Limpiarse los zapatos
Ya pueden llegar los Guardiolas de la vida con su mindfulness teórico y con su coaching perfectamente estudiado que está la Feria para remontarles en el descuento y forzar el inicio de una prórroga llamada primavera. Después de ella, se llega al alargue con el pechito lleno y las piernas frescas, hemos probado la felicidad y sabe a manzanilla, el verano nos ha mojado los labios y se ha representado como un rayo verde de luz que se ha colado por la Portada. Ahora mismo estamos enfilando lo que resta de temporada como los dos chaveas enfilaron la caseta del PSOE, los porteros son nuestras obligaciones.
Sevilla es tan Sevilla que pare todos los años una semana de vacío, no llega a ser una ciudad sin ley porque sí que la tiene, solo una: disfrutar. Y esa es la magia, miras alrededor y solo ves a gente feliz, personas que se despojan de sus vergüenzas, sus creencias, sus falsas morales compradas en los bazares de sus infancias y las dejan diluirse en los hielos de sus catavinos, y se las beben, se beben lo que les ata y sudan lo que en realidad les sobra, se agarran al disloque como el que se agarra a la barandilla para potar.
Los que siguen, incluso en esta semana, enfrascados en su altanería y en su inventada superioridad moral, no me interesan, son criaturas que inventó Sevilla para demostrar que era tan humana que no quería ser perfecta. Esos no cambiarán nunca, pero los que sí que lo hacen son los de fuera, los que dan la matraca todo el año con los chistes empolvados de los andaluces y luego vienen aquí a darlo todo. Yo lo celebro, disfrutar, bien lo sabe Garzón, nos gusta a todo el mundo, pero está claro que en pocos sitios sabemos hacerlo tan bien como en Sevilla. Los estoy esperando para cuando dentro de un mes vengan a lloriquear diciendo que nuestra selectividad ha sido más fácil. Quizás es que os gustaría ser sevillanos y no sabéis verbalizarlo de otra manera.
El alcohol nos iguala a todos, al del traje de la gala del balón de oro, al de los tirantes, a la del vestido con más escote, a la del vestido con menos escote, al que va sin calcetines, al que va con pisacorbata, a la del tatuaje en la espalda, a la de la flor puesta bien y a la de la flor puesta mal. Más allá que para el momento de gloria en Tik Tok o Twitter para demostrar que sois los más sevillanos qué más os da como vaya la gente. Como diría Sorrentino, todos tienen razón. Lo más importante es llevar el alma elegante, mancharte de albero, dejar que se deshilachen los momentos como el algodón de azúcar en las manos de un niño, que el pringue de sus dedos marque las paredes de tus recuerdos.
Hay que saber que en la cola del baño de una caseta se habla de cosas trascendentes, hay que ver el mensaje detrás del peluche que te ha regalado ese chaval, comprender que los dardos no iban a los globos sino a tu corazón, dejar que el bamboleo de esa niña haga pitar tu detector de metales para luego fundirlo, bailar, emborracharte, soñar. Traspasar la línea de la noche y encontrarte con el amanecer, salir desvariando con tus colegas de la Feria, desayunar churros y que con el café venga un sobre de azúcar con una frasecita: “Para empezar de nuevo a veces basta con limpiarse los zapatos”.
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EL POYETE
Sevilla, 2001. Caballo de carreras de fondo, escritor de distancias cortas. Periodista, bético, sevillano.