Mujeres dormidas


El consumo de hipnosedantes, ansiolíticos y antidepresivos en mujeres en España ha experimentado un preocupante aumento en la última década. Según datos del Ministerio de Sanidad y el Plan Nacional sobre Drogas, las mujeres han sido las principales consumidoras de estos fármacos, con una diferencia notable respecto a los hombres. La pandemia de COVID-19 y el confinamiento han exacerbado esta tendencia, reflejando una crisis de salud mental que les afecta especialmente a ellas.
Según la Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES), en 2022 consumen hipnosedantes sin receta el 17,2% de las mujeres, el doble que en 2013. El consumo de ansiolíticos y antidepresivos no es más halagüeño: en 2015, el 9,8% de las mujeres tomaba antidepresivos regularmente, cifra que alcanzó el 14,5% en 2021. Los datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (AEMPS) muestran que la dispensación de benzodiacepinas aumentó en más de un 20% en los años posteriores a la pandemia.
El confinamiento y la crisis sanitaria de 2020 provocaron un aumento significativo de la ansiedad y la depresión, especialmente entre las mujeres. Un informe del Instituto Nacional de Estadística (INE) indica que los síntomas depresivos en mujeres pasaron del 14% en 2019 al 23% en 2021. Este deterioro en la salud mental explica en parte la escalada en el consumo de psicofármacos.
Es cierto que la OMS reconoce que las mujeres tienen el doble de probabilidades de ser diagnosticadas con depresión que los hombres. Parece que los cambios hormonales afectan especialmente a lo largo de la vida de la mujer (ciclo menstrual, embarazo, posparto, menopausia), influyendo en el estado de ánimo y la susceptibilidad a la ansiedad y la depresión. Según datos del Ministerio de Sanidad, en 2017 se dispensaron antidepresivos a razón de 140,3 dosis diarias definidas por cada 1.000 mujeres, frente a 52,8 en hombres. Para los ansiolíticos, las cifras fueron de 83,5 dosis diarias definidas en mujeres y 43,4 en hombres.
Pero, no nos engañemos, en muchas ocasiones, los médicos tienden a recetar ansiolíticos y antidepresivos más fácilmente a las mujeres en lugar de explorar otras alternativas terapéuticas. Y este sesgo de género tiene una explicación sociológica muy evidente. El confinamiento, por ejemplo, afectó más a las mujeres porque, en su mayoría, ellas han sido educadas como madres y cuidadoras, aumentando durante la pandemia el estrés y la ansiedad.
Del término “patriarcado” se ha abusado tanto con fines espurios que no me gusta usarlo sin una matización profusa. No obstante, los que trabajamos terapéuticamente con mujeres no tenemos otra expresión más precisa que ésta para abordar el problema: muchas mujeres asumen un doble o incluso un triple rol (trabajo, cuidado de hijos y hogar), lo que no solo genera agotamiento, sino también un estrés crónico y unas depresiones larvadas con las que pueden convivir durante décadas. Si a esto sumamos el perfeccionismo autoimpuesto para estar a la altura de las redobladas expectativas familiares y sociales, el cóctel puede ser demoledor.
También conviene incluir como variable una realidad que no logramos sacudirnos, y es que las mujeres tienen derecho al mismo salario que un hombre, pero la mayor presencia de mujeres se da en trabajos mal remunerados o de menos fuste, muchas veces por debajo de su cualificación, a lo que sumamos la inestabilidad laboral en los años en los que una mujer decide tener hijos y crear una familia. Evidentemente, todo ello genera un mayor impacto en su bienestar mental.
Por último -por decir algo, porque aquí no se acaba nunca-, las mujeres están más expuestas a la violencia de género y los abusos, lo que aumenta el riesgo de ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático. Noemí Pereda es doctora en Psicología Clínica y de la Salud y profesora titular de Victimología en la Universidad de Barcelona. Además, dirige desde 2009 el Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA). Pues bien, en la revista científica Papeles del Psicólogo (2016, vol. 37 [2]), Pereda publicó un estudio titulado “¿Uno de cada cinco?: Victimización sexual infantil en España”. Sí, en España entre un 10 y un 20% de la población ha sido víctima de abuso sexual en su infancia (una media del 6,3% de chicos y un 18,7% de chicas), generalmente antes de cumplir los 13 años de edad.
El 75% de los agresores pertenecen al entorno de la víctima, lo que ha hecho que estas chicas no pudieran sentirse seguras ni desarrollar vínculos plenos de confianza desde muy pequeñas, ni siquiera en ámbitos de un profundo alcance en la vida de las pequeñas: la familia, el colegio, el equipo deportivo o la parroquia.
El uso de hipnosedantes y antidepresivos sigue en aumento entre la población femenina, y no es por casualidad. Es el síntoma de una sociedad enferma por falta de igualdad real. ¡Qué dura ha sido y que dura es la vida de la mujer! He tenido que escuchar a tantas mujeres decirme “yo solo quiero dormir”. ¡Cuánto camino nos queda! Quiero hacer todo lo que esté en mi mano para no tener que oír esa expresión nunca en los labios de mis pequeñas.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.