Pasión
Hay cosas que anhelas con tanta fuerza que cuando llegan se empañan. La semana pasada me llegó el mismo día el carné de coche y una multa por aparcar mal la moto. Suele pasar que el cielo y el infierno van de la mano, ahí está aquello de “tengo una noticia buena y otra mala”. Yo prefiero siempre empezar por la buena, para cuando me digan la mala estar ya pensando en la buena. Es como cuando te dan las vacaciones y las notas, hay veces que es necesario postergar la agonía para poder disfrutar de lo otro al completo. Admiro a las personas que son capaces de abstraerse de lo malo para esnifar con fuerza lo bueno. Vivir con normalidad lo divino, esperar con ansias lo humano, ser capaz a la vez de idealizar y conformarse con lo que venga. La vida es tragarse tramos y tramos de nazarenos para que cuando llegue el momento el paso cruce por delante tuya sin detenerse, a golpe de un tambor que parece carcajearse de tu espera. La expectativa solo la construyen los que sueñan, y esos, son tan sabios que saben transformar la realidad a través de la imaginación.
Aguardar algo, gastar tiempo y deseo, no nos asegura que lo que llegue vaya a cautivarnos. Pero ahí está el punto, el corazón de la existencia no es más que un huevo kinder. Al degustar las capas de chocolate, le quitas importancia a lo que pueda haber dentro. Hay que ser capaces de sorprenderse con lo banal. La felicidad está en el misterio más que en el propio interior, en el detalle más que en la pegatina que chiva el valor, en el jodido grito de emoción, en la mirada que escruta tu rostro mientras rasgas el envoltorio.
“¡Me encanta!”, repetía Marta exaltada ante un regalo. Horas después se acercó a su madre y le confesó que no sabía para lo que servía. Esto es, la pasión siempre antes que la utilidad, porque si se consigue utilizar las cosas con pasión, los objetos, las figuras, las situaciones, cobran un sentido espiritual que los convierte en algo mágico. Lo bueno de la fe es que, por mucho que se empeñen algunos en apropiársela, es algo personal, una senda individual que no atiende ni a imperativos ni a designios inescrutables. Uno cree en lo que le pone la carne de la textura del gotelé, en lo que le excita, en lo que le cautiva, en lo que le enamora, en lo que le ayuda a coger el sueño y le hace saltar diligente de la cama por la mañana. Uno cree en lo que le viene saliendo del cirio y las bolas de cera.
Adoro el espíritu del ateo que toca la parihuela y se santigua, a la anciana en bata y zapatillas, al chavea del mohicano y a su amiga la del septum. Tengo fe en esas lágrimas que corren por las mejillas del señor que va en camiseta y apunta con el móvil hacia el paso mientras hace una videollamada con Dios sabe quien. Creo en quien no cree en Dios y sí cree en el arte, en quien se descubre ante su tradición de la manera más humana, de esa forma irracional sobre la que nos lanzamos a las cosas irresistibles. Me maravilla el cristiano convencido. Respeto profundamente al que cumple con los mandatos de su creencia, el que lleva a rajatabla los preceptos, el que reza, se comulga y se confiesa. Abomino de todos aquellos que entre gomina, zapatos lustrados, trajes de postín, pines de hermandades, y golpes en las entrañas negras miran por encima del hombro a todos los de antes.
La espera llegó a su fin, récenle a su imagen, emociónense en su esquina predilecta, disfrute con el que tienen al lado, esperen a ese nazareno que les va a entregar esa estampita que acabará en la esquina de aquel cuadro de su oficina o de su casa junto a la imagen de esa persona a la que quieres. A los sevillanos nos protegen semanas como estas. Creo en Sevilla y en la suerte de vivirla, con eso me vale.
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EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.