
Crítico de arte de El Pespunte.
Artista profesional con 15 años de experiencia en el sector del arte contemporáneo español e internacional.
Habitamos un mundo cada vez más saturado de discursos forzados y autenticidades manufacturadas, es aquí donde Imon Boy emerge —o mejor dicho, se disuelve— como un fenómeno singular. Este artista malagueño, que ha logrado mantener su anonimato mientras su obra recorre galerías de Los Ángeles, Hong Kong, Londres y su propia Málaga, redefine el arte urbano. Imon Boy no grita; susurra desde la pared. Y ese susurro, curiosamente, es más elocuente que muchos manifiestos.
Hay una contradicción esencial en su práctica que resulta profundamente atractiva: la hibridez entre lo público y lo íntimo, entre el lenguaje visual del grafiti —tradicionalmente crudo, urgente— y una sensibilidad emocional que no teme a la fragilidad. Imon no trata de escandalizar ni marcar territorio; lo suyo es la nostalgia, el desencanto generacional, el humor como mecanismo de defensa.
Sus obras están pobladas por figuras que parecen extraídas del imaginario noventero, de una consola portátil o una tarde eterna en foros digitales. Sin embargo, estas referencias no funcionan como simples guiños pop, sino como vehículos para explorar estados anímicos profundamente humanos como la soledad, el miedo al fracaso o la angustia existencial del yo contemporáneo.
Formalmente, su estética es limpia, deliberadamente sencilla, incluso infantil en ocasiones. Pero esa economía de recursos es estratégica, permite que el espectador conecte de inmediato, como quien encuentra una viñeta que parece dibujada exclusivamente para él. Sus personajes —casi siempre con capuchas, rostros esquivos, miradas perdidas— no quieren ser héroes ni iconos, quieren simplemente existir.
Hay un punto que resulta fascinante en el trabajo de este artista y es su capacidad para habitar dos mundos sin traicionarse: el de la calle, con su espontaneidad y riesgo; y el del arte contemporáneo, con sus exigencias curatoriales. Y en ambos espacios su trabajo mantiene una voz coherente, honesta, sin artificios.
La decisión de preservar su anonimato no responde a una estrategia de marketing al estilo Banksy, sino a una coherencia ética: no se trata de él, se trata de lo que siente. Su arte no es una marca personal, sino un espejo empañadodonde muchos podemos vernos reflejados.
Imon Boy es, en definitiva, uno de los artistas más emocionalmente sofisticados de la escena urbana actual, un narrador, un cronista con aerosol, un gato callejero doctorado en filosofía pop que no busca que lo conozcas, ni falta que le hace. Él prefiere hablarte desde un rincón de tu memoria donde alguna vez jugaste, lloraste o simplemente no encajaste.
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