¿Para qué quiere una playa? Elogio del sanluqueño
Me dirán ustedes, qué pregunta más fácil de responder, para bañarme, para tomar el sol, para andar, para practicar surf o windsurf, para estar en el chiringuito… y todas las respuestas son válidas, cada uno con la suya.
El tema viene a cuento en estos calurosos días de verano, una reflexión sobre mi experiencia vital playera. Esta empezó a los 7 años, cuando vi el mar por primera vez y pisé una playa. Soy de interior y en mi niñez no se viajaba como ahora. Descubrí el océano Atlántico en Portugal; nos despertamos, habíamos llegado de noche, y recuerdo la ilusión de esa mañana, la inmensidad del mar y el amplio arenal que tuve que andar hasta asombrarme con las olas.
Después, las playas gallegas de mi niñez: meterse en el agua y aguantar el calambre de cabeza tras sumergirse; la inconsciencia y la vitalidad de la corta edad lo veía como una parte del baño, mientras los adultos tomaban el sol o el fresco, según hubiera.
Después llegué a la playa gaditana de Chipiona y su animada vida social, sobre todo cuando subía la marea y había que comprimirse evitando conflictos con el vecino de toallas, una playa que algunas familias convierten en la extensión del salón de su casa, con sus mesas, sillas, sombrillas y una excelente comida y bebida en abundancia. Allí conocí mis primeros chiringuitos, que eran serias y formales instituciones hosteleras para dar de comer. La adolescencia convirtió las playas en un espacio de aventuras, para mostrar y demostrar, para mirar y admirarse, sobre todo de ellas. La playa y la pandilla en verano eran la red social, cuando no existían ni móviles ni redes sociales virtuales.
Más adelante, disfruté las inmensidades de las playas del Atlántico onubense, y las de Cádiz, como Bolonia, cuando se podía dormir en una tienda de campaña después de saludar a la pareja de la Guardia Civil que hacía su ronda. Hoy, además de la belleza del paisaje y del mar y el viento, están los windsurfistas y variantes que han invadido la zona. En Zahara de los Atunes, a veces se compartía la playa con las vacas retintas; eso fue a menos y los chiringuitos evolucionaron a más. Además de alimentar el cuerpo, alimentaban al espíritu con música en tardes y anocheceres; inolvidable chiringuito de la Gata.
Pasé por Sanlúcar de Barrameda no hace muchos años y les cuento que ha sido un cuento. En las playas de la Jara se puede tomar el sol, bañarse en un mar piscina que en las mareas bajas te permite pasear por el fondo del mar con forma de pequeñas olas onduladas. En la playa de La Calzada y hasta Bonanza, nadar, tomar el sol, comer y beber extraordinariamente, relajarse en sus aguas salidulces pues el río Guadalquivir y el mar se saludan sin aspavientos. Los sanluqueños usan su playa desde hace muchos años y tienen un gran saber, incluso inventos, como la silla de playa convertida en silla de agua, metida en la orilla que facilita el refresco, la charla y el relajo en días de calor. Playa ideal para niños y mayores, por la bondad de sus aguas amables, y una profundidad nada amenazante; en marea baja permite andar casi sobre las aguas sin perder pie mar adentro. Uno de los inventos sanluqueños ha sido convertir la playa en un hipódromo. Verán, en cualquier otro lado si la playa es hipódromo dejará de ser playa por unos días, pues aquí no. Está la playa llena, familias, transeúntes, jóvenes… pues llega uno avisando que ahora es hipódromo; se sale todo el mundo de sus tranquilas aguas y se repliega detrás de una valla roja colocada ad hoc. Al poco, pasan unos bellos corceles pura sangre, con sus jinetes a toda pastilla a ver quién gana, detrás el coto de Doñana. Pasan y en un minuto la playa recupera su función y todos corren de nuevo al agua, y así hasta tres o cuatro veces en la tarde. Maravillosa forma de usar una playa, con sabiduría disfrutona, que llega hasta los jóvenes a los que he visto llegar a las botellonas con sus sillitas playeras.
Así que, cada uno disfrute su playa como quiera y pueda, yo les digo que los sanluqueños son los más disfrutones que he visto por mis periplos playeros; tienen la más antigua y última tecnología del disfrute y diversión.
EL CIBERDIVÁN, LA OREJA DE FREUD.
Psiquiatra psicoanalista impulsó la reforma psiquiátrica “salta la tapia” en el hospital de Miraflores. Fue Director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) y Coordinador de la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla. Autor de numerosos artículos científicos. Tiene dos libros publicados: Psicoanálisis medicina y salud mental, y La religión en el diván.