Mayores

Todos estamos de paso, sí, pero unos más que otros. En el caso de las personas de más mérito ese estar de paso se atenúa, se vuelve permanencia, incluso. Galileo, Madame Curie, Sigmund Freud, Louis Pasteur, Indira Gandhi, Homero, Cervantes, Faulkner, Virginia Woolf, Monserrat Caballé, Django Reinhardt, Farinelli, El Greco, Picasso… Sus nombres perdurarán, pasarán de una generación a otra hasta que los registros del pasado subsistan. Sin embargo, esos nombres imborrables corresponden a un porcentaje inapreciable de la humanidad: han existido miles de millones de los cuales no ha quedado memoria porque sus dueños no hicieron algo considerado extraordinario. El recuerdo de su vida ha desaparecido. Cualquiera de nosotros puede buscar sin salir de su rama familiar y los encontrará por decenas. Esos que ya se fueron y no dejaron huellas visibles de su paso sufrieron una muerte doble, la física y la documental, se esfumaron para siempre sin remedio, consumidos por la inapelable acción del tiempo.

Cualquiera de nosotros recordará a muchos que formaban parte de su paisaje urbano y convivencial y un día dejaron de estar, esa mujer de pelo ya encanecido con la que te cruzabas todas las mañanas y llevaba el amanecer en la mirada, o ese hombre, tan sociable, que pasaba el tiempo libre sentado en el sardinel de su casa y a todos saludaba, o quizá aquel otro, fallecido muy joven, que había levantado con gran esfuerzo un supermercado que daba gloria verlo. Carmen, Curro, Jose… Todos han muerto y muy pocos los recordarán dentro de una generación, apenas sus familiares directos.

La tecnología moderna, sin embargo, está poniendo remedio a estas carencias. Hoy día, y gracias a las redes sociales, podemos encontrar referencias en internet de casi cualquiera que haya vivido después de 2004 y haya tenido la voluntad de crear en ellas una página. Algunos de ellos han muerto también y, si no hicieron disposiciones en el sentido de eliminarlo, su perfil sigue ahí, ahí siguen sus palabras, sus imágenes, a veces su risa, y uno puede visitar esa página y estremecerse ante la inminencia de la muerte de todos nosotros pero también alegrarse de la existencia de un medio como ese, tan denostado, con razón, pero, al mismo tiempo, tan útil para algunas cosas. No sabemos cómo de larga será la vida de las redes sociales y de internet tal y como los conocemos, pero es posible que se haya abierto un método efectivo para la pervivencia del recuerdo de los miles de millones de personas que hasta ahora pasaban por la vida sin apenas dejar huella.

Pero existe un obstáculo. Son pocas las personas nacidas antes de 1940 usuarias de internet. La revolución tecnológica les sorprendió casi en la vejez, cuando la mayoría estamos ya demasiado hechos y los cambios nos cuestan tanto. De estas personas apenas hay presencia en la red, y cuando fallezcan desaparecerán para siempre. Con ellas se irán sus rostros, sus voces, sus gestos, todo aquello que las individualizaba y las convertía en personas únicas. Con el fin de evitarlo pueden crearse «bancos de memoria ancestral», webs similares en algunos aspectos a algunas ya existentes, como Genoom o Personal Ancestral File, pero de carácter público, acceso libre y gerencia privada o municipal pero estrictamente apolítica, extremo este muy importante para no pervertir, con pasiones enfrentadas,  algo que merece la mirada más limpia y cohesionadora posible. Se trataría de páginas circunscritas a barrios o distritos en las poblaciones de más de veinticinco mil habitantes, y a la localidad entera en aquellas más pequeñas, donde se almacenarían datos de esos mayores mandados por familiares y personas cercanas deseosos de compartir con el resto de vecinos el recuerdo de los desaparecidos. De esa manera se combatiría el olvido al que parecen estar condenados aquellos que nos precedieron. La empresa no es complicada. Bastará con diseñar la página y crear una plantilla en la que incluir de manera telemática los datos que se decidan (fotografías, textos, etc.). Sería una manera sencilla de conservar la memoria de los vecinos que nos educaron y se fueron, aquellos a los que quisimos tanto.

 

Imagen: Fotograma de El agente topo, película chilena de 2020.

 

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Víctor Espuny

 

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