
Evidentemente, las ciudades, en especial las más antiguas, poseen entramados urbanísticos y arquitectónicos singulares, así como vestigios impares de la creación cultural de sus pobladores que, en conjunto, las hacen sustancialmente atractivas para viajeros y transeúntes y, en su diario vivir, llenan sus calles de turistas.
¿Y Sevilla? Sevilla es un hervidero de visitantes atraídos por su impresionante acervo cultural, su monumentalidad y por su donaire callejero, que seducen al huésped y lo animan a deambular complacido por sus estrechas y recoletas calles. Yo mismo, desde todos mis tiempos, he gozado con mis andaduras por su geografía urbana.
Aún con mis limitaciones, salgo a pasear (o de mandaos) casi a diario por trayectos cortos y diferentes. Cojo mi «carrito», lo echo por delante, me agarro a él y me voy con mi compañía.
Ayer, para comenzar, elegí la Alameda, junto a las columnas de los leones. El ambiente era tibio, casi fresco. El cielo teñido de su natural color azul y, en este caso, punteado de algodonosas nubes blancas que no amenazan lluvia.
Me dirigí hacia el sur entre la arboleda y observaba bares a medio aforo con clientes buscando la semisombra bajo los árboles
En mis primeros pasos sentí que no era mi día para caminar y casi tomo la decisión el volver a casa enseguida. Pero la vida da muchas sorpresas y, a medida que cruzaba La Alameda, la fuerza acudió en mi socorro, me envalentoné y seguí caminado.
Cuando uno pasa cerca de las columnas de Hércules no puede evitar subir la mirada y reparar en la grandeza de su hechura.
Tomé dirección a la plaza de Europa y desde allí subí por la antigua calle Constantina de San Martín, llamada Divina Enfermera desde 1996 .
Estrecha, y como otras calles de Sevilla, se dobla sobre sí misma, y con casi ausencia de viandantes lo introduce a uno en un placentero universo en calma.
Disfrutando de su encanto llegué a la iglesia de San Martín, a la que he intentado varias veces entrar a echarle un vistazo, pero siempre la encuentro cerrada. No obstante, he sabido que es de estilo gótico, de una sola nave y sede de la hermandad de La Lanzada.
La plaza de San Martín es una encrucijada de calles, miré a mi alrededor y opté por Viriato, una calle apacible en la que el paseante siente el silencio dormido y la complaciente visión del estilo de su caserío sevillano.
Al final de la calle encontramos la Casa de los artistas, así llamada por haber sido albergue de destacados personajes del arte. Abandonada durante años, fue restaurada para convertirla en residencia de ancianos, pero aún no ha sido ocupada.
Me quedé unos instantes ante la casa observando su fachada e imaginándome a sus antiguos ocupantes en sus actividades artísticas. Seguidamente, me dirigí a la calle de las Caballerizas del Duque de Béjar, que así llamaron a la actual Regina, una calle de escasa longitud y anchura, y sin embargo, su situación entre dos zonas comerciales y de servicio importantes (plaza de la Encarnación, de una parte, y la calle Feria de otra), la han convertido en vía capital de comunicación, dando lugar a una fuerte actividad comercial en la misma.
La Encarnación es una de las grandes plazas de Sevilla, antes abierta y despejada. Los tranvías que, proveniente de la angosta calle Imagen, cruzaban la plaza chirriando, y un gran marcado situado en un lateral, que abastecía a gran parte de la ciudad, otorgaban un intenso trajín que llenaba de animación el lugar.
Ha habido sustanciosos cambios en la plaza, que hoy es una metamorfosis de sí misma. Se ensanchó la calle Imagen y ahora no hay tranvía chirriando por la ella. Lo ha sustituido el autobús que, aunque menos ruidoso, exhala gases malolientes e insalubres.
En los cambios habidos, aparecen unas construcciones denominadas Setas, que cubren su cielo y ocupan su espacio, las cuales asombran por su volumen, su diseño y ejecución. Durante el periodo de su gestación se suscitó una fuerte controversia, pero su presencia parece haber sido ya aceptada por la ciudadanía.
Por la calle Misericordia llegué a la coquetona placita de El Pozo Santo, de feliz recuerdo para mí, pues, frecuentemente, en los años 50, tomaba un almuerzo en el desaparecido bar El 8. 40 años han transcurridos ya desde que El 8 fue sustituido por otro, el actual Los Dardos.
Aquí tuvo su sitio el antiguo hospital de La Misericordia, fundado en el siglo XVII. Estuvo regido por monjas franciscanas y su misión consistió en acoger a mujeres desamparadas y descarriadas. Actualmente la institución ha cambiado su función hospitalaria por la de atención a personas mayores, siguiendo a cargo de monjas franciscanas.
Me tomé un descanso y un desayuno, pero las estancias siempre llegan a su fin y, por muy placenteras que resulten, hay que partir. Me levanté con desgana y eché andar sucesivamente por Amparo y Viriato, que me devolvieron a San Juan de la Palma.
En este punto arranca la calle Feria. Ésta es el centro comercial de la zona, con el trasiego que es habitual en un centro mercantil. Con sus más de ochocientos metros de longitud, la calle se cuenta entre las más largas del casco histórico. Y como históricas pueden señalarse en su recorrido un par de instituciones con arraigada tradición.
En su comienzo la calle es estrecha, pero en Montesión se ensancha y da cabida a una de esas instituciones: El Jueves, un mercadillo de antigüedades con posible origen en el periodo de dominación musulmana, que se instala allí cada jueves.
La otra, El Mercado de abasto de la Feria, un viejo establecimiento cuya existencia arranca en el siglo XVIII y cuya actividad se mantiene hasta nuestros días. A su lado se sitúa la muy antigua (S. XIII) iglesia Ómnium Sanctorum, cuya torre sorprende por su majestuosidad. A la espalda del mercado puede verse su fachada posterior, el ábside de la iglesia y el Palacio de los Marqueses de La Algaba.
Jueves y Mercado son conservados por Sevilla como joyas históricas.
Feria es una calle muy arbolada y en el paseo por la misma, cobijado por la refrescante sombre de los naranjos, contemplando el trajín de la concurrencia, se siente el hálito de su carácter mercantilista.
Me hubiese encantado continuar, pero sonó la alarma biológica exigiendo el descanso, de manera que puse el paseo en pausa hasta una próxima vez.
24 horas ha durado la pausa. Retomo el paseo en el punto donde lo dejé para recorrer el último tramo de la calle Feria.
He tardado unos cuantos minutos y me encuentro en la calle Resolana, desde donde puedo ver la esbelta silueta de la torre de Los Perdigones. Y siendo corto el camino y escaso el tiempo transcurrido, prosigo mi paseo hasta La Macarena y el parlamento de Andalucía.
Entré en el jardín del parlamento e hice un video del edificio donde se asienta. Este edificio fue construido en el siglo XVI para albergar el hospital de Las Cinco llagas, destinado a prestar asistencia a mujeres. Cerró en 1972 y, remozado, acogió los servicios del parlamento.
Me acerqué a La Macarena, cuyo conjunto formado por un trozo de muralla, la puerta de la Macarena y la Basílica, siempre atraen mi atención y recrean mi vista.
Y termino, entro en el viejo bar Plata (fundado en 1909), tomo café y vuelvo a casa.
