Medidas temporales

Hace unos días, y en Leer por Leer —una plataforma de difusión editorial—, apareció una reseña de Una vida acomodada y otros cuentos. La noticia hizo que me hinchara y anduviera por mi casa tan derecho, y con la barbilla tan alta, como un pavo soltero. La reseña viene firmada por José María Contreras, profesor universitario, crítico y escritor, a quien agradezco el detalle públicamente y mando un abrazo desde aquí. Ya ven si es bueno tener sobrinos. (Pueden leer esta reseña, y otras de José María, siguiendo este enlace).

Llevo unos meses enfrascado en una empresa relacionada con asuntos históricos. No sé a ustedes, pero a mí siempre me han llamado la atención, por improbables, las proezas atribuidas a Mariano Téllez-Girón (1814-1882) durante su estancia en Rusia como embajador. Riesgo y ventura del duque de Osuna de Antonio Marichalar (1893-1973) ha sido durante décadas, y seguirá siéndolo, una especie de compendio de los absurdos despilfarros ducales en San Petersburgo. Digo seguirá siéndolo porque esos hechos, a pesar de ser testimonio de un absoluto desprecio por los más elementales principios de economía doméstica, han sido considerados ejemplos de rumbo y señorío, de esplendidez, virtudes consideradas muy españolas y merecedoras de aplauso y alabanza. Pero una cosa es ser espléndido, y el XII duque de Osuna sin duda lo era, y otra ser un despilfarrador sin tasa. Riesgo y ventura del duque de Osuna es una biografía novelada de Mariano, no una obra rigurosamente histórica. Si estudiamos una a una las famosas hazañas ducales (el lanzamiento al río de una vajilla de oro para impresionar a los invitados a un banquete, el envío de una expedición a Siberia para conseguir pieles de zorro azul, la compra del mejor caballo del conde de Orloff y su humillante condena a la almijarra de una noria, etc.), comprobamos que no existe ningún apoyo documental que las sostenga. En uno de los casos, el de la vajilla de oro arrojada al río Neva, Marichalar menciona al escritor Juan Valera y al genealogista Francisco Fernández de Béthencourt, dos autores muy acreditados, como fuentes históricas del episodio, pero si uno va a los textos de ambos no halla mención alguna a esta gesta ducal —ni a ninguna de las más extraordinarias—. Parece que todas estas historias legendarias provengan de artículos periodísticos que aprovechaban las malas comunicaciones de entonces, y la distancia entre el escenario de los acontecimientos y los lectores, para tener entretenido al público con relatos inventados. Eran, simplemente, fake news. Figúrense, además, qué credibilidad podemos dar a las páginas de Marichalar dedicadas a la estancia del duque en Rusia, que tuvo una duración más o menos continua de doce años (1856-1868), cuando su contenido está basado, muy principalmente, en las cartas mandadas por Juan Valera desde Rusia durante su estadía en aquellas tierras, estancia que duró apenas medio año (desde diciembre de 1856 a mayo de 1857). Llegará el día, espero verlo, en el que algún historiador viajero y políglota, capaz de consultar con solvencia la prensa y los archivos rusos, escriba una biografía del duque rigurosamente histórica. Posiblemente descubriremos a un Mariano Téllez-Girón nuevo, mucho más talentoso de lo que nos han inclinado a pensar.

En las últimas semanas he tenido la suerte de leer un par de novelas de Rafael Azcona (1926-2008), el que fuera guionista célebre y novelista casi desconocido. A su imaginación, y a su capacidad para adaptar obras ajenas, debemos los guiones de casi cien películas, la mayoría muy aplaudidas por la crítica, y muchas también por el público: El verdugo, La escopeta nacional, La vaquilla, El bosque animado, ¡Ay, Carmela!, Belle époque, La lengua de las mariposas, Los girasoles ciegos, etc. Sus novelas El pisito. Novela de amor e inquilinato y Los ilusos, a las que me refería antes, son una ventana abierta al Madrid de los años cincuenta, una época narrada habitualmente con una lamentable falta de sentido del humor, atributo que a Rafael Azcona le sobraba. No todo fue gris en aquella España en blanco y negro.

 

Imagen: Fotograma de El bosque animado (1987), película dirigida por José Luis Cuerda y guionizada por Rafael Azcona a partir de la novela homónima de Wenceslao Fernández Flores, autor de gran comicidad.

 

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Víctor Espuny

 

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