Pistolas, muñecas y Feminismo

Sé que no leerás este artículo. Lo sé muy bien. Somos amigos, te conozco desde hace años, y mientras tecleo las primeras líneas sonrío porque parece como si estuviera viéndote mover con un rápido movimiento el ratón de tu ordenador, o deslizando nervioso los dedos por la pantalla de tu teléfono, y todo para que desparezca cuanto antes de tu vista la palabra Feminismo. Siempre que en televisión conversan sobre este tema cambias de canal (excepto cuando lo hacen únicamente para criticarlo), o pasas de largo y no haces clic para entrar cuando ves la dichosa palabra titulando un artículo publicado en un periódico digital. Pero aun sabiendo que no lo leerás, yo voy a seguir dándole a la tecla para hablarte sobre una cuestión que, aunque tú no quieras oírlo, te incumbe. Nos incumbe.

Ambos queremos ser padre. Ambos sabemos que, por las diferencias en relación a nuestras circunstancias personales, tú lo serás antes. De aquí a un par de años, como mucho, los amigos y amigas nos acercaremos a vuestra casa para conocer al niño o niña y felicitar al papá y a la mamá, y espero que podamos hacerlo no a través de una pantalla de ordenador o mensaje de audio, sino con abrazos y besos y sonrisas y regalos. Y de los regalos, precisamente, es de lo que quiero hablarte. De esos regalos en forma de juguete para el pequeñajo o pequeñaja de la casa. Juguetes que nosotros, los adultos, ponemos al alcance de niños y niñas para que se diviertan, se entretengan y desarrollen capacidades. Juguetes que, por mucho que lo nieguen los papás y las mamás que rechazan o se sitúan en contra del Feminismo, son instrumentos con los que niños y niñas experimentan lo que es divertido y lo que no, lo que les entretiene y lo que no, o con los que aprenden a hacer unas cosas y otras no, y todo ello, como muy bien explica Irantzu Varela en una de sus últimas intervenciones en internet, depende de qué tipo de juguetes ponemos en sus manos, y los que no.

Se ha demostrado (aunque muchos y muchas os neguéis a creerlo) que no existe ninguna tendencia natural que lleve a un niño o niña a elegir un juguete con forma de camión azul, dejando a un lado otro juguete con forma de osito color de rosa. Cuando padres y madres cuentan que al recorrer los pasillos de una tienda de juguetes han visto cómo el niño escogía libre y únicamente coches de policía y pistolas, y la niña carritos de bebé y cocinitas, o mienten, o cierran los ojos para no ver y reconocer todo aquello que ocurre a su alrededor y que tanto influye en sus vidas. Y esto que ocurre y que influye no es otra cosa que el bombardeo que una publicidad capitalista y patriarcal, con su imposición constante sobre determinados comportamientos, actitudes y gustos basados en los estereotipos de género, somete día tras día tanto a adultos, como a los más pequeños. Y estos pequeños quieren formar parte del grupo en el patio del colegio, en las calles y parques del barrio, en las actividades de las clases extraescolares. O mejor dicho, no quieren, lo necesitan. Lo necesitan porque no formar parte del grupo es quedar aparte, aislado, marginado. El raro. El maricón que no quiere ser como Ronaldo y juega a saltar a la comba, o la machorra que no muestra ningún interés por la última serie “dirigida a público femenino” y prefiere pasar las tardes jugando al fútbol. Y todo ser humano, en su camino de desarrollo hacia la adultez, necesita de otros y otras con el que poder comunicarse y compartir.

No hay nada malo en regalar coches, cocinitas, videojuegos, pelotas, raquetas, peluches, caballitos o el Fort Bravo de Playmobil. El problema, querido amigo, y como bien expone Irantzu Varela, está cuando regalamos y ponemos en manos de nuestros hijos e hijas determinados juegos sin mirar antes a nuestro alrededor para ver y reconocer cómo el capitalismo patriarcal imperante ha marcado y marca nuestras vidas desde la infancia, y lo hace dirigiendo mediante su publicidad los juegos de riesgo, competición, acción y aventura hacia los niños –pistolas, flechas, tanques, tractores, coches, pelotas, etcétera–, mientras que los juegos de las niñas se han basado –y se basan– en muñecas que lloran, cunitas, carritos, maquillajes y todo aquello que las prepara para una vida sometida al cuidado de los demás, al hogar, y a ponerse guapas. Y esto de guapas es aún más preocupante, y lo es porque las niñas y adolescentes son instruidas en el uso del maquillaje no tanto para el uso y disfrute de ellas mismas, sino más bien como utensilio que las ayude a buscar la aprobación de los demás.

Para ir terminando, quiero decirte que no me he sentado a escribir este par de páginas para dar lecciones ni a ti ni a nadie sobre cómo ser padre. Nada más lejos de mi intención. Lo que sí espero lograr es que, en futuras ocasiones que caminemos por los pasillos de una tienda de juguetes para comprar un regalo, centremos nuestro pensamiento en qué y cómo vamos a regalarlo, y no tanto en si su destinatario es niño o niña, como no hicieron, víctimas de una educación patriarcal, nuestros padres y madres. Pero si algo te llevó a hacer clic y has llegado a este párrafo, cosa que no creo, sonreirás y no estarás de acuerdo en nada de lo que digo. Sonreirás con esa cínica línea que se te dibuja en la cara siempre que hago algún comentario sobre el máster en Estudios Feministas y de Género que curso en la Universidad del País Vasco, y no estás ni estarás de acuerdo en nada de lo que diga o escriba porque para ti todo lo que huela a Feminismo te echa para atrás.  Somos amigos, te conozco desde hace años, y sé muy bien que prefieres que te claven un puñal en el pecho antes que admitir que tu padre y tu madre, víctimas de una educación machista, educaron a sus hijos para trabajar y ser hombres honrados, y respetar y acatar sin rechistar en todo lo que el patriarca de la casa diga y haga. Es decir, nos educaron para seguir perpetuando el machismo, aunque este machismo lo edulcoremos hoy día poniéndonos camisas y jerséis color rosa, y lavando los vasos y platos tras la cena. Y es que nuestros padres y madres no pudieron enseñarnos, porque nadie puede dar lo que no tiene, a saber identificar y corregir las discriminaciones y violencias de género que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia, y sufren aún hoy día (sin olvidar que también los hombres han sido y son víctimas del patriarcado y del machismo). Y los primeros pasos hacia una total eliminación de la discriminación y violencia machista pueden y deben darse desde la más tierna infancia.

Ahora sí termino, y lo hago deseando que estés pasando unos felices días de navidad con tu gente, que disfrutes de la cabalgata de sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, y que tengas un próspero año 2022, y todo ello acompañado de unas palabras de Octavio Salazar, uno de mis maestros en materia de Feminismo y Género: <<Todos reproducimos y amparamos el machismo con nuestros comportamientos cotidianos. Y todos, al guardar silencio, al quedarnos en la posición comodona que no nos obliga a posicionarnos de manera activa, toleramos que el machismo crezca y se reproduzca. >>

Feliz año 2022.

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Álvaro Jiménez Angulo

 

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