Miradas largas


Eres llana, plana, sin accidentes elevados ni hundidos que interrumpan la monotonía de tu planicie. Eres baja, rica, andaluza y sevillana.
Eres extensa hasta la hartura, de largas y anchas lindes y no sé, ni es mi obligación saber, cuántos cuadrilongos te ha asignado la geodesia.
Sin altibajos ni barreras topográficas que intercepten la mirada tu horizonte plano se pierde en lontananza, donde la raya divisoria se difumina como vaho evanescente.
Te conocí de niño y hasta muy joven, y aún recuerdos vagos tuyos bailan en mi memoria.
En tu suelo pululan el hierro, el feldespato y el humus que te confieren una gama de variados colores. Pasas por el gris claro, pardo oscuro, rojo, ocre y una cohorte de matices varios.
En los meses de estío te resecas, te cuarteas y te mueres de sed. Te muestras dura, áspera y, con frecuencia, te aglomeras en duros terrones que obligan al agricultor a destriparlos para conseguir un lienzo liso y homogéneo.
En otoñales y siguientes meses hacen su presencia nubes que sueltan su valiosa lluvia sobre tu faz. En el momento bebes con ansiedad y, si el roción es abundante, te empapas y, ocasionalmente, hasta te añusgas. Entonces te vuelves blanda, maleable, suave y predispuesta para engendrar y parir después la cosecha.
Con escasas excepciones eres generosa. Con tu fertilidad das vida a un amplioabanico de plantas herbáceas cultivadas en tu superficie, sin olvidar la oleáceas en menor cuantía, pero todas contribuyendo al sostén y bien yantar de la población que te habita.
En tu arranque del sureste has hecho una excepción, te levantas en una colina y te doblas en ladera, donde se recuesta un pueblo, pueblo ilustre y majestuoso, aureolado con fulgentes edificaciones. Es centro de cultura y servicios de la comarca.
Partes hacia otras direcciones y extiendes tu planicie buscando el Río y, en tu trascender, has dado asiento a otros pueblos sobre tu llano suelo, grandes unos, medianos y pequeños otros.
A mí me invade la ilusión de echar a andar caminando en zigzag y llegar a todos los campos y comarcas, andar todos los caminos trazados sobre tu epidermis, pero pronto me doy cuenta de que eres demasiado extensa para caber entre los estrechos límites de este espacio.
Con la ilusión rota, mohíno y enrabietado tiro en direcciones quebradas, y en cada ángulo encuentro uno de esos maravillosos pueblos erigidos en tu solar. Me detengo para admirar sus tesoros históricos y artísticos mostrados en fúlgidas construcciones monumentales, cada una de las cuales alberga un castillo, una iglesia, un palacio… Cansado me tomo un respiro y, aliviado, reanudo sin demorar mi andar por las veredas llanas buscado el río, también yo, y, en su orilla, topo con tu creación terminante: tu capital. Se me va y se me viene el deseo de entrar, mirar, ver y deleitarme con sus maravillas. Pero no, no, hay que pasar ya a ocuparse a otras cuestiones.
Pese a la apariencia monótona de tu orografía, puedes presumir de momentos con encanto. Cuando en las mañanas el sol emerge por oriente inunda tu superficie con luz brillante, limpia y sin sombras perturbadoras. Disipa las legañas y aviva los ánimos. Y el atardecer aún es más hermoso. El sol, semioculto entre nubes, tiñe el cielo de bellos arreboles, momento en el que todas tus miradas se dirigen allí y, arrobada, contemplas el fascinante espectáculo de la caída del sol ocultándose tras la raya de los confines. Minutos y quedas en la oscuridad, la noche, punteada en el cielo por las estrellas. Y el silencio. Un silencio sólo interrumpido por el choque de los élitros, el croar en tus humedales y el cante en las gargantas mojadas con vino en las tabernas.
Aunque tú lo sabes, te voy a recordar algo sobre la marea de los vientos que te azotan. Escoltados por variantes, son tres los dominantes, cada uno con su misión.
El más benigno es el ábrego, viento templado y húmedo que se cuela por la abertura del Guadalquivir entre las provincias vecinas, las que están junto al mar. Con frecuencia arrastra nubes que sueltan las lluvias que tan felices hacen a los agricultores.
Pero no son éstos sus únicos beneficios. Es el «refrigerador» del verano. Refresca el ambiente, limpia los rostros de sudor, posibilita el sueño y, con el nombre de marea, propicia la separación del grano de la paja en la tarea de aventado en la era. Puede decirse que es tu gran benefactor en cualquier época del año.
Por el norte te llega ese indeseable, endiablado Bóreas con sus resoplidos que, en verano, recalienta los cuerpos; cubre la piel con la incómoda humedad pegajosa; cuece lentamente en su horno los cerebros; hace sonar trompetas mosquiteras; provoca insomnio; deja que te coman las moscas…
En invierno, procediendo con la misma insolencia, cambia el signo de los grados Cº y provoca tiriteras, castañeteo, encogimiento, frotamientos… Y esas insufribles inflamaciones y ampollas que ponen los dedos tumefactos e hinchados como botas. La picazón es persistente y el doliente rasca que te rasca sin ver el final de su tormento, que sólo acabará con la templanza de la primavera.
Ya sabes tú. Pero si estás en la inopia, entonces pregunta a gañanes y aceituneros.
Aunque contradictoriamente, también aporta beneficio, pues, junto con el anterior, regula el crecimiento de los cultivos y, por ende, el resultado en las cosechas.
El tercero asoma por levante. Sopla recio, es prepotente y esaborío. Es estéril y no aporta nada provechoso, pero, por hacer algo, pone las cabezas asolanás.
¿Que qué sé yo? Poco. Y sólo por experiencias juveniles vividas durante mi estancia en tu solar que, en parte, todavía puedo recordar.
Por otro lado, tú conoces bien mis manías, las que me ponían a observarte a través de miradas largas tiradas desde la cumbre de la colina que, además, me permitían buscar en direcciones norte oeste, curioso y abstraído, el final de tu extensa planicie.
Eres hermosa y atractiva por tus características ambientales. Sobre tu faz sustentas una rica flora y una variada fauna menor, así como una numerosa población humana agrupada en pequeños y grandes pueblos. Eres famosa y tu nombre, sonoro a la vez que suave, figura en todos los tratados de geografía.
Hoy llueve sobre ti. Y del agua que empapes esperamos mucha ventura y bienestar. Estamos contentos.
¡Ay Campiña Campiña! Tan cerca estás, tan lejos te tengo . Tú me entiendes ¿verdad?

Amante de las letras, la enseñanza, la tecnología y, sobre todo, de Osuna.
Nacido en 1929 en El Saucejo (Sevilla) es el columnista con más experiencia vital que posee El Pespunte. Ha dedicado su vida a la enseñanza de EGB en distintas localidades andaluzas y su pasión por la informática le llevó a aprender a editar vídeo y audio y, por devoción, a no alejarse de Osuna.