
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.
En una reciente entrevista al diario ABC, el arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Luis Argüello, afirmó que “la salida a este bloqueo institucional es dar voz a los ciudadanos”, sugiriendo así un adelanto electoral ante la actual situación política. Un día después, compartía mesa y coincidencias con Santiago Abascal en la presentación de un libro y, este mismo viernes, el portavoz de la Conferencia Episcopal, Francisco César García Magán, respaldaba estas palabras desde su atril institucional, dándoles un peso que trasciende lo personal.
Aunque realmente la Conferencia Episcopal no ha publicado ninguna nota ni tampoco se trata de una declaración oficial, resulta difícil separar la figura de su presidente de la institución que representa. Y ahí está el problema: cuando un pastor toma la palabra en cuestiones políticas tan concretas, aunque lo haga con la mejor intención, arrastra consigo a toda la Iglesia, quiera o no.
No se discute la legitimidad de opinar, ni siquiera de manifestar con la debida mesura inquietudes sobre el rumbo del país. Pero sí se debe recordar que la autoridad moral de la Iglesia se sustenta precisamente en su distancia respecto a los juegos del poder. Cuando un obispo propone “que hablen los ciudadanos”, pero en un momento y forma que parecen favorecer ciertos intereses, inevitablemente se interpreta como una toma de partido. Y la Iglesia no puede ni debe ser un actor más en el tablero partidista.
La Gaudium et Spes lo dice con claridad: “La Iglesia no se confunde en modo alguno con la comunidad política y no está ligada a sistema político alguno”. También el papa Francisco ha advertido con fuerza: “Cuando la Iglesia se vuelve ideológica, pierde su verdadera naturaleza”.
En tiempos de división, los pastores están llamados a sanar heridas, no a abrir otras nuevas de una forma tan innecesaria. No se trata de pedirles equidistancia, ni tampoco una neutralidad vacía, sino profundidad evangélica y altura de miras. Creo sinceramente que la Iglesia tiene mucho que aportar a la reconciliación nacional y la cohesión social, como ya lo hizo en los momentos mucho más difíciles de la Transición.
Por eso entiendo que también hoy cabe esperar de nuestros obispos que tiendan puentes, no que levanten trincheras. Porque si la Iglesia deja de hablar para todos, acaba hablando solo para unos pocos. Y eso no es ni profundidad evangélica ni altura de miras, sino vuelo raso y falta de talento.
