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Mujer Crisálida

Mujer Crisálida

Rubén Darío, el afamado poeta, manifestó en su día con agudeza y humildad que el artista siempre está por encima del hombre. Probablemente lo hizo durante una ingesta temeraria de alcohol o después de ella porque antes estaría estrangulándose el ego a la busca y captura de metáforas brillantes, las mariposas del lenguaje.

Y es totalmente cierto lo que dijo en el caso masculino porque la mujer artista por tradición siempre ha tenido que estar a la altura de ser madre, trabajadora y ama de casa y a la altura de la moralidad social que impone sus reglas. O los casos extremos, mujeres creadoras talentosas ninguneadas y humilladas por sus parejas, varones creadores también. Mujeres poderosas anuladas por el egocentrismo y la vanidad del macho artista. Son múltiples los ejemplos de ninguneo o vejación: Auguste Rodin con  Camille Claudel, Diego Rivera con Frida Kahlo o el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra con su esposa Clara Campoamor.

Las crisálidas son un proyecto, un proceso, un hueco ocupado, a medio camino entre el objeto y la criatura. Hay crisálidas doradas y hay crisálidas plomizas. Las crisálidas se escriben, se dibujan, se esbozan. Quienes viven y vuelan cromáticas son las mariposas. Son las mariposas quienes degustan el aire limpio y aletean artísticas como almas diminutas. La crisálida es la muerte que llama a la vida con el reclamo del arte. La mariposa es el derecho al riesgo, a la belleza, a morir a la intemperie; a tocar la libertad que puede espachurrarte las alas. El derecho a tener y tomar aliento. El derecho a elegir las flores para las que trabajo. El derecho sólo a posarse y no a postrarse y a oscuras. Aun así, la división no es absoluta, en toda crisálida habita el sueño de una mariposa y en toda mariposa habita el fantasma de una crisálida. Y esto, sin lugar a dudas, donde más se pone de manifiesto y se puede apreciar, a modo de metáfora, es en la mujer. El binomio proceso-logro, crisálida-mariposa alcanza mayor relieve y diferentes matices y acentos en la figura femenina de nuestro tiempo en todos los ámbitos de su vida (profesional y privado). Existen muchas mujeres en nuestra sociedad que siguen buscando su alegría y su persona, como la Soledad Montoya del romance de Lorca. Y así lo gritan. Así lo demandan. Así lo exponen. Es la diferencia entre la seguridad inmóvil de la larva y romper la cápsula. Es la diferencia entre el silencio recluido y asumir el riesgo de la metamorfosis en mariposa. Es el libre albedrío entre crearse y respirar paralizada. El arte es un conducto y un respiradero profundo.

Todo esto me pareció ver y leer mientras miraba atentamente en el Museo de Osuna la exposición de pintura Mujer Crisálida de la artista Claudia Racatá. Y digo bien leer, porque los cuadros de Claudia son muy literarios, simbólicos, hay que leerlos a través del trazo y el color. Los óleos son textos que te cuentan o inclusive te susurran y precisamente van acompañados exquisitamente de poemas o fragmentos literarios que los completan y complementan. No se puede tener mejor gusto estético ni ser más atenta con los clásicos, o sea con los sabios, que igualaban pintura y poesía.

Borges escribía que quizás la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas. Y posiblemente la más bella y certera sea la metáfora femenina.

No se la pierdan. Vayan a ver la exposición Mujer Crisálida en el Museo de Osuna, hasta el 30 de noviembre. No duden en visitarla. Refléjense en ella. A este lado de la mirada está la artista Claudia Racatá. Al otro lado de nuestras miradas, donde el cuadro pierde la perspectiva, permanece la mujer trabajadora y madre Claudia Pérez Catalán.

En las pinturas se intuyen las crisálidas. Por la sala de exposición, claro está, revolotean las mariposas.

                                                      Vengo a buscar lo que busco,

                                                       mi  alegría y mi persona.

                                                                   

Francis López Guerrero

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