Longevos
Uno de los recuerdos que guardo de la infancia es un reportaje de La 2, llamada entonces Segunda Cadena. Un hombre aguerrido y de grandes bigotes, quizá Miguel de la Cuadra Salcedo —en 1963 ya trabajaba para Televisión Española—, anunciaba con la mirada fija en la cámara, y un cautivador paisaje de montaña a la espalda, que estaba a punto de iniciar el ascenso a la aldea peruana de Cochicamarca, situada a dos mil quinientos metros de altitud: allí vivía la persona más vieja de la tierra. Los siguientes minutos consistían en un montaje de momentos de la subida más o menos arriesgados o pintorescos. Esa primer parte del reportaje acababa con la grabación de un hombre que subía con agilidad hasta el punto donde se encontraba el cámara, ya en la aldea. De la Cuadra lo entrevistaba. Tenía solo un par de dientes pero un cuerpo que ya quisiéramos muchos con la mitad de su edad.
—¿Don Fabricio Cárdenas, verdad?
—Sí, señor.
—¿Es cierto que tiene usted ciento quince años?
—No, señor, ciento catorce.
—Bueno… ¿Y cómo se encuentra?
—Pues ya ve, no muy bien: me estoy quedando sin las herramientas de comer —dijo sonriendo y señalándose la boca. Y, al cabo de unos instantes, añadió—. De todas formas voy tirando. El que me preocupa es mi padre.
—¿¿Pero su padre vive??—preguntó un de la Cuadra claramente sorprendido.
El cámara siguió a los dos hombres hasta el interior de una choza de piedra y don Fabricio nos mostró a su padre, liado en una manta y sentado en un rincón. Efectivamente, vivía. Era un amasijo inmóvil de huesos y piel oscura en el que brillaban dos ojos febriles, como alucinados. El padre dijo algo en quechua y el hijo, muy animado, tradujo:
—¡Dice que tiene hambre, que dónde me había metido!
No recuerdo nada más del reportaje, pero me impresionó tanto que me propuse vivir lo menos cien años y en esas estoy, como supongo que está mucha gente. Nadie quiere morirse. La vida tiene ese gran fallo, que acaba, y nada podremos hacer para impedirlo. Sí podemos, desde luego, no poner palos en las ruedas y adquirir hábitos saludables, que unidos a la herencia genética y a la suerte nos pueden llevar a vivir bastante tiempo y con una calidad de vida aceptable. El tiempo nos va descubriendo muchos de esos hábitos. Existen dos, sin embargo, delos que nadie habla y parecen fortalecer la tendencia a la longevidad: la lectura y la escritura. Un repaso a biografías de personajes del mundo de las letras da buena muestra de ello: muchos alcanzaron edades envidiables. Antonio María García Blanco, el insigne hebraísta ursaonense, falleció con ochenta y nueve años; Rodríguez Marín, nuestro cervantista, lo hizo con ochenta y ocho; Gerald Brenan, aquel hispanista británico afincado en Andalucía, pasaba de los noventa y dos; el historiador palentino, vecino de Sevilla durante tantos años, Ramón Carande, llegó a los noventa y nueve, la misma edad alcanzada por el investigador Ramón Menéndez Pidal; Marcelino Menéndez Pelayo, sin embargo, vivió solo cincuenta y seis años, probablemente por su afición desmedida al café. Tomás Navarro Tomás, filólogo español, fonetista de obra muy valiosa, murió a los noventa y cinco; la novelista barcelonesa Mercedes Salisachs llegó a los noventa y siete; Eduardo Zamacois, aquel prolífico novelista español nacido en Cuba, vivió noventa y ocho; José Miguel de Barandiarán, el célebre etnógrafo vasco, falleció cuando estaba a punto de cumplir los ciento dos. Recuerdo perfectamente su entierro porque los porteadores del féretro tropezaron en el cementerio junto a la fosa y el ataúd cayó al suelo; cosas de la memoria.
Podría seguir dando nombres pero no quiero cansarles. ¿Quiere esto decir que los que leen y escriben tienen más posibilidades de tener una existencia larga y poco dependiente? Me gustaría pensar que sí, pero solo con recordar a Fabricio Cárdenas y a su padre, probablemente analfabetos, empiezo a dudar de lo que he escrito. Mejor dejo de escribir y me voy a caminar, que llevo aquí un rato sentado.
Vista de la cordillera andina (caracteristicas.co).
Víctor Espuny
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CUADERNO DEL SUR
(Madrid, 1961). Novelista y narrador en general, ha visto publicados también ensayos históricos y artículos periodísticos y de investigación. Poco amante de academias y universidades, se licenció en Filología Hispánica y se dedica a escribir. Cree con firmeza en los beneficios del conocimiento libre de imposiciones y en el poder de la lectura.