Martínez, candidato

Martínez es un hombre metódico, quizá un poco maniático. Con los años ha creado una serie de hábitos sin los cuales se encuentra incómodo, como fuera de lugar. Más que manías, las suyas son necesidades. Su vida transcurre tranquila siempre que no se salga de esos caminos. Pero ahora, que se acercan las elecciones municipales, se siente extraño. Por primera vez, después de toda una vida alejada de la política, siente la necesidad de participar en ella de forma activa. Aunque es consciente de la podredumbre de cualquier organización que maneje poder y dinero, sabe que en la política local aún queda un resquicio para las personas honestas. Martínez disfrutaría caminando por los barrios cuya mejora se le asignara, dedicando mañanas enteras a escuchar las peticiones de los vecinos. Sabe que solo los que viven una calle la conocen y solo ellos pueden dictaminar qué mejoras son allí las más necesarias. Martínez se encuentra bien cerca de las calles más humildes. Admira a esas personas que se levantan cada mañana sin saber si van a comer ese día y a pesar de ello son felices, cantan y saludan al sol como a un amigo que solo puede traer oportunidades. Tiene Martínez el corazón grande y busca siempre una justificación para los pequeños robos que los más necesitados cometen en los comercios. Si le robaran a él posiblemente miraría las cosas de otra manera, pero Martínez no posee un negocio abierto al público: está felizmente jubilado. Cuando entra en esas calles en las que borricos, cabras y gallinas se mueven libremente, abre bien los ojos y esconde el reloj porque, a pesar de todo, siente miedo. Mujeres en chanclas, de piernas sucias y caderas poderosas se afanan tras los chiquillos y les gritan cariñosas maldiciones. Hombres jóvenes muy maqueados rodean coches tuneados y lo miran pasar con gesto serio. Él no fija la atención en nadie y se concentra para encontrar rápido la salida de ese barrio en el que no había entrado antes. No, en su vida como político ese tipo de barrio le exigiría habilidades que no posee. Para entenderse con esos que llevan navaja hay que haberla llevado encima, y no precisamente para ir al campo. Martínez tiene muy desarrollada la conciencia social, pero ninguno de los partidos políticos le convence. Por eso, algunos días piensa en formar uno. Lo llamaría el POE (Partido de los Olvidados de España). La primera vez que le vino la idea a la mente intentó empaparse del contenido de la Ley Orgánica 6/2002, de 27 de junio (publicada en el BOE núm. 154, de 28/06/2002), referente a la formación de partidos políticos en España, pero pronto advirtió que nunca había leído algo tan aburrido y ni siquiera consiguió llegar al final del texto. Así que una y otra vez vuelve a su idea de entrar en política y a olvidarse de ella, porque sabe que su entrada no es viable. Mientras tanto vagabundea por las calles de la población donde vive, atento a esos que no tienen y nadie defiende, precisamente porque nada poseen.

Martínez es una persona muy frugal. Con lo que algunos gastan en diversiones en un fin de semana él vive un mes. Gasta en zapatos porque los estropea pronto de tanto como camina, pero solo compra ropa cuando la suya está muy gastada y ya no le abriga o resulta poco presentable. Porque Martínez sabe que los modos, las formas, en esta vida son fundamentales, y no quiere presentarse ante personas desconocidas con mal aspecto. Eso sí: tan poco aconsejables le parecen la falta de higiene y el aspecto demasiado descuidado como la ostentación en el vestir, esa forma de ataviarse que tiene mucha gente, que parece ir diciendo «Mira cuánto dinero tengo y lo que me puedo permitir».

Y a pesar de que reconoce que nunca será candidato, Martínez sueña despierto con la gestión del municipio para ayudar a tanta gente necesitada.

 

Imagen: El barrio almeriense de La Chanca en los años setenta. Acuarela de Julio Visconti. 

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Víctor Espuny.

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