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Lo antepenúltimo

Lo antepenúltimo

De noche parece que la conexión de los recuerdos va más fluida, es como si el router de la memoria funcionase mejor con la antena de la luna. Todo aparece nítido, las cosas que fueron y las que quisimos que fueran. Imaginamos situaciones alternativas, frases redondas que jamás se nos hubiesen ocurrido al momento y que ahora aparecen a fogonazo limpio. La almohada es el banco de la cabeza, ahí descansan todas nuestras verdades y mentiras, nuestros pensamientos más frívolos y primarios, nuestros deseos más infantiles e inconfesables. Las paredes de un cuarto son confesionarios profanos. Habitáculos que contemplan nuestra muerte y resurrección todos los días.

A veces creo que para soñar siempre elegimos lo antepenúltimo que hemos pensado antes de cerrar los ojos. Lo último que pensamos es en lo que nos gustaría realmente soñar, lo penúltimo es un repaso del día y lo antepenúltimo, que es lo primero que pensamos al tumbarnos, es lo que más nos inquieta y, por lo tanto, será lo que acabaremos soñando. Muchas veces no nos conocemos ni nosotros mismos y eso me parece hasta bueno. Creo que conocernos demasiado daría pie a perdernos un respeto que hace falta que nos guardemos excepto en algunas ocasiones. Ir aprendiendo nuevas cosas de uno mismo es lo que nos empuja a querernos. La capacidad de sorprenderse está directamente relacionada con la felicidad.

Sorprenderse no es más que demostrarse que uno ha cambiado o que puede cambiar. El otro día flipaba al ver en Instagram a los chavales más pequeños de mi colegio, a los que recordaba con pantalón corto, con sus cascos de moto, sus piketes Adidas, sus vasos de tubo y sus cigarritos en la oreja. Ir escalando puestos en la fauna del botellón, sorprende. Saber que hace apenas tres años estabas igual, también sorprende. No sé si ha sido la pandemia o es que cuando sales del colegio el tiempo empieza a correr más rápido, pero mi sensación es que todo ha pasado en un suspiro. Es como si cuando ya tienes edad de sacarte el carné de conducir, al volante de tu vida en vez de tus padres se pone un colega de esos a los que les gusta quemar rueda.

Cuando se enfila esta autopista dan ganas de acelerar, cuando lo más sensato sería frenar. El problema, es que muchas veces reducir el ritmo supone riesgo de colisión. Es igual de peligroso sobrepasar la velocidad permitida que ir a una velocidad anormalmente reducida. Una cosa es frenar y otra pararse, y a los que se acaban parando con la excusa del freno y se quedan en el arcén de la inmadurez, tampoco les va nada bien. Qué coñazo el teórico de coche, por cierto.  Es de ese tipo de cosas que nos estudiamos sabiendo que las vamos a olvidar. Cualquier conductor veterano suspendería con varios errores una prueba teórica en la actualidad, sin embargo, es capaz de circular a la perfección. Muchas veces la teoría no es más que una excusa para practicar, muchas otras simplemente sobra.

Le he escuchado a más de un periodista decir que la carrera se la sacó en la cafetería de la facultad. Que lo que se explica en clase está bien como conceptos y nociones básicas que sirvan como base para el futuro, pero que donde de verdad está el periodismo es en la calle, en la práctica. Al final es así con todo, esos periodistas verán en mí el estudiante que hace un tiempo fueron, igual que en los chavales más pequeños de mi colegio yo veo el golfo que quiero seguir siendo. Para qué mentirnos, por muy rápido que vaya esto, aún nos quedan unos cuantos lotes de William Lawson para que el antepenúltimo pensamiento antes de cerrar los ojos sea una remembranza. Mientras tanto, sigamos disfrutando de la noche y construyendo recuerdos que merezcan ser soñados.

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Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
Fotografía: Unsplash.

 

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