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Mi espacio

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Diciembre. Puesto de belenes en la Avenida, oscuridad temprana, humo de castañas. El adoquín frío, el jipi desafinado tocando baladas con la funda de la guitarra abierta, Sevilla iluminada por campanas y guirnaldas de colores. Bufandas, perfumes más fuertes, perros abrigados. Es complicado andar, más si viene el tranvía. Debería llevar guantes, pero no me gustan. Bolsas de Álvaro Moreno, sudaderas de Silbon, pita una bici para que te apartes del carril.

En Puerta Jerez hay unos skaters intentando caminar con la tabla por el filo del poyete. Gorros de rayas, cascos de música metidos por dentro del forro polar, uno se da un jardazo y se levanta tranquilamente, otro hace zigzag en unos pequeños conos que hay en el suelo. En la parada del metro niñas vestidas de uniforme pegando gritos, con el móvil colgado de una cuerda, hablando de lo mismo de lo que han hablado en el patio del colegio, que será de lo mismo de lo que hablen por WhatsApp cuando lleguen a casa a eso de las 23:00. Cerca un grupo de chavales con las manos en los bolsillos. Primeros viernes, cigarros sueltos, mechero en mano.

En el kebab del Cristina siempre hay alguien entrado en carnes, con coleta, barba y con una camiseta negra con letras rojas de algún grupo de rock duro. Nunca es el mismo tipo, siempre es distinto. Todos tienen pinta de estudiar alguna movida de ordenadores y de tener una de esas estanterías que tanto se ven en YouTube, con comics y muñecos cabezones. En la barandilla de enfrente del McDonald’s se agolpan las bicis y las mochilas amarillas y naranjas. El semáforo para cruzar hacia Los Remedios es eterno y se arma una melé a un lado y a otro de la carretera. Cuando se pone en verde la gente se esquiva.

Cruzando el río a lo lejos se ve el luminoso de Cruzcampo. Hay que ir parándose por el puente para no pasar por medio de la foto del guiri que quiere que salga el río y de fondo la Torre del Oro. Te paras, disparan a prisa, te alzan el pulgar y te sonríen. Van con mochila y bermudas. Andan en sentido contrario niñas con cuellos vueltos, pelos recogidos y bolsos grandes con sus iniciales. Son esas a las que les gusta colgar la foto de la copa de vino blanco con filtro Yakarta. Van a cenar con el pariento en Torres y García o quizás a la Bodeguita Romero. Les gusta pedir tartar al medio. Al llegar al final del puente, está el puesto de churros, montado en el mismo sitio en el que estaba en la Velá. Fritanga, abuela con abrigo de visón, en una mano el dedo aceitoso, en la otra la servilleta de lija. El nieto lleva el bigote y el jersey de Benetton lleno de chocolate. Disfrutan.

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Cruzas hacia el Museo de Carruajes y sigues recto, en la esquina de Plaza de Cuba con Asunción está tumbado el hombre de la radio y el cartón de vino, vigilando el perímetro. La calle larga también está iluminada. Balones, patinetes, veladores. Padres que hace dos días iban a donde iba yo, niños que dentro de tres días serán yo. Estanco, Mas and Go y callejón. Litro, mechero y cremallera hasta arriba: “Illo habéis visto lo de la Agencia Espacial”…

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti

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