Nuestras guerras

La desesperación es un león que nos ataca con sus dientes afilados. El otro día estuve a punto de escribir un tweet en solidaridad con los afganos, pero afortunadamente antes de darle a enviar, me vi tirado en el sofá con el aire acondicionado y la tele puesta y lo borré automáticamente. La empatía es la mentira de los bienquedaos. No, es imposible ponerse en la piel de alguien que pasa por una verdadera desgracia, cada infierno es personal y las palabras que podamos decir los que no lo sufrimos solo son polvo y arena, leña para un fuego devastador. Para entrar al Calvario hay que haberlo vivido.

Cómo coño te vas a poner en la piel de alguien que abraza la rueda de un avión a punto de despegar si tu mayor problema es que C. Tangana pose en la proa de su yate con mujeres en bikini. Siempre he sido partidario de intentar ponerse en los zapatos del de enfrente, pero poco a poco me he dado cuenta de que cuando uno no puede caminar con ellos, siempre le quedan grandes. Uno solo siente la dimensión del golpe cuando lo frena con su cuerpo, todo lo demás es compasión, y la compasión, por desgracia, nunca sana. Nuestras carnes son el único detector sensorial fiable, las únicas que hacen que nos acerquemos al dolor real, que lo conozcamos de primera mano.

La tele y la pantalla nos han hecho creer en espejismos, sentirnos capaces de observar desde la lejanía algo que solo es posible de percibir a través de la experiencia. El miedo, cuando es ilusorio, solo es una experiencia buscada, como cuando vemos una película de terror; podemos estar acojonados pero sabemos que tenemos el mando en la mano y podemos apagar la televisión cuando queramos. Sin embargo, el verdadero miedo es un relámpago que sacude de improvisto, un latigazo que tensa los músculos y activa el instinto de supervivencia que los animales llevamos dentro. El miedo, cuando es de verdad, no es una experiencia, como la Casa del Terror de la Feria, el miedo es una putada que te paraliza y te ahoga.

Uno de mis mayores temores es el confundir a los malos con los buenos y a los buenos con los malos debido a la torrija mental que nos impone la dictadura moral que gobierna nuestra época. Hace diez meses pensaba que el malo era Trump -que tampoco es que ahora piense que sea bueno- pero todo ese nacionalismo rancio y barato que aborrecía, ahora lo veo en boca de un Biden al que no le tiembla la voz al afirmar que esto era algo que tenía que pasar. Que la culpa venía a ser de los afganos que no han sabido defenderse de los talibanes. No sé, muchas veces los que en principio parecen buenos, acaban haciendo a los malos, buenos.

Pasa también con el feminismo desnortado que va dando bandazos para terminar arreglándolo todo con un post en Instagram sobre las penurias y maltratos que sufren las mujeres a manos de los talibanes. Ah, que no se sabía. A lo mejor es que han estado muy ocupadas debatiendo sobre la cosificación de nueve chavalas pijas que deciden libremente posar en un yate, que con lo que ganan podría ser de ellas, o en la imperiosa necesidad de poder decir matria en vez de patria y no se han podido enterar de que mientras que ellas jugaban a la rebeldía feminista, otras mujeres se jugaban el cuello en las calles por defender la vida de otras hembras. Eso es feminismo, porque eso es valentía y dignidad, y no una pataleta en redes con el fin de prohibir, criticar y deslegitimar lo que otra mujer ha decidido hacer libremente.

Vivimos en una indignación perpetua, que en lo único que consiste es en posar ideológicamente ante los demás. Nos encanta lanzar la proclama y esconder el argumento, ondear nuestras banderas y rehusar honrarlas. Hemos creado un estilo de vida en el que cuenta más prohibir y cancelar que dar ejemplo. Mientras manan caracteres de cocodrilo por los afganos, nosotros seguimos con nuestra propia guerrilla de patio de recreo.  Por que para qué mentirnos, todo esto pasará, miraremos otra vez hacia otro lado, las mujeres seguirán sufriendo, y la vida seguirá como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. Así somos.

Lee también
Lee también
Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti

 

El Pespunte no se hace responsable de las opiniones vertidas por los colaboradores o lectores en este medio para el que una de sus funciones es garantizar la libertad de expresión de todos los ursaonenses, algo que redunda positivamente en la mejora y desarrollo de nuestro pueblo.

© 2023 COPYRIGHT EL PESPUNTE. ISSN: 2174-6931
El Pespunte Media S.L. - B56740004
Avda. de la Constitución, 15, 1ª planta, Of. 1
41640 Osuna (Sevilla)