
Periodista deportivo y creador de contenido en redes sociales. Mi objetivo es hacer del deporte algo accesible y divertido para todos. Porque aquí el tiempo extra siempre es emocionante.
Hay equipos que compiten. Hay equipos que luchan. Y luego está este Betis. Un Betis que no se conforma con la épica, ni con el halago, ni siquiera con la victoria. Un Betis que con un 2-0 ante un rival de entidad como la Fiorentina, lejos de bajar pulsaciones o guardar fuerzas, apretó los dientes y se lanzó con todo a por el tercero. Que con un 2-1 en el marcador, sabiendo que ese resultado sigue siendo excelente en una eliminatoria europea, no miró el reloj ni escondió la pelota. Miró hacia adelante. Y fue de nuevo al frente, porque este equipo no sabe hacer otra cosa que creer.
Lo vivido en el Benito Villamarín fue mucho más que una semifinal. Fue una declaración de intenciones. Una muestra palpable del cambio que ha experimentado el club verdiblanco en los últimos años. Este Betis no es el mismo que se asomaba a Europa con timidez o que temía perder más de lo que soñaba con ganar. Este Betis compite con alma de gigante. Y juega como si llevara toda la vida instalado entre los grandes del continente.
Talento, carácter y una fe inquebrantable
La implicación del vestuario es absoluta. El talento individual se ha alineado con el compromiso colectivo, y el resultado es un equipo que emociona. Isco, convertido en timón, juega con la libertad de los elegidos y la responsabilidad de los líderes. Su conexión con el Villamarín es tan natural que parece imposible recordar que esta es su segunda temporada de verdiblanco. A su lado, Lo Celso ha regresado para aportar lo que pocos pueden: visión, pausa, verticalidad. Y delante, Antony. Descarado, eléctrico, diferencial. Un futbolista que levanta al público con cada zancada.
Pero si algo define a este Betis, es su hambre. La que transmite Abde, que ha recuperado la alegría y con ella la mejor versión de su fútbol. La de Bakambu, incansable en la presión, generoso en el esfuerzo, protagonista en el primer gol de la noche. Y la de cada defensa que muerde, de cada centrocampista que dobla esfuerzos, de cada suplente que se deja la voz desde el banquillo. La plantilla entera está enchufada. Unida. Consciente de lo que hay en juego.
Y por encima de todos, la figura de Manuel Pellegrini. El chileno ha dotado al club de una identidad clara, de un plan reconocible y de una mentalidad ganadora. Bajo su batuta, el Betis ha dejado de ser un equipo que se ilusiona con estar, para convertirse en un equipo que compite por todo. La clasificación a Champions, la Copa del Rey, la Conference… Nada queda lejos cuando la convicción es tan fuerte. Nada parece imposible cuando el grupo se siente preparado.
El sueño de una ciudad entera
La Champions es un objetivo real. Europa no es ya una ilusión, sino una rutina que el Betis transita con solvencia. Y esta semifinal de Conference no es una casualidad, es la consecuencia lógica de un camino bien trazado. El equipo pelea cada punto en LaLiga como si fuera el último, y se deja el alma en cada noche continental como si fuera la primera. Y detrás, siempre, la afición. Esa grada que vibra, que sufre, que empuja, que nunca ha dejado de creer incluso en los momentos más duros. Ayer, sus caras eran un poema: orgullo, emoción, esperanza.
Queda una última cita en Florencia. Noventa minutos (mínimo) para hacer historia. Para meterse, por primera vez, en una final europea. El resultado de la ida es bueno, pero más aún es la sensación. La de que este equipo quiere más. La de que puede más. Porque si algo ha demostrado este Betis, es que no tiene techo. Ni miedo. Ni límites.
La historia está al alcance. Y el Betis, como siempre, va a por ella.
