Maneras de crear
Hablemos de expresión. Si una persona siente la necesidad de escribir pero no encuentra el momento de hacerlo se está mintiendo: esa necesidad no existe. La precisión de escribir resulta tan acuciante como respirar, algo perentorio, y el que la siente se va a sentar a diario a hacerlo; antes habrá sido, y continuará siéndolo toda la vida, un lector apasionado. Diluvie, o haga un día maravilloso para pasear, la persona que escribe encontrará un rato y se pondrá a ello. Los medios le darán igual. Si se dejó el ordenador detrás escribirá en el móvil o en papel, en esa libreta que suele acompañarle en los viajes. Los de mi edad, incluso, serán capaces de desempolvar su antigua Olivetti y buscar carretes de tinta hasta debajo de la tierra.
La necesidad de escribir puede despertarse en la infancia o hacerlo cuando la persona ya esté bien crecida. Llegado el momento lo advertirá porque no podrá dejar pasar un día sin emborronar un papel. Y esa acción le hará bien: escribir es algo terapéutico, como cualquier modo de expresión. Se da una circunstancia curiosa. Hay personas que sienten la llamada de la escritura de ficción muy jóvenes pero de una manera débil porque saben que antes de sentarse a escribir tienen que vivir. Las hay, entonces, que lo hacen a tumba abierta, negándose a ver a la señora de negro, guadaña en mano, junto a cada curva, buscando el mayor número de experiencias por una necesidad imperiosa de vivir apasionadamente. Muchos de ellos se van quedando por el camino aunque quizá no les importe porque tenían asumido que vivir es una actividad de riesgo. Pasada la tormenta, el superviviente se va a sentar a escribir. Lo va a hacer mejor o peor, sí, pero no va a dejar de hacerlo. En ocasiones estará tan poco inspirado, o tan necesitado de comunicación, que solo será capaz de escribir sobre él mismo y sin apenas disfraz, pero en otras muchas ocasiones será capaz de alumbrar mundos nuevos, profundamente distintos a aquel en el que vive, y esa actividad le servirá siempre de evasión y de cura.
Nuestra mente debía ser mucho más libre. Se encuentra tan condicionada por la familia en la que nacemos, el lugar en el que vivimos y los mensajes que nos llegan que resulta casi imposible dejarla en blanco. Esa es una de nuestras mayores necesidades y uno de los mejores aliados de la persona que busca su modo de expresión, aunque gracias a ese ejercicio concluya que su circunstancia vital resulta insoslayable y solo puede aceptarla e integrarla en su obra.
Llegados aquí surge una pregunta importante: ¿es la escritura un medio de expresión superior al resto? Otras necesidades del espíritu —hacer música, fotografiar, pintar, bailar, diseñar vestuarios o decorados (agregue las que considere oportunas)—también pueden enriquecernos hasta conseguir darnos la vuelta, a veces como se le da a una prenda reversible, ayudándonos a descubrir que teníamos un envés desconocido esperando para mostrarse. Es cierto que los rasgos principales de nuestra personalidad se configuran en la infancia, pero las creencias y la ideología podrán cambiar a lo largo de la vida gracias a las influencias culturales y artísticas. Libros: en ello está todo. Podemos escuchar música, acudir a museos, a galerías, al cine, al teatro, de acuerdo, enriquece hacerlo, pero es bueno tener siempre presente que la sabiduría y las experiencias contenidas en los libros, aun siendo las mismas que han provocado otras manifestaciones artísticas, nos van a llegar de una manera mucho más intelectual y, por lo tanto, más certera y efectiva. El siglo XX, no obstante, renovó el panorama. Surgieron la música dodecafónica, el arte abstracto, el arte conceptual, expresiones de una intensa vida del intelecto y sin las cuales no podemos entender la civilización actual. Estas expresiones artísticas exigen del receptor de la obra un esfuerzo de entendimiento similar al que implica la lectura y son, por lo tanto, superiores bajo el punto de vista del cultivo de nuestra mente, tan necesitada de nuevas perspectivas e iluminaciones.
Fotografía de una de las versiones de One and Three Chairs (1965), de Joseph Kosuth.
Víctor Espuny
CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.