Pinceladas de dos devociones grabadas con cera

En el Viernes Santo en Osuna se percibe la fugacidad de lo eterno. Siempre es distinto lo que siempre fue igual.

La trasmisión de la fe a través de un cirio o de una fina cruz.

De la medalla colgada al cuello pende un árbol genealógico que se sustenta por el sustrato de un escudo cosido al alma.

Viernes Santo rodillas a tierra. Los morados penitentes en La Cilla ante el “que anduvo en la mar” y que en Osuna es paseado cada día y a quien tuteamos con franqueza; los negros, al completo, junto al Santísimo. ¡Ay, el maldito problema de la ubicuidad!

Jesús, igual que hace treinta años: con una túnica bordada de divinidad en cuya extensa cola está simbolizado el camino hacia la vida eterna, que tiene buena parada y fonda en la majestad de la calle San Pedro.

Sublime proporción del madero, ese que se ajusta a cada vida, a cada casa.

A Jesús por María. Y gracias, siempre gracias a María, por haber sido Sagrario y Procesión. Arrumaco a una madre. Alabanza de un cura ante las hijas de Santa Beatriz en la calle Sevilla. Recuerdo a los transmisores de la devoción a la dolorosa de Osuna en los últimos trescientos años. Puntadas de un amor restaurado.

Renovado estreno de los corazones de quienes te acompañan, “Virgen excelsa entre las vírgenes”.

“Coge tu cruz”, repújala con tu dolor, y síguele. No te equivocarás. Hasta las cornisas de Osuna se derriten a su paso. ¿Algún día en el que se derramen más lágrimas en Osuna? El día en el que no llore nadie, esto habrá acabado.

Claveles monseñor en el primer paso, monseñor Pizarro ante el segundo paso.

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En su nuevo estudio, Cristóbal Martín vio cómo la calle San Pedro, otra vez la calle San Pedro, volvió a convertirse en un cuadro naïf suyo. Horror vacui. -¿A cómo cobras el adoquín, Cristóbal?, – le preguntó una vez un pintor por la meticulosidad con que trataba cada obra. En este cuadro no se veían adoquines, sólo cabezas de músicos, penitentes, devotos en los balcones, cangrejeros… Se veía a Osuna.

Y el Viernes Santo fue como el primer dolor de la Virgen, en el que se encerraba toda la Pasión y la Muerte. De las palmas a la cruz. El alpha y la omega.

Todo acabó en la Victoria porque suya y solo suya es la Victoria.

Así sea, in secula seculorum, por la gloria de las generaciones venideras.

Viernes Santo preámbulo de un día grande septembrino.

Fotografías: Jesús Povea, Francisco Segovia, David G. y Á.R.

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