Nosotras parimos o no
octubre 29, 2012
Desconozco si se deberá a que nací en un establo o a que la única lectura durante mi infancia fue el Catecismo. Tampoco sé si la causa reside en que mi familia es un anexo del Vaticano o en que para mis padres es preferible ser socialista que apóstata. Pero lo cierto es que no veo razón plausible para aprobar el aborto, aun soslayando cualquier argumento religioso. En mis entendederas de talibán, no cabe legitimación para que una mujer, sementera primigenia, pase a ser cadalso. Uffff, no, no voy bien. No puedo decir casi lo contrario de lo que quiero decir para después decir lo que verdaderamente quiero decir, la gente se lía, yo me lío. Además quería hacer una cosa limpia y pugilística, al servicio de la verdad. Quizá, a fuerza de tratar la ironía como una cebolla, me haya convertido en una mueca de mí mismo y ahora no pueda decir una sola palabra en serio. Entre la distancia y el humor, saltaba de flor en flor sin que se manchara mi traje rayado de zángano. Sin embargo, en este caso quería realizar una invectiva desnuda. Supuse que sería fácil hablar del encomiable amor de madre, para luego traer el aborto a colación como un amor subvertido, como un brazo que, en lugar de convertirse en extremidad, creciera hacia adentro destrozando los órganos. Más imágenes:Saturno, que masticaba a sus vástagos porque uno estaba destinado a destronarlo; Medea, que envenenó a sus dos hijos para recobrar la justicia; una
hámster, que, en ocasiones, engulle a su progenie Dios sabe por qué razón. Puede que me suscitara una sonrisita interior, pero la correlación mitología-mitología-animal doméstico se me antojaría inadecuada para el tono deseado.

Ni querría ni podría seguir por estos derroteros. Hablando de esa manera contentaría a todos y, por tanto, no escocería a nadie. Las esquinas mal barridas del texto podrían producir la ambigüedad suficiente para que lo enarbolara quien quisiera. Hay que abandonar cabriolas y masturbaciones mentales para empezar desde donde se debe. Primero: la condición sine qua non para que un homicidio se produzca es que la víctima sea un ser humano. Cuestionarse la esencialidad del hombre no es un tema político ni jurídico, por lo que será preferible pasarse a quedarse corto a la hora de legislarlo. Establecer una línea temporal es injusto y gratuito. La diferenciación entre el no-ser-humano y el ser-humano tiene que venir dada por un salto ontológico, o al menos realmente cualitativo. Tratar el feto como una prosopopeya, sería igualarlo a un tropo literario, por lo que apenas podríamos diferencias entre un nonato y una metáfora. Mierda, ya me estoy desviando y haciendo comparaciones peligrosas. Retomemos el rumbo. No se trata de qué es un hombre, sino de a partir de cuándo se es un hombre. Sería prodigio de garrulez no comprender el proceso de gestación que sigue un zigoto –no un espermatozoide ni un óvulo, que no se gestan, sino que fecundan o son fecundados-. Supondrán, los creacionistas, que el niño empieza a materializarse en el alumbramiento, siendo una barra de materia neutra hasta encarnarse en el último tramo de la vagina. Los evolucionistas podrían no sostener tal teoría, admitiendo la formación gradual del feto hasta lo que conocemos como bebé, que es un término absurdo como el dadaísmo (ten cuidado). Esto nos obligaría a crear un frontera temporal marcada por… depende, hay escuelas. Unos respaldarían que desde la formación del corazón porque son unos sentimentales insolubles; otros, más sobrios, cuando el susodicho tenga forma de anfibio, al separarse de la especie de pangea orgánica, unos con una nariz respingona, otros con una judaica que les hace respirar, mayoritariamente, su propio aliento. Entonces me daré cuenta de que todo esto suena regular, cierto en el más estúpido sentido del término. Me percataré de que nunca busqué la verdad, sino todo lo demás y que esto último, lo de las narices, u ofende o distrae.
