Perro judío…
La adjetivación es una de esas dominantes evidencias, término en boga entre profesionales de la postmodernidad y de la postverdad, que es útil servicio cuando falla el sustantivo o el infinitivo. Muy loable prestar servicio. Llegar a una situación dominante, de dominio, pasa, en parte, por admirar a quienes tratan de alcanzar junto a ti tan sublime estado, algo que no siempre es posible, por desgracia o por suerte. Siempre he admirado a quienes pusieron empeño, con rigor, certeza, conocimiento y pasión para tratar de que, torpe uno siendo lo que es, entendiera y comprendiera el valor de una expresión cuidada. Por eso, y como reconocido agradecimiento, procuro siempre medir qué digo y cómo digo. Vayan estas líneas para quienes formaron y educaron a este que sigue sintiéndose aprendiz.
Hace un tiempo que vengo dándole vueltas a qué está fallando para que uno no sea capaz de contagiar, entre quienes tengo delante casi a diario, algo de la pasión por lo que otros y otras me hicieron aprender, sentir, ver, disfrutar y vivir lo que me enseñaban. No hace falta que lo digan. Ya lo digo yo: mea culpa. Lo asumo, es mi culpa. El fracaso es mío, como docente, como educador, incluso como ciudadano con convicciones jacobinas, quizás ahí reside mi mayor pecado y por eso debo pagar… como buen “perro judío”.
Permitan que me explique, aunque robe algo de su tiempo, siempre preciado.
Soy trabajador, trabajador de la enseñanza, trabajador docente, que no psiquiatra, ni curador de contenidos, ni artista de la escena, ni especialista en cuestiones de género, ni enfermero, ni pedagogo, ni animador sociocultural, ni artista de circo, ni … ni… ni… Y vaya mi cariño y mi respeto para tan duras profesiones en estos tiempos de derrotas, de mentiras – perdón por no usar el anglicismo – de estulticia, de soberbias, de egoísmos, de pavoneo y lucimiento inmediato y vacuo. No soy creativo, ni me manejo en el uso de la inteligencia artificial, probablemente tampoco en la no artificial. Soy torpe en lo tecnológico, mi obsolescencia está programada, lamento admitirlo públicamente. En suma, uno tiene madera de ser bicho raro, quizás por eso sigo siendo docente, y reivindico mi condición de trabajador que cree en la educación como proceso de crecimiento y de enriquecimiento individual y colectivo, algo que debo – insisto – a quienes me formaron y me hicieron ser, en parte, quien uno es… “Perro judío”.
Soy trabajador docente que cree en el valor de lo que hace para ganarse la vida. Lo admito, reivindico un trabajo digno con condiciones dignas para dotar a los niños, a las niñas también, de herramientas que les permitan ser más libres que yo, teniendo mejores condiciones sociales, culturales y económicas que las mías, sin renunciar en ningún momento a las obligaciones que nos corresponden… Lo admito… Soy bicho raro de otra época… Lo admito… “Perro judío”.
Soy trabajador docente que cree en la necesidad de orden, en el valor del trabajo, en el reconocimiento del esfuerzo, en el compromiso colectivo con el futuro, en el conocimiento como base para el progreso de todos, en especial de quienes no tienen nada… “Perro judío”.
Y sin embargo… por eso mismo… “Perro judío”.
Aprender, estudiar, crecer no son cuestiones de juego. Nunca lo han sido, ni lo son ni lo serán, por mucho que haya quien se empeñe… Lo admito… “Perro judío”.
Aprender requiere, entre otras cuestiones, como previo, una individualidad consciente y, a la par, una estructura social, colectiva, que reconozca cuáles son las obligaciones y las necesidades que – como sociedad – tenemos si se quiere seguir teniendo futuro, perdonen mi admiración por la Ilustración… ¿Dónde está esa familia que reconoce que sus vástagos deben vivir mejor que ellos? ¿Dónde esas instituciones que deben velar por el futuro? ¿Dónde están quienes dicen decir?… Lo admito… “Perro judío”.
Aprender es tener referentes de seriedad y de pasión por lo que se enseña, sin artificios, con atrevimiento, con racionalidad, con respeto por lo que se hace y por quien lo hace… Ergo … “Perro judío”.
Enseñar es compromiso, es voluntad, es conocimiento, es control, es seguridad, es no sentirte una culpable y miserable barca a la deriva como la de Remedios Amaya, desnortada sin rumbo por la quimérica brújula de unas leyes progresistas que defienden a pies juntillas, para su mayor beneficio, los mayores próceres de lo ultramontano y de la carcoma rancia.
Enseñar es atravesar la puerta de un aula y no tener que entrar en éxtasis emocional gracias a ese uso creativo y empático del idioma, cuando alguien – con una mochila a sus espaldas con bastos saberes mínimos para mayor autosatisfacción propia, repleto de informes que hablan de sus complejos talentos, pero no de sus nulas vergüenzas, y que gris sobre gris dejan manifiesto reconocimiento de un nivel de logro competencial en la casi nada, y eso al módico precio de nueve añitos, como poco, en un establecimiento educativo… Y ese alguien, con una elegancia propia de una cabra en un garaje, desde su posición de autoridad, se permite el lujo de calificar como “Perro judío” por ser serio, por explicar, por hablar del coste económico de una plaza educativa, por reivindicar madurez, trabajo diario, compromiso ante uno mismo y ante quienes te mantienen: familia y sociedad… Algo falla… Lo repito, yo, mea culpa… “Perro judío”
Enseñar es algo que va más allá de recoger en una tabla informática unas rúbricas relativas a unos criterios de evaluación cuya redacción es obra de mamertos, que no han pisado un aula en su vida ni la piensan pisar, pero que afirman tener la llave de la verdad acumulando en una frase palabras cuya utilidad es nula, generando miedos y complejos de culpa entre quienes pelean a diario con la realidad siendo un … “perro judío”.
Enseñar no es vender humo ni inventar términos que no significan nada. Enseñar no es mandar al fondo del pozo, por la vía de los hechos, a quienes, sin conocimiento, sin profundidad, sin cultura, sin sensibilidad, no serán sino carne de cañón para mayor beneficio de quienes manden en cada momento, esos mismos que los van a explotar en toda regla, eso sí, con una beatífica sonrisa propia de un gurú simpático, mediático, empático y que, a su costa, vivirá en un ático. Porque el problema no será no saber, no conocer, no disponer de herramientas para defenderse y crecer, sino que sea capaz de asumir vivir en la individualidad con capacidad de resiliencia buscando, cada cual, en su interior qué está fallando para no formar parte del Nirvana. La culpa no será del modelo, del sistema, de la estafa social… sino de ese individuo que, apacible, pastorea sus días de silla en silla y tira porque le toca, de calificativo a calificativo porque él o ella lo vale.
Enseñar es el antídoto más eficiente, que no eficaz, para que una sociedad no fracase estrepitosamente como tal.
Enseñar y aprender son los ejes ilustrados que actúan como bastión ofensivo ante la barbarie y la estulticia que se refleja, en un uso paupérrimo y deprimente de nuestro propio idioma, en el uso bárbaro, soez e ignorante de la calificación… el ser…“Perro judío”.
A todos los perros judíos que no renuncian a ser quienes son.
Opinión