Luna de enfrente
Se han cumplido 55 años de que el hombre (americano) pisara, pisoteara, vulnerase, hollara el suelo de la Luna, que equivale a que pisoteara estados de ánimo y de conciencia. El American way of life tiene mucho de pisoteo terráqueo y lunar. La Luna históricamente es nuestro mayor almacén de sueños, dudas, pensamientos y deseos, que sólo abre de noche porque de día la mercadotecnia ya resulta abrumadora.
Hay quienes defienden que la llegada a la Luna no fue un hecho real consumado sino un hollywoodense montaje cinematográfico en un plató, una estratagema política. Irrelevante: la Luna está repleta de cine, de fábulas, y la vida de lunáticos sin corazón.
Desde tiempo inmemorial, empujados por una extraña inercia miramos a la luna (ahora con minúscula, sin astronomía, cercana, mundana) con el alma desnuda, como si fuera su propio reflejo, y en ella hemos depositado dudas, deseos, pensamientos, sueños, casi todos secretos por veracidad, nunca dichos o publicados abiertamente; salvo por los poetas canónicos que a lo largo de los siglos los han manifestado con el pretexto socorrido de la estética y han convertido al satélite natural de la ciencia en un viejo contenedor de metáforas que caminan alucinadas por el Mar de la Tranquilidad. El caso es que la luna es el confesionario que nos regaló el universo, de ahí que para las personas corrientes sea más religión que ciencia, más humana que objeto, más íntima que divulgativa.
Un veinteañero Jorge Luis Borges firmó uno de sus primeros libros con el título poco astrofísico y muy familiar de Luna de enfrente. Y Federico García Lorca en su Romance sonámbulo escribió “barandales de la luna por donde retumba el agua”. Sintió y vio agua en la luna antes de que la descubriera hace unos años la NASA. El conocimiento intuitivo o poético (imaginativo) no difiere del conocimiento científico, llegan a las mismas conclusiones, pero el intuitivo siempre llega con antelación. La única diferencia sustancial entre el agua lunar de Lorca y la que descubre la NASA es que la primera se envasa en el recipiente del misterio y el milagro. Es potable para el espíritu. Y la segunda se va a la acequia de la especulación y el experimento. Discurre inerte por los sistemas y los paradigmas.
Hace unos 4500 millones de años tras una fortísima colisión la Luna, que formaba parte de este planeta, tuvo la brillante idea de separarse de la Tierra, no es de extrañar por tanto su brillo nocturno, ni que se alce luminosa en medio de las tinieblas, por encima de la soledad en su propia soledad. Los expertos confirman que cada año que pasa se aleja un poco más de nosotros. Tampoco es de extrañar.
Sería una flagrante aberración, una vez más de ambición cientificista y técnica, dejarla exclusivamente en un artilugio y artículo en manos de especuladores materialistas y de personas insignes y eminentes que se llevarán un Premio Nobel. Eso significaría alejarla todavía más de nosotros. Los terrícolas que seguimos creyendo en los pequeños milagros queremos que a la luna de Borges, a la luna de Lorca no la alienen en exceso y sea propiedad de la sinceridad y permanezca como nuestra confesora ancestral. La maternal vecina de enfrente que mantiene durante toda la noche la luz encendida a las personas corrientes que deambulan entre los sueños y la desesperanza.
IDEAS Y CREENCIAS
Escritor y profesor de Lengua y Literatura.