecho un comentario solo por el placer o el compromiso de participar en la conversación, pero esta persona, a la mínima discrepancia, está consultando el smartphone y abriendo Google para buscar evidencias que sirvan para darte un zasca y rebatir tu opinión… << escúchame, ni te molestes, lo que tú digas bien está, que a mí en verdad me la refanfinfla saber cuál sería mi peso en la luna >> ¡Qué pereza por favor!
Seguro que esto que viene a continuación también te ha pasado, a mí alguna que otra vez, y créeme, me doy tela de coraje cuando soy tan gilipollas:
Te encuentras discutiendo con alguien y defendiendo tu postura con uñas y dientes. Te matan, y estás al doscientos por cien segura de que estás en lo cierto. Te atreves incluso a lanzar una apuesta, juras y perjuras por tus hijos y por tus difuntos abuelos para darle más empaque y plausibilidad a tu posición. Pero de pronto, ¡la hemos liado!, te recorre un escalofrío cuando un repentino clic te hace darte cuenta de que, a pesar de tu énfasis y arrojamiento, estás equivocada y es posible que lleve razón la otra persona. ¿Qué haces entonces? ¿Te retractas y te disculpas de inmediato con la otra parte? ¡Nahhh¡ ¡Eso es de mediocres y de gente sin personalidad! En su lugar, te enrocas, guardas silencio, y si te tocan los cojones, lanzas un contrataque y te enfadas por otra cosa.
Ten en cuenta que la memoria puede resultar extremadamente maleable, llegando incluso a crear recuerdos de cosas que nunca llegaron a suceder. Por eso, piénsatelo dos veces antes de jurar por tus seres queridos, porque no siempre que estés convencido de algo, tienes que estar necesariamente en poder de la verdad. Ceder de vez en cuando, bajarse a la lona, y no querer salirte siempre con la tuya, puede resultar muy saludable.
¿Cuántas cosas te has perdido por cabezota? ¿Cuántas horas de silencio con las personas que más quieres te ha supuesto tu terquedad? ¿Cuántos momentos bonitos junto a tu pareja se han estropeado por no saber bajarte del burro a tiempo? ¿Te gusta ser así? Posiblemente NO, pero tampoco lo puedes ni lo sabes evitar. La vida te ha dado esa dureza en tu personalidad, y te obliga a mantener un patrón rígido de principios que te hacen parecer inquebrantable. En base a ello, cumples a rajatabla con un check list inflexible y ultra exigente de cosas que te resultan intolerables y por las que no vas a pasar. Con esto, diseñas la armadura que proyecta una imagen robusta y consistente ante los demás, pero en realidad, tienes más dudas e inseguridades de las que puedes reconocer. Te cuesta perdonar y pedir perdón, olvidando que somos seres falibles e imperfectos por naturaleza, y que tú mismo, decepcionarás a alguien en los próximos meses casi sin ser consciente de ello, porque si, porque forma parte del juego, y porque en el fondo, no es tan dramático ni terrible.
¿Tendrías tantos dogmas estrictos si no tuvieses una imagen social que te has empeñado en mantener? ¿Actuarías igual si vivieses en una isla desierta y supieses que nadie te juzga ni te evalúa? ¿Serías igual de ruda y cabezota con alguien importante para ti en sus últimos días de vida? ¿Consideras que cuando seas una persona anciana te sentirás orgullosa de las cosas que te has perdido por tu terquedad? Piensa y reflexiona sobre esto, y explora sobre el origen y la utilidad de esos principios rígidos que determinan tu personalidad y marcan tu forma de relacionarte con el mundo. Considera tus autoexigencias, analiza lo que exiges a los demás, y contempla todo lo que te has perdido y te estás perdiendo por testarudo. Es jodido, pero nuestro orgullo puede resultar tan bloqueante y nocivo, que no nos permite ver, que a veces, está doliendo más una pérdida, que la causa que la originó.
Jose Manuel Chirino
Ilustración: Antonio Sarria.
El Pespunte no se hace responsable de las opiniones vertidas por los colaboradores o lectores en este medio para el que una de sus funciones es garantizar la libertad de expresión de todos los ursaonenses, algo que redunda positivamente en la mejora y desarrollo de nuestro pueblo.
