Los abuelos


Seguro que recordarán aquel programa de televisión en el que los concursantes tenían la posibilidad de pedir ayuda a través de comodines, y donde el más famoso era el del público. En esta aventura del verano, en la que los padres concursamos para cuadrar una logística imposible, muchos tenemos la gran suerte, como en aquel programa, de pedir un comodín. En este caso, el más importante, el más útil, el comodín de los abuelos.
Y no es el mejor sólo por lo mucho que nos alivia en estas semanas de locura -por si alguien no ha hecho el cálculo, las vacaciones escolares duran 11 semanas- sino por lo que le aportan a nuestros niños. Siempre de guardia durante el curso para esa recogida imprevista, para llevarlos al partido al que no llegamos o para la cita del médico que olvidamos apuntar. Y ahora en verano, la guardia se vuelve, en muchos casos, imprescindible.
Los que hemos tenido la suerte de disfrutarlos, recordamos su trato, siempre cariñoso, o la alegría que les provocaba nuestra visita. Para nosotros eran el bálsamo a la disciplina que nos imponían en casa. Frente al “no” habitual de los padres, el “sí” picarón de los abuelos. Frente al vértigo diario de los padres, la tranquilidad y el remanso de los abuelos. Siempre al quite, pendientes de cualquier necesidad, 24 horas -como las farmacias de guardia- para lo que pueda surgir.
Recuerdo las veces que se enfadaba mi madre porque mi abuelo, ejerciendo como tal, nos daba todo lo que pedíamos. Ahora soy yo el que olvido mi niñez y reprocho a mis padres que hagan justo lo mismo. Como en tantas cosas de la vida, se han cambiado las tornas. Y encima, tan listos nosotros, nos permitimos la crítica por su manera de hacer las cosas, de gestionar el berrinche de un enano o resolver una trifulca entre hermanos. Nos creemos con el método perfecto que, en realidad, suele hacer aguas por demasiados sitios. La veteranía es un grado y los galones se ganan con los años, por mucho que pensemos que lo sabemos todo.
Hoy, que el santoral celebra a los abuelos del Niño Jesús -San Joaquín y Santa Ana- y que Triana pone el broche final a las fiestas en su honor, quiero acordarme de ellos, de los que nos hicieron la infancia más feliz, pero, sobre todo, de los que se la hacen a mis hijos. Dios quiera que, como dice la oración de la bendición matrimonial, veamos a los hijos de nuestros hijos y podamos ofrecerles un poco de lo mucho que nosotros hemos recibido.

POR DERECHO
Abogado, socio-director Bufete Rodríguez Díaz. Profesor en la Universidad de Sevilla (US), Universidad Pablo de Olavide (UPO) y Loyola Andalucía.