Mare
Esa terapeuta gigante que es Alma Serra nos decía el domingo pasado en un encuentro de Gestalt que, en Valencia, cuando los niños juegan al pilla-pilla (aquí decimos al “coger”, que en Hispanoamérica tiene otras connotaciones más traviesas) y los van a alcanzar, tocan corriendo la pared y dicen “mare” (madre).
Para ellos “madre” es “casa”. Yo he perdido a mi padre, pero cuando te faltan los dos imagino que uno se queda sin ese refugio de valor incalculable donde decir “mare” cuando te cercan los problemas y te cansa la vida. Y precisamente en valenciano “mare” tiene que ser casa y refugio.
¡Cuánto se ha perdido en Valencia! Cuántas vidas. Cuántas familias azotadas por una desgracia en cierta medida evitable por una buena gestión. Qué sentimiento de impotencia y qué escenario de injusticia inundado de lodo y devastación.
Los daños materiales han sido elevadísimos, pero ninguno de ellos generará traumas. En cambio, perder la “mare”, la casa, el refugio de los tesoros de cobre de mamá y el cerón de pan con el que repartía el abuelo en la burra, eso sí está generando un dolor que atravesará varias generaciones familiares.
Una casa, una mare, es todo lo que uno tiene y deja a sus niños después de una vida entera trabajando. Una casa es el arca donde custodiamos esa alianza del amor de una pareja, del amor a los hijos. El último chupete que usó o el cajón con sus pijamas perfectamente limpios y perfumados. Una casa es el escenario de los momentos más sublimes de una vida: una primera palabra, los primeros pasos, la cama donde se les arropa cada noche, el recuerdo del beso con el que se fue a la Universidad, la imagen de verla vestirse de novia delante de ese espejo… Y ahora todo eso rueda destrozado por las calles cubierto de barro. Son los recuerdos de toda una existencia que vestían cada rincón y rezumaban en cada objeto. La mare no es lo que cuesta, es lo que vale. Y vale una vida entera, incluso varias.
Cuando uno se queda sin sus padres, se queda sin la mare a la que correr buscando refugio y abrazar diciendo “casa”. Del mismo modo, quedarse sin hogar está generando una sensación traumática de vulnerabilidad y una sobreexposición terrible de la propia vida a cualquier peligro. Y no lo olvidemos, muchos han perdido todo lo la mare significa, a mamá y esa casa humilde de su niñez en donde ella vivía rodeada de recuerdos. Esa memoria que es nuestra historia y que nos hace ser la persona que somos. Los recuerdos que se llevó la tromba de lodo el día que tantos valencianos se quedaron sin mare.
A DIOS ROGANDO
Teólogo, terapeuta y Director General de Grupo Guadalsalus, Medical Saniger y Life Ayuda y Formación.