Letras

La marcha en posición erguida, con las manos libres y disponibles, nos puso en el camino de hacernos humanos. Con la evolución vino también la capacidad de usar un lenguaje elaborado, característica que nos distanció definitivamente del resto del mundo animal. Luego, ya muy cerca de nosotros, hace apenas unos milenios, nacieron las escrituras pictográficas e ideográficas y el dominio de unas personas sobre otras por medio de la elocuencia, no por la fuerza. Más tarde llegaron el alfabeto y el nacimiento de la Historia, la construcción de la memoria. Números y palabras se convirtieron en saberes imprescindibles si se quería prosperar: los primeros para hacer acopio de provisiones, mercancías y, finalmente, metales preciosos, dinero; las segundas para convencer, maravillar, conmover o embaucar a los demás. Vinieron sofistas y demagogos —maestros de los políticos profesionales—y augures, hechiceros, sacerdotes, brahmanes, ulemas, rabinos, catedráticos, académicos y otros dominadores del lenguaje. Y todas estas profesiones, tan influyentes, fueron posibles gracias a la aparición previa de un lenguaje articulado y complejo.

La evolución ha costado mucho tiempo. Estaría bien no olvidar de dónde venimos y no desdeñar las palabras en beneficio de la imagen, de lo visual. Las primeras son capaces de crear mensajes mucho más elevados, elaborados y profundos. Debemos leer y escribir más. A la vista de la situación actual, parece que la civilización más adelantada técnicamente, la nuestra, esté volviendo a los tiempos de los pictogramas, incluso de las cavernas, cuando a las imágenes pintadas en sus paredes se les atribuían poderes mágicos. Pronto seremos todos tan ignorantes y manejables como lo era el hombre en los primeros estadios de la evolución. Tanto progresar, tantos siglos necesitados para alfabetizar y dar herramientas intelectuales a los más desfavorecidos de la sociedad, para qué, para volver a vivir sojuzgados por un grupo que controla el discurso, en este caso digital y visual, y pretende volver inútiles y obsoletos todos los saberes basados en la escritura. Se trata de una involución. Parece que el miedo de las élites a no poder manejar una sociedad bien instruida en el mundo de las ideas y los conceptos abstractos, explicables solo con palabras, haya producido una reacción en forma de vuelta a la imagen, con el adormecimiento de las conciencias y las capacidades que esto supone. El vídeo es un medio poderosísimo para aturdir a las personas; prueba de ello es el uso cada vez mayor que se hace de él en las redes sociales, las drogas legales de nuestro tiempo. Hoy día leer y escribir se han convertido en actos de dignidad revolucionaria, de resistencia y rebeldía. La llamada de atención contenida en Un mundo feliz (Huxley, 1932), 1984 (Orwell, 1949) y Fahrenheit 451 (Bradbury, 1953) resulta más necesaria que nunca: hoy esas ficciones nos parecen compuestas con una clarividencia y una visión de futuro excepcionales. Tanto avance técnico para esto.

Y qué me dicen de esa forma de viajar que existe ahora, en la que prima el logro de imágenes que subir a las redes sociales sobre cualquier otra consideración. Uno no viaja a Florencia, Nueva York o El Cairo para intentar entender mejor cómo y por qué ha evolucionado nuestra civilización, para aprender, no: viaja para inmortalizarse delante del monumento, el cuadro o la vista célebres, como si no demostrar a todo el mundo que ha estado allí fuera una forma de no haber ido. Se llega a situaciones tan absurdas como despreciar un viaje realizado a miles de kilómetros del lugar de residencia habitual porque uno no ha vuelto con buenas fotos de su persona. Penoso.

El futuro es muy incierto. De los gobiernos y los planes de educación no podemos esperar nada porque parecen encantados en seguir fomentando el uso de las nuevas tecnologías desde la más temprana infancia, creando con ello seres manipulables como nunca se han visto. La tecnología es buena por sí misma, pero el uso que hacen de ella las grandes empresas del capitalismo digital está siendo nefasto. Solo fuerzas de resistencia muy localizadas pero poderosas podrían ayudar a reconducir la situación, aunque sus efectos serán mínimos: no hay más que mirar a nuestro alrededor para ver un porcentaje considerable de individuos abducidos por la pantalla de su teléfono móvil, recibiendo su dosis diaria de soma. Si ha llegado leyendo hasta aquí sabe de qué estoy hablando.

 

La imagen recoge algunas grafías de alfabetos occidentales y su evolución desde el pictograma (escritores.org).

 

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Víctor Espuny

 

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