Memorias de un estudiante amnésico (16)

Me examiné en septiembre de 1979 de las tres suspendidas y solo aprobé Lengua española y Literatura: aprobar Latín y Griego sin tener práctica en traducirlos o escandir versos resultó imposible. Ya no podía seguir en Portaceli. Mis padres optaron por llevarme de nuevo a Osuna, a los verdes trigales salpicados de amapolas y a los conmovedores atardeceres, únicos, del pueblo. Volvía al instituto Rodríguez Marín, ancho y fuerte, siempre en alto pero oculto por la sombra de la Colegiata: él sobrio, con su traje discreto; ella con un llamativo vestido de fiesta, la más celebrada, a la que todos piropean y llaman guapa.

El paso del tiempo me había convertido en un adolescente con carnet de conducir. Para mi sorpresa, llegado a Osuna tuve a mi disposición un Seat 600 matriculado en 1964 pero aún en funcionamiento. Resultaba seguro para circular por el pueblo y poco más. Si salía a la carretera, algo que tenía prohibido, en verano debía parar cada pocos kilómetros para ponerle agua al radiador y evitar gripar el motor. Era feliz con el seíta, mi refugio, y lo recordaré siempre como se recuerda a un compañero de correrías. Otro de los refugios con los que contábamos entonces era «el Kung Fu», el autobús urbano. Quedaba aparcado por las noches en un lugar céntrico, discreto —junto al Mesón del Duque— y abierto: bastaba con apoyarse en la puerta y ejercer una leve presión para que esta se abriera y el vehículo se llenara de jóvenes necesitados de hogar propio. Aquel autobús llevaba una doble vida quizá inimaginable para sus usuarios diurnos.

Durante el curso 79/80 se vivieron en Osuna importantes acontecimientos culturales. En el mes de diciembre, mientras nosotros veíamos nuestros días condicionados por la necesidad de superar la primera evaluación de COU —Latín y Griego de tercero los superaría en enero—, salió a la calle el primer número de El Paleto 2ª Época, publicación ursaonense mensual que llegó a superar los cincuenta números. Su línea editorial era liberal para la época pero conservadora a los ojos actuales. De gran formato y complicada maquetación, impreso por el infatigable Bermúdez, aquel periódico estaba ilustrado y redactado por los principales creadores del pueblo. También contó con colaboraciones de importantes personajes de la vida cultural española, como el ubicuo Camilo José Cela, que había pasado por Osuna en 1958. Colaboraron en él, entre otros muchos, Mariano Zamora, Eduardo Díaz Ferrón, Eloy Reina Sierra, Juan José Rivera Ávalos, Enrique Soria Medina, Juan Camúñez, Alberto García Ulecia, Manuel Cubero, Cristóbal Martín, Antonio Villar, José Ángel Sánchez Fajardo, Víctor Fuentes, los hermanos Álvarez Santaló (Carlos León y Rodolfo), Manuel Rodríguez-Buzón Calle, Emilio Mansera Conde, Carlos Álvarez-Nóvoa, Fernando Villalón, Antonio Gala y el mencionado Camilo José Cela, tan amigable a veces, cuando le convenía, como para escribir a Manuel Cubero una carta en papel con membrete de la Real Academia Española que se reproduce en el número de mayo de 1980. En ella Cela demuestra interés por la sección sobre lexicología titulada Pequeño diccionario de Osuna que Cubero escribía número a número. En el Instituto, algunos profesores y alumnos escribían una polémica revista, titulada Tururú, editada en fotocopias y bastante espontánea en sus opiniones. Estaba dirigida por el inefable Paco Arroyo, profesor de literatura, persona de opiniones y conducta muy libres para la época, escandalosas para la mentalidad general, muy mediatizada por décadas de pensamiento único. Osuna debe al señor Arroyo la resurrección de su carnaval. Recuperado por él en febrero de 1980, y aunque muy pasado por agua ese año, sirvió de nexo a muchos jóvenes progresistas. Con la fundamental contribución de personalidades hoy desaparecidas, como Manuel Rodríguez-Buzón Calle y Rodolfo Álvarez Santaló, la cultura de Osuna vivió una época dorada. Los melómanos acudían a los conciertos organizados por Manuel Rodríguez-Buzón Calle, desde 1973 director de la Obra Cultural de la Caja de Ahorros San Fernando y gran benefactor del oído musical de los ursaonenses; los mayores recordarán sin duda la Decena de Música Sacra, que congregaba en la Colegiata de Osuna cada pocos años orquestas de primer orden, capaces de conmover con su música al más embrutecido. En el diario El País perteneciente al 16 de marzo de 1980, en un artículo firmado por José Aguilar, leemos: «En la II Decena de Música Sacra se integran conferencias y conciertos. Entre las primeras, además de la ya citada de Samuel Rubio [maestro de capilla y organista del Real Monasterio de El Escorial], hay que destacar las de José Enrique Ayarra, organista titular de la catedral de Sevilla, sobre El órgano y los órganos de Osuna; Ismael Fernández de la Cuesta, catedrático de Gregoriano del Conservatorio de Madrid (Canto mozárabe, ambrosiano y gregoriano); Tomás Marco, profesor del conservatorio madrileño y compositor (La música religiosa, hoy), y Andrés Pardo, director del Secretariado Nacional de Liturgia (La misa). Con respecto a los conciertos, serán ofrecidos por la Orquesta Bética Filarmónica de Sevilla, la Escolanía del Real Monasterio de El Escorial, Cuarteto de Madrigalistas de Madrid, Orquesta de Cámara de Asturias y Coral de Santander, Solistas de Cataluña y [el estadounidense] Daniel Chorzempa». Todos, individuos y formaciones, primeras figuras del mundo de la olvidada y emotiva música sacra, tan defendida por Rodríguez-Buzón y otros espíritus sensibles.

Nosotros, en realidad, nos enterábamos bien poco de todo lo que estaba pasando, íbamos a lo nuestro: intentábamos vivir y esquivar los suspensos.

 

(Continuará)

 

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Interior de la colegiata Nuestra Señora de la Asunción de Osuna(guias-viajar.com).

 

Víctor Espuny

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