Vamos fatal. No se entiende nada. Lo más conveniente sería olvidar este artículo, pero bueno, al fin y al cabo es para un blog y no recibo un duro por ello (-Capitalista. -¿Yo? No. El capitalista es el tabernero, dile que me regale la cerveza porque me opongo al capitalismo, a ver qué pasa). Tenemos que aterrizar en algo concreto, en alguna palabra cívica y lo suficientemente manida para que pueda ser tragada sin dientes. La tengo: derechos. En la cuestión del aborto subyace un problema de derechos opuestos. ¿Existe el derecho a no parir lo concebido? Y si existe, ¿es jerárquicamente mayor que el derecho a nacer? Creemos que no. El derecho a la vida se erige, necesariamente, como supremo e inalienable. Todos los demás derechos están destinados a regir el trascurso social de la vida, pero qué regir cuando el trascurso se ve sesgado. ¿O es que podemos utilizar al otro como fin? Es decir, quiero al niño cuando viene a completar mi idilio pequeño burgués y a acallar mi apremiante instinto maternal –somos animales al fin y al cabo-. Podrían presentarse casos dramáticos, que algunos hay, aunque menos de los que quisieran los demagogos. Nos referimos a violaciones, penuria económica, perspectiva familiar nefasta, etc. En tales casos podría acudirse a una red de adopción que te recogen al “no-deseado” para convertirlo en el “anhelado” con un simple cambio de contexto. Los niños adoptivos pueden tener problemas psicológicos a largo plazo, dirán; vale, pero sería sacrificar un perro ante la posibilidad de que algún día tuviera pulgas. La cosa es que lo de la adopción no suele contemplarse, lo que se explica por la conjugación de dos principios: “si no lo veo, no me duele” + “o para mí o para nadie”. En todos ellos el derecho secundario de la madre se sobrepone a un deber fundamental. Y, pese a que se olvida con excesiva frecuencia, no estamos hablando de perros, tampoco de pulgas. Se nos viene a la mente la escena de Alien, en que una mujer, despellejándose la garganta, imploraba: “¡sácamelo, sácamelo!”, y es que el parásito alienígena amenazaba su integridad física y, por ende, sus perspectivas de seguir con (su) vida. ¿Qué has hecho? Con esto último has echado a perder un párrafo que no iba mal del todo. ¿Puedes dejar de dar cabida a las imágenes disparatadas que se te pasen por la cabeza para, de una vez por todas, servir a la razón, aunque sea sólo un poquito? Joder. Me queda un párrafo para remediarlo.
Veamos. Cuál es la línea de flotación de los abortistas: “nosotras parimos, nosotras decidimos”. Sólo hay dos cosas que se pueden reducir a una frase: las grandes verdades y las grandes mentiras. Por lo tanto, tengo que preguntarme si esta proclama es cierta y hacerlo con mansedumbre y orden, que bastante embarrado tengo el artículo a estas alturas. Que “ellas” paren parece irrebatible –con la excepción, qué duda cabe, de Arnold Schwarzenegger en Junior-. Ahora, ¿que la mujer sea la que dé a luz implica que tenga la última palabra?; porque eso es lo que encierra la frase, notemos las elipsis posibles: “(Si) nosotras parimos, nosotras decidimos” o “nosotras parimos, (por lo tanto) nosotras decidimos.” Siendo condicional o consecutiva, la oración significa lo mismo. ¿Podría esto extenderse a otros compases de la existencia? Cabría preguntarse. ¿Se puede, una vez parido, abandonar la lactancia dejando que el bebé muera de inanición? Esto es, “nosotras amamantamos, nosotras decidimos”. Aquí el crimen es activo, allí pasivo, ¿pero es que no existen, acaso, delitos de lesa humanidad, de negación de auxilio, de omisión en definitiva? Más grave en el caso pasivo -el de parir-, pues si una madre se negara a amamantar por el hecho de tener glándulas mamarias –recordemos (si podemos alimentar, podemos no hacerlo)-, se puede recurrir a otra amamantadora; sin embargo, si se decide no parir, se le está privando, a “esa cosa”, de la única manera que tiene de vivir, y por ello es un crimen de lesa humanidad directo, face to face: yo, fulanita, en virtud de tener útero, único medio que podría darte la vida, te niego la existencia que ya bullía en mí, te sentencio. Y lo peor no es que así sea, sino que me encuentro con centenares de personas que no ven la abominación que implica. Consideran progresista el egoísmo más atroz, la depreciación de la vida ajena en favor de una parcela de la mía propia, pues todo se resume en esto: valgo más que tú y, si lo pienso, ninguno de los dos valemos mucho. Bueno, esto no ha salido mal del todo, ¿no? Quizás te ha sobrado la referencia a Arnold, pero bueno, “nadie es perfecto”. Me tomaría entonces un descanso, ahora que vamos concluyendo, puede que un cigarro, para llegar al ordenador con la intención de escribir la frase de cierre, capaz por sí sola de estropear un texto bueno o de disimular uno malo. Querré que sea algo añoso, profético pero no peripatético. Por ejemplo:“Quien tenga oídos para oír, que oiga”. Ah, demasiado connotado y serio. Sería mejor algo más humorístico que relativice lo dicho hasta ahora. Groucho tal vez:“Éstos son mis principios, si no les gusta, tengo otros.” Ahora sí, así parezco más inteligente que íntegro y engordo mi cobardía con un buen solomillo de civismo.
José María Contreras Espuny
De su blog Animal de Azotea.
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