Los famosos bancos



Cierto que esta arenga patriótica merecía un tema más enjundioso, pero es bueno que nos acostumbremos a mantener una actitud crítica en lo grande y en lo pequeño, en lo trascendente y en lo cotidiano.
Bien, vayamos al tema: por si a estas alturas alguien no ha visto el famoso mobiliario urbano, ahí va un par de muestras. Lo primero que salta a la vista es su estética. No parece la más adecuada para un entorno como el de la Plaza de Rodríguez Marín. Éste es en cualquier caso el aspecto más opinable, porque lo artístico –por propia esencia- no se puede normalizar, medir, definir en suma; pero sí hay unos mecanismos perceptivos muy generalizados, en los que casi todos coincidimos, porque obedecen a razones animales, evolutivas, más genéticas que educacionales. Según estas normas, la estética de las sillas es, cuando menos, agresiva, lo contrario de lo que se esperaría en un mueble que debe parecer acogedor, visualmente “blando”, aunque sea del más duro de los materiales.
Y lo peor es que esa agresividad no es sólo estética. Los asientos están erizados de picos agudos que se multiplican gratuitamente al realizar módulos individuales separados. Piénsese que la plaza estará llena de niños correteando alocadamente. Otra cosa: ¿por qué la separación? ¿es una campaña para propiciar la castidad entre nuestros jóvenes, evitando proximidades promiscuas?
¿Y qué decir del color? No sé en qué se pensó al escoger un tono casi negro en la segunda localidad más calurosa de Andalucía. ¿No sabían los responsables aquello de que la energía no se crea ni se destruye, y que la luz no reflejada se convierte en calor? Mi abuela ya me decía que los colores oscuros son para el invierno, y mi abuela era casi analfabeta.
En cuanto al diseño, confío en que los “cimientos” de los bancos tengan la suficiente profundidad, porque conociendo los comportamientos gratuitamente agresivos y vandálicos de muchos de nuestros jóvenes, me consta que su resistencia estructural va a ser puesta a prueba.
Supongo que se me tachará de conservador, de inmovilista y no sé cuantas cosas por el estilo, pero el actual culto por “lo moderno” en el que el hecho de que algo sea nuevo, inhabitual, lo convierte sistemáticamente en valioso, creo que es de un papanatismo integral, utilizado hábilmente por aquéllos que aprovechan en su beneficio la inseguridad y los complejos culturales de los gestores de turno.
José Ángel Sánchez Fajardo
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