Poniéndonos al día: “Gladiator II” y “The Brutalist”


Nota introductoria: Quiero empezar pidiendo una breve disculpa. Mi vida ha dado un par de vuelcos, pues os escribo desde la otra punta del mundo, en una experiencia que Jules Winnfield de Pulp Fiction describiría como “vagar la tierra”. Por otro lado, en los dos meses previos al viaje me vi envuelto en la dirección y producción de un nuevo cortometraje. Dirigido y escrito por mí, y realizado junto con mis queridos amigos y compañeros , “Érase una vez en el infierno” se ve ahora mismo en post producción. Pronto sabréis más de esta nueva incursión en lo que es mi máxima aspiración y sueño en la vida.
Por tanto, aquí tenéis las notas de mi cuaderno acerca de los últimos estrenos que he podido ver. Sin más dilación, comencemos:
GLADIATOR II (Ridley Scott, 2024): Os seré conciso, el último rodeo de Ridley Scott no es ni la entretenida sesión que prometía su alocada propuesta ni la digna sucesora de la obra maestra que la precede. Una película que prometía —probablemente— un entretenimiento de mayúsculas proporciones sin escatimar en su valor de secuela innecesaria: un divertimento sangriento y épico y que, de ser así, nos hubiera importado un comino si hacía la vista gorda sobre la predecesora del 2000.
Monos, tiburones, naumaquias, Denzel Washington pasándoselo pipa, y gladiadores envueltos en sangre y arena. Todo suena más atractivo de lo que realmente es. Bueno, y un director detrás de la talla de Ridley Scott. Pero este señor parece haber olvidado sus talentos infundados en Alien o Blade Runner y haberlos suplantado por burdas desfachateces en las campañas de marketing. No hay rastro del gran cineasta que lograba retratar un personaje con el recurso de un único plano (recordad el pájaro en Gladiator), ni de aquel que empapaba de emoción visceral en su acción, o del que cambiaba del más gráfico combate a la lírica más profunda con la facilidad que un niño dibuja un garabato. Ni siquiera hay entretenimiento.
Gladiator II se reduce a un ejercicio soso de una calidad técnica que cumple pero que nunca deja de dar la sensación de perezosa. Si fuera del Coliseo no había nada que rescatar, salvo diálogos redundantes y aburridos que claman ser más profundos de lo que realmente son (los monólogos de Paul Mescal son como el hermano feo de los de Russell Crowe), dentro de él menos. La multi cámara por la que ha optado Scott últimamente —y de la que abusa — ha terminado por convencerme de que no hay explicación alguna más allá de la pura practicalidad (probablemente porque tiene casi 90 años) y la capacidad de rodar gigantescas secuencias con más rapidez. Pero ni así.
Con profunda decepción veía las batallas en la arena, breves y carentes de construcción dramática o de personajes. Con mucha sangre, sí, pero sin visceralidad. Ni siquiera un mísero inserto del Lucio de Paul Mescal congeniando con sus compañeros gladiadores como ya lo hiciese el Máximo de Crowe. Nada.
Una película totalmente vacía que falla en convencer que su realización era digna de ver, y eso que soy partidario de la idea de que ninguna secuela en la historia del cine ha sido necesaria directamente, tanto como que ninguna película lo es en sí misma. Que no es más que un simple eco de una gran película que siempre resonará en la eternidad.
THE BRUTALIST (Brady Corbet, 2025): La película que ha sido rodada en Vistavision, un formato en desuso y proveniente de grandes obras de mitad del siglo pasado, que además ha rescatado del polvoriento olvido la verdadera experiencia de lo que antaño suponía ir al cine (Tarantino ya lo hizo con “Los odiosos ocho”, pero no en las salas de todo el mundo) es, sin duda, la cinta que más ardía en deseos de ver este año.
El trabajo del actor convertido en director, Brady Corbet, está llamado a arrasar en temporada de premios y ha levantado una reacción generalizada de un entusiasmo hiperbólico tan grande y magnánimo como la arquitectura de la película. No son simples alabanzas, ya que El Brutalista ha recibido halagos que no se dicen porque sí. Desde su proyección en Venecia hemos podido leer que se trata de una de las mayores obras maestras del siglo XXI, o que es directa heredera del mejor David Lean, Ford Coppola o del más reciente Paul Thomas Anderson.
