Los riesgos del sobrediagnóstico. Crítica al Trastorno de Ansiedad por Separación
Estos días estoy leyendo muchos comentarios discrepantes con las nuevas propuestas de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA) materializadas en el nuevo volumen de su Manual Diagnóstico de Trastornos Mentales (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders Fifth-Edition) o DSM-V. No me quiero pronunciar al respecto pues aún no he tenido ocasión de leer el mencionado texto, aunque me estoy temiendo que hay indicios para estar inquieto.
Si bien, al hilo de esta cuestión quiero señalar que ya en el DSM-IV se apunta a maneras. Quiero dedicar esta publicación al llamado “Trastorno de Ansiedad por Separación”, el cual está referido a la infancia. En mi opinión, hay que hacer un llamamiento a la cautela y me atrevo a cuestionar incluso su existencia y voy a defender este argumento en base a lo siguiente:
Nos dice el DSM-IV que los criterios para su diagnóstico requieren que se cumplan al menos 3 síntomas de entre una lista propuesta. Nos gustaría reflexionar sobre lo oportuno de los elementos que la integran.
Entre ellos se encuentran el miedo o rechazo persistente a abandonar el hogar o a separarse de las figuras que son significativas; el miedo o rechazo persistente a quedarse solo en casa o sin las figuras significativas; el miedo o preocupación persistente porque le suceda algo a los padres o figuras significativas; pesadillas recurrentes en las que aparecen monstruos, fantasmas; el miedo o negativa persistente a asistir a la escuela; cefaleas, nauseas o vómitos ante la posibilidad de abandonar la casa o separarse de las figuras significativas.
Si tomamos a un niño de entre 3 y 5 años que sea más temeroso (no todo el mundo es, ni tiene que ser valeroso), inseguro y sensible a lo que ve en la tele, películas, historias de monstruos, etc., y que además es dado a la imaginación, a las fantasías, cosa por otro lado bastante común entre niños/as, es muy probable que ese niño manifieste preocupación por quedarse solo, separado de sus padres, lo que le sitúa según el DSM-IV, en los dominios del Trastorno de Ansiedad por Separación.
Además hay que señalar que estos síntomas están tan estrechamente relacionados entre sí, que es difícil no cumplir con todos ellos, apenas que se identifique a uno cualquiera. Es decir, si un niño teme separarse de sus padres, también estaría preocupado por si algo les ocurriese y que pueda quedarse sin ellos, también temerá ir a la escuela, y lo cual, también es más que esperable, si también teme salir de casa.
Por otro lado, la correlación somática del miedo, a través de la hiperactivación nerviosa se puede manifestar mediante síntomas físicos como los que se han citado.
En último lugar, si los padres son reactivos a estos miedos de sus hijos y se preocupan (cosa que tampoco es patológico), pueden sin pretenderlo, dar la razón a los evaluadores.
De la variabilidad humana se desprende que haya chicos inseguros, de la misma forma en que otros son más curiosos, otros son más expresivos, otros más reactivos e inquietos, imaginativos, etc. Sería horrible que todo el mundo fuese idéntico.
Si nosotros estamos en lo cierto, la gravedad de la situación reside en la sobrediagnosticación. Poner un diagnóstico a un/a niño/a conlleva muchos riesgos, como cualquier etiqueta que se pone a alguien, más aún cuando se trata de la infancia. ¿Estamos dispuestos a asumir ese riesgo?
Además, si el tratamiento de este “trastorno” implica la administración de determinados fármacos, ¿no estaremos despertando el interés de alguna compañía farmacéutica ávida de potenciales clientes?
Finalmente, para hacer justicia quiero añadir que esta crítica es extensiva a lo defendido por la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud porque también incluyen este “trastorno”.