Mereció la pena

Han pasado los años, pero muchas veces, el discurrir del tiempo solo convierte la herida en cicatriz. Y las cicatrices, al contrario de las marcas de nacimiento, son avisos adheridos a nuestra piel que nos recuerdan las cosas que nos ocurrieron viviendo. En cierto modo, ha conseguido rearmarse, crear una armadura con los retazos de una persona que algún día fue pero que por las circunstancias desapareció. Mudar de piel cuando la vida te ahoga no es que sea complicado, sino que muchas veces es la única opción que se tiene para seguir caminando. Nadie desaparece por gusto, la invisibilidad siempre tiene más de necesidad que de capricho.

Lo malo del silencio es estar con tu cabeza, lo bueno de la soledad es que evitas que te molesten desde fuera. Lo malo de hablar y contar lo que sucedió es que cualquiera se cree con derecho a opinar, lo bueno de ser valiente es que sabes que, aunque duela, has hecho lo correcto. Ya duda de lo que necesita, no tiene claro si quiere apoyo o que todo el mundo la deje en paz. “Todo el mundo”, piensa. Maldito conglomerado de personas despiadadas que detrás del privilegio de poder esconderse tras todo el mundo, deciden opinar públicamente y de manera infundada sobre casos íntimos y delicados, banalizándolos y convirtiéndolos así en una especie de shows mediáticos con los que pasar la tarde. Performances grotescas en las que poder lucir sus putas proclamas ideológicas sin pararse a pensar ni un segundo en las víctimas.

Ella solo quería justicia, y de repente, sin quererlo, se encontró con un debate sobre la justicia donde no solo se convirtió a sus victimarios en protagonistas, si no que algunos la acusaban de mentir. Le costó nadar a contracorriente, le abrasaban los comentarios que ponían en cuestión su testimonio, se le hizo aún más cuesta arriba un camino que ya era farragoso de por sí. Llegó a pensar si habría hecho bien, si todo aquello merecía la pena, si no hubiese sido mejor callar. La presión hace que se nublen nuestras certezas y que se tambalee nuestra seguridad. El mero hecho de que nos acusen de mentir aun teniendo claro que es lo que ocurrió, acojona.

Y luego estaban ellos, sus verdugos, a los que lejos de solo tener que ver representados como monstruos cuando cerraba los ojos, volviendo de manera involuntaria a aquella noche aciaga, también se le aparecían en la televisión, en los periódicos y en las redes sociales, con sus asquerosas muecas que trataban de simular una falsa inocencia. Ellos, a lomos de una parte de la sociedad que aprovechó la oportunidad para volcar en sus figuras el machismo reprimido y rancio que necesitaban expulsar. Ellos, cubriéndose las espaldas, en superioridad numérica, juntos a devorar a una presa que se atrevió a hacerles frente.

Hoy ha vuelto a casa y al abrir el buzón, el corazón le ha dado un vuelco. Era una carta pidiendo perdón, es decir, reconociendo lo que ella lleva años defendiendo con su salud. Puede que no sean unas disculpas sinceras, que sea una simple estratagema que busque beneficios penitenciarios, pero a ella le vale. Le vale porque cuando luchas contra gente que no cree en ti, la razón es una medalla que merece la pena morder. Le vale porque los demonios no suelen escribir a domicilio, y menos para disculparse. Le vale porque por primera vez en años, siente que las heridas de su alma están cicatrizando.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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