Entre todo esto y la noticia de las técnicas de realización resucitadas del pasado, que promueven un cine de la escala que merece y la tangibilidad del analógico que trasciende toda pantalla que se le presente, yo nada más que babeaba por verla ya.
No obstante, tras varios días después de haberla visto y antes de opinar, acudí a un video de un crítico americano (Adam Nayman) analizando el fenómeno de The Brutalist y por qué había dado tanto que hablar, sobre todo en estos tiempos. Él lanzaba una pregunta: ¿Acaso estamos más interesados en lo que la película supone y cómo un proyecto tan anómalo ha llegado a estrenarse así hoy en día que en la película en sí? ¿Estamos en una situación tan jodida que el mero hecho de que una cinta sea estrenada y rodada como los grandes clásicos del pasado nos fuerza directamente a hiperbolizar sin importar realmente lo buena o mala que sea? Me dio que pensar.
Sí, la película me pareció impresionante. La simple experiencia de vivir un intermedio en mi vida, algo que jamás pensé que viviría, me hizo más ilusión que a un niño la mañana de Navidad. La inevitable forma de recordarnos un cine que podía desarrollar una serie de personajes con total coherencia y pausa a la vez que podía desarrollar en un prisma mayor los temas universales de la historia de la humanidad (de ahí, imagino, las comparaciones a El padrino o Érase una vez en América). La historia cuenta la llegada a América por parte de László Toth, un arquitecto judío que huye de Europa con ánimo de reconstruir su vida. Tras el sufrimiento de la inmigración, un empresario millonario le contrata para la construcción de un ambicioso edificio. La cinta roza la perfección en la mayoría de sus tramos, y cuyo ritmo nunca (repito, nunca) se ve afectado o decaído. Es un mérito brutal.
Mi problema viene con la teoría que expone el crítico del que os comentaba. Me encuentro en un limbo en el que puedo comprender tanto a todos aquellos que ponen a la película por las nubes como a aquellos que están acudiendo a verla y, o se ven que acaban con reacciones frías, o en el mejor de los casos, que han visto una buena película pero nada más. El panorama de mierda que vivimos (es así) y que venimos experimentando desde hace años nos distorsiona el visionado de las películas afectando a nuestro criterio y pasando por alto la calidad de las mismas.
Escribía a mi madre nada más comenzar el intermedio, y le decía que esto era una obra maestra categórica. No porque otros me lo dijeran o porque tuviese la necesidad de ponerla en un pedestal con Ciudadano Kane. Lo decía porque así lo sentía. Porque la narración me tenía volcado tanto en forma como en contenido. No porque fuese “MONUMENTAL” como toda la puñetera campaña de marketing sugiere. Todo lo contrario, la película es más contenida de lo que quieren hacerte creer. La arquitectura brutalista de Toth es más un recurso narrativo para la temática que quieren plasmar Corbet y Fastvold sobre la obsesión y la ambición artística contra las peores adversidades humanas y naturales que hacen eco con la confección de la propia película, que un retrato de la arquitectura como tal.
Si bien es cierto que la segunda mitad es rompedora y mucho más extraña, me sigue suponiendo una continuación natural de lo expuesto en la primera. Sin paliativos, sin fisuras. Con una continua sucesión de imágenes con un poderío visual pasmoso. Porque Corbet no tiene miedo de arriesgarse en ningún momento, construyendo desde un primer instante como los primeros pilares de un edificio. Es una sobrecogedora alegoría sobre la resistencia eterna del arte a los mismos cimientos que lo sostienen y que siempre tratarán de derribar. Sobre la supervivencia a través de la creación humana. De maestros y amaestrados. De poderosos y sumisos. De buenos y malvados. La película es majestuosa por su propio pie y no por cualquier otro atributo que traten de imponer. Porque es buenísima, y punto. Mi película favorita del año.
Nota final: El artículo ha sido dividido en dos partes, y continuará la próxima semana.

BULEVAR DE PELÍCULAS
Escribiendo guiones desde que alcancé edad de dos cifras. Ex estudiante de cine y ahora intentando el periodismo. Dirigí y escribí un cortometraje que hice con mis compañeros de vida (“Thugs”), tengo un podcast en Spotify (“Reservoir Cinema”) y mi pasión está reservada a las películas.