Muerte de un trabajador

El hombre terminó de almorzar, se refrescó, se puso el uniforme de poliéster color verde, cogió un par de botellas de agua de la nevera y un pequeño pulverizador casero, y salió por la puerta para cumplir su jornada laboral. De dos a diez de la noche de un día más de trabajo. Un día más limpiando las calles de la ciudad. Un día más con una temperatura de cuarenta grados. Un día más con un calor que apenas si deja respirar. Un día más que, como este mismo hombre llegó a presentir (si no hoy, puede que suceda mañana), no sería uno más, sino el último. El último día de un trabajador que caía inconsciente sobre la acera de la calle en la que trabajaba una tarde del verano pasado.

La temperatura de su cuerpo superaba los 41 grados, falleció de un infarto ya en el hospital, y a más de uno y a más de una les faltó tiempo. Faltó tiempo para que, una vez la noticia comenzó a circular por los medios de comunicación y redes sociales, salieran políticos y sindicatos y jefes de empresa a decir ¡cómo es posible que ocurra un hecho así! ante todo micrófono o cámara que les pusieran por delante. Y acto seguido, una vez puestos al corriente los hogares españoles sobre el trabajo de limpieza que algunos hombres y mujeres llevan a cabo en las calles de su ciudad a esa hora en la que Los Simpson dejan paso al telediario (por lo visto muchos y muchas no se habían enterado hasta ese momento), esos mismos sindicatos y esos mismos políticos y esos mismos jefes acordaron reunirse en breve para tomar las medidas necesarias y para que una tragedia así no vuelva a suceder nunca más. Nos reuniremos y no nos levantaremos de la mesa hasta dejarlo todo atado y bien atado por el bien de los trabajadores y trabajadoras.

No. No les creo. No creo que la muerte de este hombre cierre la larga lista de ciudadanos y ciudadanas que han caído inconscientes al suelo y en plena calle tras pasar horas trabajando a más de 40 grados y bajo el sol, para morir poco después. Quizás tuvieran verdadera intención de cumplir sus palabras y sus acuerdos mientras permanecían sentados a la mesa; pero una vez finalizada la reunión, pienso que olvidaron lo pactado. Y es que no puedo esperar –ni espero– credibilidad en las palabras de unas personas a las que les es necesario que un trabajador muera por un golpe de calor para darse cuenta que algo así puede ocurrir a lo largo de los asfixiantes días de un verano donde se llegaba en no pocas ciudades españolas a muy altas temperaturas. Porque, decirme la verdad, ¿no os acercasteis ni una sola vez a las ventanas de vuestro despacho equipado con aire acondicionado a lo largo de los días de julio y agosto? Cuando os bajabais del coche un domingo para ir con vuestra pareja y los niños a la piscina, ¿no se os pasó por la cabeza que esa bofetada de calor que os pegaba en la cara mientras recorríais el trayecto entre el coche y la entrada a la piscina es la que tendrían que soportar durante casi ocho horas muchos trabajadores y trabajadoras enfundados en un traje de poliéster y sin sombra alguna al lunes siguiente? Y el martes. Y el miércoles. Y el… No. No creo que se os pasara. Me dijo un abuelo hace tiempo que, para que cosas así pasen por la cabeza, hay que tener primero sangre en las venas. Y eso sí lo creo.

Decía la letra de una vieja canción –cuyo título no recuerdo en este momento– que todo se olvida al caer las primeras hojas del otoño. Y no sólo los amores de verano. También se olvidan  las muertes en plena calle y a más de cuarenta grados mientras trabajan en las horas marcadas por la empresa que te ofrece un contrato temporal (y ya sabemos lo que les ocurre a las personas que se quejan, que reclaman sus derechos, o que se niegan o no pueden cumplir dicho horario). Muchos y muchas olvidan estos hechos, sí, pero no las familias de los fallecidos. Estas familias ni pueden ni quieren olvidar.

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El hijo de este hombre confesó a un medio de comunicación que, tras responder por teléfono a las preguntas de un periodista, se sentó frente al ordenador de su padre y encontró en el historial de Google una búsqueda muy reciente: “Qué hacer ante un golpe de calor”.

Álvaro Jiménez Angulo

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