Mitologías españolas: Antonio Machado


Apenas se producen contenidos humanos, la belleza ha dejado de ser sagrada, únicamente proliferan continentes -a cuál más frívolo- listos para el comercio y el consumo. Han mercantilizado hasta los suspiros y las palabras se revelan hojarasca. La felicidad es una farsa, la verdad se ha vuelto inasible, laberíntica, y la honestidad brilla por su ausencia.
A Collioure llega el canto del mar con el eco de sus ahogados y de los muertos a destiempo. Los muertos anónimos cavan sus tumbas en la brisa. A Collioure llega el canto afónico del mar con el diapasón de las bombas. Pero también llegan los sueños de los pescadores enarbolados con los corazones de los niños que se elevan a los cielos como cometas en la playa. Amar es quedarse, con los muertos y con los vivos.
A Collioure llega la mirada fúnebre que tiene el horizonte y el crespón del sol en medio del espacio aunque sea amarillo infantil. Llega el tiempo cruel de los hombres que siempre es actual y se pasea a sus anchas la pena negra de la historia remolcada por las bestias del odio. Llegan el exilio y la elegía con puntualidad y por sorpresa la lírica provenzal y la elegancia de los trovadores; el aura libre de Leonor de Aquitania y el aliento juvenil de Leonor Izquierdo, la musa, la esposa, la amada; el dolor. El hálito del amor como entrega sin edad. Llega el aire frío del cementerio del Espino en Soria confundido con la luminosidad de Sevilla.
A Collioure llegan los cuentos populares de la abuela y las canciones populares del padre, el folclore y el estudio, y la ciencia del abuelo que canta con el mar de Homero que la vida es un puro milagro gracias a la mezcla cariñosa de la luz, el agua y la química del carbono. A Collioure llegan el arte de morir, la desolación de Manuel y el llanto de José, los hermanos, con días azules que se escapan y un viejo gabán entre las manos. En Collioure está la madre hecha de tierra y preguntas, de vejez e inocencia, porque amar es siempre quedarse, con los vivos y con los muertos.
A Collioure llegan la cerrazón y la Institución Libre de Enseñanza. La mala baba y la delicadeza. Llegan las muchedumbres cargadas de ira, el pensamiento uniforme, el deseo monocorde, y al minuto Juan de Mairena con una sentencia apabullante.
A Collioure llega España desvencijada, ese jirón girante de sociedades y pueblos. Ese turbión de sangre, intenciones y reproches. Ese medio millón de kilómetros cuadrados en eterna disputa. Eso, que llevamos en los cromosomas mestizos. Y está llegando cada día una España culta y civilizada que ha sido borrada por el dogmatismo y las consignas.
A Collioure arriba la pérdida y la filosofía que siente que hoy es siempre todavía, que el ahora es el único desafío a la imagen de la calavera, el mañana es un rito burgués que sólo ofrece oportunidades con un alto interés. A Collioure, destino, parada, oráculo, llegan los miércoles de ceniza despojados de simbolismo y la poesía metafísica que busca a Dios sin solemnidad, ligero de atributos. Y detrás llegan el esfuerzo y el sudor de los trabajadores para conjugar el poema del salitre y la dignidad.
A Collioure llegan la política vengativa y el deber moral, una geografía entera que se parece al mundo y el retrato de la humanidad con su vileza y su bondad sin necesidad de los dioses. Llegan las voces de los poetas, los ilustres y los desconocidos, porque debe haber un punto donde todo termine para empezar de nuevo. Y aunque la muerte nos acecha oculta entre bastidores, la esperanza vestida de primavera se posará otra vez sobre una tumba.