Por la Gloria de mi Madre

Chiquito tiene su semáforo. Su Málaga natal ha querido que sus expresiones, sus chanzas y todo su mundo mágico, estén contenidos en un paso de peatones. Dicen que se trata de un semáforo de pega, o sea que no tiene validez legal alguna, que no deben hacer caso los peatones de sus indicaciones. Deben disfrutarlo y reír todo lo que puedan cuando pasen junto a él. El arte de Chiquito traspasó Málaga y fue adoptado por la gran mayoría de nosotros. Seguro que lo  hemos imitado alguna vez, ya sea con motivo de alguna reunión familiar, en el gimnasio, frente al espejo… Que alguien me diga que no ha dicho aquello de “no puedor, no puedor”, mientras se lavaba la cara por la mañana, o ha hablado en su inglés particular mientras tomaba una cerveza con amigos. Creo que el humor de Chiquito gustó porque ya estaba pasado de moda cuando fue conocido por el gran público, es decir, por todos los que no vivíamos en Málaga. Sin embargo, supo transmitir ternura, cercanía, alegría, como cuando paseas por un mercadillo y te cruzas con vendedores de todo tipo y oyes al pueblo llano. Porque eso era Gregorio, un hombre del barrio que llevaba en su nombre, La Calzada, con el que te podías tomar un café en cualquier momento y eso es una virtud que pocos tienen. Yo propondría una señal parecida en todos los centros de trabajo, donde al entrar o al salir te diera un aviso de los suyos. Seguro que el ambiente laboral de muchas empresas mejoraría. Mejoraría la creatividad y la relación personal entre quienes trabajan en ellas. Por qué no poner nombre a las calles de nueva creación de pueblos y ciudades o en sus equipamientos públicos: Centro de Mayores “No puedo, No puedo”, Avenida del Caballo de Bonanza, Plaza del Fistro Pecador, Calle del Torpedo o de la Guarrerida Española. ¿Se imaginan un Centro del Salud “El Cuerpo Humano? Es posible que sea una ocurrencia, pero no me negarán que sería algo muy nuestro. Gregorio nos hizo la vida un poco más alegre y divertida.

Me cuenta Gaelia que hace unos días oyó a un joven decir que había llegado a la conclusión de que nadie nos enseña a ser mayores. La verdad es que aquella frase tan tajante la dejó  perpleja y pensativa. Comentándolo con ella, admito que nunca me había planteado esa situación porque, en mi caso, todo estaba implícito. La vida de mis padres, de mis familiares, de mis amigos mayores, todas estaban creadas para ir alcanzando hitos en su existencia. No sé si se trata de algo que le ocurre a aquel chico o es algo generalizado que se ha tatuado la juventud, ante la falta de expectativas de muchos de ellos. Chiquito se hizo mayor siendo un niño y nada es imposible. Solamente hace falta tener ganas de vivir y escuchar la voz interior que te habla cada día, mientras te lavas la cara en el espejo y dices, “no puedor”. Porque como dijo Paul Auster en Leviatán, la verdadera vida tiene lugar en nuestro interior.  Es cierto que todos pasamos por encrucijadas en nuestra existencia y en ocasiones debemos elegir entre A o B, sin poder retroceder. Algunos dicen que ése es el tren que pasa y tienes que subirte en él. Creo que eso es hacerse mayor: asumir el reto de elegir qué camino es el nuestro. Los que peinamos canas, debemos ayudar a los nuestros a que opten por aquello que más les guste, sin cuestionar sus decisiones y acompañándolos mientras estén con nosotros. Cuando alguien nos diga “no puedor”, “no puedor”, tenemos que responder “al ataqueeer” porque todos hemos nacido “después de los dolores” y en ocasiones somos muy “cobarde”. Te lo digo Por la Gloria de mi Madre.

 

© Juan Zamora Bermudo

Fotografía: Daniel Capilla, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Twitter: @gaeliadeideas

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