Noche de Reyes
Tres magos de Oriente traen sus regalos. «Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo». No se dice que sean reyes. En la Escritura se mencionan como magos, pero no astrólogos ni científicos en el sentido contemporáneo. Eran más bien buscadores de una verdad más profunda, convencidos de que Dios ha escrito su palabra en la creación y el firmamento es su obra autógrafa. Iban en búsqueda de Dios como un camino de encuentro consigo mismos… y viceversa, en el interior de un círculo de sabiduría ancestral donde -dicen- quizás comenzó a fraguarse el trasfondo caldeo del eneagrama.
Buscadores inquietos de mundos interiores, no eran aventureros que consumen experiencias, sino que su mirada era mucho más profunda. Herodes también buscaba al Niño, pero por miedo a perder su trono. Por eso, cuando los magos llegaron al palacio real dejaron de ver la luz de la Verdad. Allí están las sombras del ego, que impiden contemplar la verdadera estrella, la luz de Dios, de nuestro pábilo vacilante. Pero no nos apresuremos a juzgar sin antes mirarnos a nosotros mismos. Porque tantas veces somos Herodes que vemos en Dios a un competidor, un límite a nuestra voluntad de poder o reconocimiento, de hedonismo o conveniencia… y deseamos eliminarlo de nuestro horizonte. Y es que sabemos -o tememos- que esta estrella no se detiene en el atrio de ninguna fortaleza, sino en la jamba de un portal humilde y desprovisto.
No hay más signo que un Niño envuelto en pañales. No hay más gloria ni más verdad, ni más vida ni encuentro más transformador que rendirse postrado ante la debilidad más vulnerable. Por eso los magos regresaron a casa, pero por otro camino. Transformados para siempre, desde dentro.
Hoy las luces de la ciudad no dejan ver las estrellas en el cielo. Sobran luces, faltan estrellas que nos guíen. Sobran adoradores de todo, faltan buscadores como los magos. Hay que salir al encuentro de la verdad propia en las propias heridas. Y esto solo puede hacerse en la noche temida y desconcertante. También muchas luces se hacen pasar por estrellas porque solo quieren brillar, no alumbrar. Quizás por eso y como indicación en todo crecimiento honesto, es importante recordar algo que decía mi admirado Benedicto XVI: «El lenguaje de la creación, los signos de las religiones guían a lo largo de un buen trecho del camino. Pero no dan la última claridad». Al final la estrella se detiene y los maestros enmudecen. No hay más luz que la de ese Niño recostado en un pesebre. Camino, Verdad y Vida.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.