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No te nos mueras, Sevilla

No te nos mueras, Sevilla

Desde que estudio fuera he llegado a la conclusión de que me gusta echarte de menos. Añorar es la vitamina de la pasión. Recordarte desde lejos, imaginarte sin tenerte cerca, soñarte sabiendo que cuando abra los ojos no te tendré enfrente, es lo que me empuja a cogerte con ganas, a valorarte, a pisar tu cuerpo adoquinado como lo hice en mis primeros pinitos como bípedo, dubitativo, inseguro, tambaleante. Nunca me brindas un reencuentro igual. Según la ocasión, vistes, hueles y te iluminas distinta. Ya sé que eres diferente, que va en tu ADN, pero lo siento, tengo que decírtelo, cada vez te veo más cambiada. Y no, no hablo de un cambio hacia una madurez inevitable, de nada originado por tu metamorfosis natural, hablo más bien de una cirugía estética mal resuelta a la que te están obligando a someterte. 

Quede claro que no te culpo, que son la rabia y la envidia del amante las que te dedican estas líneas y creo que, en parte, compartes lo que te digo. Desde hace unos años te están intentando despojar de todo lo que te hace poderosa, te han abierto los pechos y los han rellenado con la silicona del dinero, tu canalillo es un continuo trasiego de maletas. El mapa de tu cuerpo antes conducía a una isla del tesoro y ahora intentan que sea un croquis del IKEA. Sé que eres hospitalaria y que acoges en tu capacho a las visitas, vengan de donde vengan, pero amiga, tú y yo sabemos que no es lo mismo mostrarte con lo que tienes, con tu libro y tus reglas, con tu cara lavada, que intentar aparentar lo que no eres para agradar a gente que igual que vino se irá. Si no quieren verte salvaje y con el pelo suelto que no vengan.

Tus chulos te están vistiendo para que los de las chanclas y los calcetines blancos quieran venir a verte, cuando tú estás guapa de verdad cuando te dejan ser, con tus simplezas y tus excesos, con tu manera única y original de existir, niña y vieja. En nombre de la avaricia te están prostituyendo, cariño. El día es tu noche, y en tu noche vuelves a ser tú, la de siempre. Como en aquella película del museo encantado que veía de niño, cobras vida, te despiertas de la pesadilla cuando la Plaza del Triunfo se calla y desde los escalones te dejas ver, cuando no hay ruidos de maletas ni patinetes derrapando, cuando te dejan que te mires para dentro, cuando te desmaquillas frente al espejo de la oscuridad. Eres tú, qué paradoja, cuando nos alejamos de tu centro, cuando nos vamos a tus barrios. Te he sentido más cerca compartiendo litronas con amigos en un descampado. Manda huevos que seamos nosotros los que tengamos que escondernos para verte, irnos de los bares de toda la vida porque te suban abusivamente los precios, huir como apestados. 

Si te siguen tratando así, niña, pronto la gente habrá nacido en Sevilla pero no será sevillana. Me gusta que ataques con tu fuego, en cada guiri con la piel rosácea veo tú repulsa. Por mucho que lo intenten siempre serás el romero de la gitana, la tapa en la barra, la cerveza helada, el gitano andando con la guitarra, la mierda de caballo, las farolas vigilantes. Eres, vieja ciudad, el velcro en la zapatilla de la abuela, el diario en el banco, la motillo aparcada en la puerta del cielo. Eres una urbe adormecida que viaja en el vagón de una línea de metro sin construir, las setas envenenadas en el revuelto de los días, perdigones en la cara de tu futuro. Eres, aunque se empeñen en negarlo, la ciudad de las siete letras. Sevilla, el lunar en la barbilla del mundo. No te nos mueras nunca, carajo.

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Santi Gigliotti

Twitter: @santigigliottiw
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