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No soy un corredor. Experiencia única en el Maratón de Nueva York.

No soy un corredor. Experiencia única en el Maratón de Nueva York.

Yo nunca he sido corredor. Me apasiona la montaña y es donde me encuentro cómodo. Subir montañas, dormir bajo las estrellas y darme un chapuzón en un lago helado es lo que me hace sentir bien.

Hace poco comencé a correr como forma de mantenerme en forma  y poder acometer mis empresas alpinas. A partir de entonces me inscribí en algunas carreras con espíritu de participación ya que ni la edad ni mis aptitudes físicas me permiten otras metas. Poco a poco me fui enrolando en este mundillo y comencé a correr larga distancia: maratón, 50 km, 60 km…

En 2012 surgió la oportunidad de inscribirme en el maratón de Nueva York: “El maratón de los maratones”.  Aporté una marca oficial que junto con mi edad me permitieron formar parte de los elegidos para participar en esta experiencia única. Tuve suerte ya que apenas son pocas  las solicitudes aceptadas. La mayoría de los participantes acceden a un dorsal a través de un sorteo entre los cientos de miles inscritos.

La primera semana noviembre de 2012 Nueva York sufrió el Huracán Sandy que dejó todo el sur de Manhattan destrozado, Brooklyn arrasado y en definitiva paralizó esta ciudad durante algunos días. A pesar de los esfuerzos de la organización por mantener la celebración, finalmente el viernes por la tarde nos comunicaron la suspensión de la carrera por no poder garantizar la seguridad de los corredores. ¡Eso sí que fue un palo y no el del kilómetro treinta y tres…! Asumimos la situación y el domingo cuatro de noviembre, día de la celebración de la carrera, corredores de todo el mundo recorrimos Nueva York con nuestras camisetas y dorsales como si nada hubiera ocurrido, reforzando con ello el simbolismo de esta prueba. Junto con mi grupo corrí treinta kilómetros del trazado finalizando en Central Park y cruzando la que hubiera sido la meta.

No obstante y a modo de compensación, la organización nos mantuvo el derecho de la carrera (a todos los que íbamos a participar en esa edición) para poder usarlo en alguna de las próximas ediciones. En mi caso, en noviembre de 2014 de nuevo fui a Nueva York para desafiar a la mala suerte y cumplir con uno de mis sueños atléticos.

El Maratón de Nueva York es la carrera más popular de las que se celebran anualmente en el mundo sobre la distancia de 42,195 kilómetros. Tradicionalmente tiene lugar el primer domingo de noviembre. Fundado en 1970 por Fred Lebow (1932-1994) y organizado por New York Road Runners, asociación de la que era presidente, en su primera edición contó con una modesta participación de 127 corredores, que pagaron 1 dólar de inscripción. El Maratón neoyorquino -integrado en el World Marathon Major con los de Boston, Chicago, Tokio, Berlín y Londres- ha crecido incesantemente, convirtiéndose en un evento atlético de repercusión internacional en el que actualmente más de 50.000 participantes, entre profesionales y aficionados, cruzan la línea de meta.

La salida se da en Staten Island, justo en la entrada del puente de Verrazano, que cruza la bahía y conecta con Brooklyn. Desde aquí el circuito pasa por todo Brooklyn y Queens hasta llegar a Queensboro Bridge, que es donde se cruza el East River y nos adentramos en Manhattan, ya en la milla 16. En Manhattan se sube por la Primera Avenida, por una pequeña zona de colinas que hacen bastante dura esta parte, para llegar al Bronx.  Se corre una milla por el Bronx, se cruzan dos puentes y se llega a la Quinta Avenida hasta Central Park, donde se corre una milla.  Se sale otra vez a la Quinta Avenida por el hotel Plaza. En Columbus Circle se vuelve a Central Park para afrontar el último kilómetro y la meta situada en Tavern on the Green (26 millas).

El Rey Felipe VI entregó en 2014 el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes al Maratón de Nueva York, la carrera “más popular de cuantas se celebran en el mundo, es un ejemplo de convivencia pacífica y de unidad”.

En esta edición de la carrera la semana estuvo meteorológicamente un poco  revuelta y ventosa hasta el mismo sábado. Las previsiones para el domingo eran “mucho frío y mucho viento” aunque el cielo permanecería despejado. Y así fue. Temperatura de 3º C y 75 km/h de viento.

A las 5,30 del domingo me desplacé hasta Staten Island en autobús de la organización permaneciendo en “corrales” (así los llaman) desde las 6,15 hasta las 9,40 momento de la salida de mi corral (la primera). En función de tu marca personal, sales antes o después y para ello te preubican en corrales).

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Lo más duro fue permanecer en un descampado durante las 3 horas previas a pesar de los ágapes que ofrecía la organización (café, barritas energéticas, bollería…). Hacía tanto frío que durante una hora me resguardé en uno de los urinarios portátiles que había. Llevaba tres capas encima de las que me despojé en los primeros kilómetros. Para allá, para acá, mirando el reloj, haciendo pis… cuando por fin a las 9,40 y después del cantico del himno americano a capela por parte de un representante de Nueva York, sonó el ansiado pistoletazo de salida. ¡¡¡Espectacular!!!

No es un maratón para hacer marca personal debido al perfil del recorrido con muchas subidas y bajadas, por lo que procuré disfrutar del trazado, de sus gentes, del ambiente… Las condiciones de frío y viento también constituyeron un obstáculo para poder rodar en condiciones. No sé cómo, pero durante la mayor parte del recorrido tuvimos el aire en contra. Cogí mi ritmo llevadero (sin presión) y respiraba día festivo por cada uno de los barrios que recorría. Más de dos millones de personas estaban agolpadas a lo largo de los cuarenta kilómetros a lo largo de los cuales te animan, vociferan, ofrecen agua, alimentos, apoyo, sonrisas… Sin distinción del barrio por el que pasaba, fuera Manhattan o el Bronx todos animaban con banderas de muchísimos países. Cuando veía una bandera española me acercaba y nos vitoreábamos. ¡Qué experiencia! Doscientas bandas a pié de trazado para animar a todos. En vivo y en directo grupos de rock, jazz, coros de góspel…  Un placer para los amantes de la música.

Mi mujer me esperaba en la milla 16 al entrar en Manhattan y me pude parar con ella unos segundos y abrazarla. Al finalizar la prueba también estaba con un abrigo porque la temperatura era de pulmonía segura. Al final, como todos los maratones que he corrido, llegan las fatiguitas de la muerte, pero entrar en Central Park y cruzar la meta lo compensa todo.

En definitiva, una experiencia única que recomiendo a todos los amantes del running y en una ciudad que me enamora, NUEVA YORK, la ciudad del eterno retorno.


Benjamín Sánchez


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