Niña


Es raro escribir esta carta sin dirección, sin remite. Lanzarla a un vacío tan lleno de ausencia, de dolor, de sentimientos bonitos emponzoñados por la pena. Como tú, soy sevillano, crecí contando primaveras dentro de este patio de aromas que tenemos por ciudad. Pisando adoquines antiguos, bebiendo de soles imposibles, embrujándome de lunas que se posan en las azoteas. Ya sabes lo chiquitito que es este tacón de cristal que se dejó queriendo la madre de Dios en las escalerillas de la gloria para darnos cuna. Un pañuelo. Así es el sitio donde nacimos, un barrio hecho de barrios, un pueblo hecho de pueblos. Qué paradoja, ¿eh? Qué chico es todo cuando todo está en su sitio y qué grande se vuelve cuando algo desaparece.
Pienso que lo más seguro es que algún día nos hubiésemos encontrado, que es muy probable que coincidiésemos en una bulla viendo un paso, en la puerta de una caseta cuando los farolillos están en el suelo y la gente camina con sandías en las mejillas, en una discoteca bailando, en una mañana de esas en las que la calle Velázquez está petada de gente que camina rápido, con bolsas. Y huele a adobo en Blanco Cerrillo y a perfume fuerte de tiendas de las que tú saldrías de comprarte un vestido bonito. No, no sería tan raro que nos hubiéramos cruzado como se cruzan dos desconocidos. Sin yo saber quién eras tú, sin tú saber quién era yo. Quizás irías empujando un carrito de bebé o de la mano de algún amor que te quisiera bonito, que te cuidara y hubiera protegido tu vida con la suya.
Pero te congelaron en niña, te petrificaron en esos ojos misteriosos desde los que hoy nos miras. Ojos grandes que encerraban sueños, constelaciones por visitar, interrogantes a resolver. Ojos tristes a los que les quedaban lágrimas que derramar. Ojos con miradas por interpretar, a los que les faltaba mucho por ver y por guiñar y por hablar sin decir ni una palabra. Por qué tan pronto y por qué no nunca. Por qué no se le puede dar para atrás a los desmadres de las manecillas. Por qué el demonio tiene tantos nombres, pero siempre se apellida cobarde. Por qué los malos acceden a la suerte. Por qué la fortuna abandona a quien menos lo merece. Por qué las casualidades a veces forman un puzle tenebroso, un rompecabezas de escalofríos. Por qué te llevamos tan clavada si el mal está a la vuelta de cada esquina.
Yo recuerdo la indignación de mi abuela cuando me llevó a la Avenida de la Constitución a pedir justicia, la impotencia de mi madre cuando llegaba a casa con la grabadora a cuestas. Decían tu nombre como si fueras de la familia, aún lo siguen haciendo. Como la mayoría de gente. Ya sabes, un barrio hecho de barrios, un pueblo hecho de pueblos. Aquí las cosas siguen igual por enero. Llueve y todo se tiñe de un gris antiguo, del color con el que se deben de maquillar las tropelías. Dieciséis años después estás nítida, insertada en la memoria popular de una comunidad que se resigna a olvidar. Sevilla es una madre y tú su niña perdida. Por más oscuras que sean las noches sin descanso, la luz de la cocina sigue encendida. Muchos besos allá donde estés. La omertá de los monstruos, que algún día quebrará de verdad, no impide que te llevemos con nosotros.

EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.