Los olvidados

Nicola Chiaromonte (1905-1972), activista y escritor italiano, poseyó una mente privilegiada: crítica y dueña de una admirable capacidad de memoria, análisis y relación. Dedicó su vida a luchar contra lo que consideraba injusto y dejó detrás una obra ensayística de interesante lectura. Su postura era profundamente antifascista. Fue amigo de pensadores como Albert Camus y André Malraux, quien quiso inmortalizarlo con la creación del personaje Gionanni Scali para su novela L’Espoir (1938), fruto de la experiencia del escritor francés en nuestra Guerra In-Civil.

La paradoja de la historia (1970), la obra más conocida de Chiaromonte, es un ensayo inspirado por una idea bondadosa: intentar alumbrar el camino del hombre, que se mueve en tinieblas. Según su línea argumental, el hombre está falto de fe en una creencia sólida desde el inicio de la Primera Guerra Mundial,  desastre humanitario que supuso la pérdida de la fe en Dios —esta ya venía de antes— y en el hombre mismo, en su progreso, que había acudido a sustituir a la fe anterior. De esa forma se abre paso el nihilismo, la creencia en la no creencia, la desorientación más absoluta. Los medios de comunicación de masas ayudan a la difusión de las «mentiras útiles», necesarias en la retaguardia y en los frentes para mantener una sociedad proyectada hacia la consecución de la victoria. Tras la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, los fascismos y la Segunda Guerra Mundial —el proceso es largo pero el inicio del fin está marcado por el atentado de Sarajevo en el verano de 1914— ya no es posible ningún tipo de credo. El hombre ha sustituido todas las creencias anteriores por una fe ciega en la bondad de la posesión de bienes materiales, en el valor de lo novedoso y en la necesidad del progreso tecnológico, acelerando un proceso de autodestrucción ya imparable. Que esto lo escriba alguien en 2020, cuando las señales son visibles hasta para el más necio, resulta esperable. Chiaromonte supo verlo mucho antes.

El texto resulta muy atractivo y efectivo en su intención comunicativa porque apoya su razonamiento en el análisis y comparación de obras ya clásicas de la literatura de los últimos dos siglos. Principalmente, se basa en títulos de Stendhal, Tolstói, Martin du Gard, Malraux y Boris Pasternak. Chiaromonte tenía una gran confianza en la utilidad de la ficción como ilustradora de las experiencias individuales, una postura que viene a dignificar la lectura de novelas, género a menudo infravalorado por aquellos que dicen buscar el conocimiento. La paradoja de la historia puede ser considerado una antología de los mejores momentos del pensamiento contemporáneo occidental. Uno nunca volverá a ver la historiografía clásica como la veía antes de su lectura. Puede empezar a considerarla —aviso— como algo en realidad vacuo, inexistente por la radical imposibilidad de conocer todos los procesos vitales. La historia de los grandes nombres y las grandes batallas es solo una pequeña muestra de lo acontecido. La historia real, integral, abarcadora, no existe ni existirá nunca: su ejecución resulta imposible. Chiaromonte no se refiere a la imposibilidad de historiar las vidas de las personas humildes, anónimas y por tanto imposibles de mencionar, que también, sino a la falsedad inherente al uso de un solo punto de vista en el relato histórico.

La paradoja de la historia, tan lúcida, es también profundamente pesimista, al menos ese es el sabor de boca que deja al lector. No todo ha a ser comedia.

 

Nicola Chiaromonte, La paradoja de la historia, Cinco lecturas sobre el progreso: de Stendhal a Pasternak, Barcelona, Acantilado, 2018. Traducción de Eduardo Gil Bera.

 

Imagen: Vista de Rapolla (Potenza), localidad natal de Chiaromonte. (e-borghi.com).

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Víctor Espuny

 

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