Nos roban la concentración

Rosa Parks nació en el estado de Alabama, una de las zonas más racistas de su país. Entre sus ascendientes se contaban africanos, americanos nativos, escoceses e irlandeses, una mezcla, sin duda, muy poderosa. Cansada de la segregación racial, un buen día, cuando tenía cuarenta y dos años y poseía una larga trayectoria en la lucha por los derechos civiles —trabajaba en Montgomery como secretaria de la National Association for the Advancement of Colored People—, se negó a ceder su asiento en un autobús urbano a un joven blanco y ocupar una plaza en la zona trasera, como mandaban las leyes segregacionistas. Fue el 1 de diciembre de 1955, una fecha para la historia. Por ello entró en prisión y recibió una sanción económica. Su valiente gesto despertó conciencias, movilizó multitudes y consiguió que la corte suprema de los Estados Unidos declarara ilegal la segregación en el transporte. Aquel día, en el autobús, Rosa Parks era una activista por los derechos humanos llevando a cabo «una batalla visible»: escogió un lugar que simbolizaba una lucha más amplia e inició un combate no violento. 

Hoy siguen existiendo causas que merecen «batallas visibles» para conseguir los cambios legislativos y regulatorios necesarios. La detención del cambio climático es una de ellas, una fundamental. Podríamos añadir muchas otras, pero todas, sin excepción, van a depender de la concienciación y la movilización de las personas. Para lograrlas, resulta imprescindible que consigamos estar concentrados y atentos. Este es el primer gran cambio necesario. Johann Hari, autor de El valor de la atención (Península, 2023), llama a este cambio indispensable la «Rebelión de la Atención». La necesitamos. Existen pruebas más que evidentes de la manipulación que nuestra mente, en manos de las grandes corporaciones tecnológicas, está sufriendo. Prueben a buscar en su móvil la aplicación «Salud Digital» y miren la cantidad de tiempo que pasan al día mirando su pantalla: se van a llevar una sorpresa, quizá hasta se preocupen y piensen en poner remedio.

No son ideas nuevas. Hace años que otros autores, como Bruno Patino —el lector recordará su obra La civilización de la memoria de pez (Alianza Editorial, 2020), reseñada en este medio—, advierten sobre este desgraciado fenómeno. Hay que hacer algo, sobre todo por los más pequeños. No podemos dejar que los niños, sobre todo en las poblaciones de más de 50.000 habitantes—donde se concentra la proporción de población más elevada y la inseguridad de las calle es mayor—, hayan perdido la libertad y la capacidad de jugar con otros niños y vivan, desde muy pequeños, con la naricita pegada a una pantalla, sometidos desde antes de poder ser conscientes de casi nada a la manipulación de las empresas que integran el capitalismo de la vigilancia. Hoy, en las ciudades, resulta extraño ver grupos de niños jugando entre ellos, interrelacionándose, con la merma de su grado de sociabilidad futura que eso supone.  

Quizá alguien esté pensando ya en cómo iniciar el movimiento con una «batalla visible» contra la sede de Facebook, por ejemplo, red social cuya toxicidad y cuyo carácter disruptivo de la buena convivencia están sobradamente probados. El protagonismo que sus algoritmos tuvieron en la propagación de las ideas ultraconservadoras que hicieron posible el triunfo del Brexit o la elección de Donald Trump —hechos desestabilizadores de nuestra convivencia— resulta claro. 

Esta deriva se puede parar, debemos hacerlo. Tenemos el derecho de recuperar nuestra capacidad de concentración, poder levantar la vista del teléfono, volver a ser libres. Es un hecho que mientras más duran nuestras visitas a los sitios de Internet creados con ánimo de lucro más dinero ganan las grandes empresas tecnológicas; por eso manipulan nuestra capacidad de atención e intentan, con técnicas de persuasión creadas en laboratorios ad hoc —como el célebre Behavior Design Lab de la Universidad de Stanford (California)— que no los abandonemos. No hay más que mirar a nuestro alrededor para ver personas ausentes, mirando embobadas una pantalla. 

Debemos recuperar el tiempo y las capacidades que nos están robando. No se trata de ir contra el empleo de la tecnología, buena en sí misma, sino contra el mal uso que mentes capciosas y muy poderosas por el lugar que ocupan están haciendo de ella. Sean críticos con las redes, por favor, y a ver qué formas de «batallas visibles» se les ocurren. Podemos cambiar de rumbo.

 

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Imagen de Rosa Parks sentada en la parte delantera de un autobús cuando su gesto ya había logrado el cambio en la legislación (© UP/Corbis/Bettman).

 

Víctor Espuny.

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