Leer es de Maricas

Así, tal cual —mayúscula incluida—, se lee la pintada que alguien ha escrito en el muro de un edificio del centro de Málaga. Se encuentra en una calle un poco escusada, de esas por las que solo transitan sus vecinos o los turistas desorientados. Alguien intentó corregirla anteponiéndole un adverbio de negación; no la mejoró en absoluto. Lo hubiera hecho colocando el no justo antes del verbo, pero se ve que el corrector era otro prodigio de la ética y la gramática. O un desaprensivo más.
¿Qué busca el autor de la pintada, ese anónimo pero portentoso adalid de la causa del respeto, ese ejemplo extraordinario de persona civilizada? ¿Piensa, acaso, que la gente es tan cerril y de mente tan obtusa como para comprarle fácilmente esa igualdad? ¿Cree que el resto de las personas es tan homofóbica e ignorante como él? Está claro que ese hombre intenta confundir. Poco después de leerla me vino a la mente una parecida. Tenía la misma intención manipuladora y estaba dictada con la misma maldad: «La cocaína no engancha. Disfrútala». Las personas formadas, esto es, con experiencia, saben lo que quieren y lo que les conviene: han conocido, en carne propia o en personas cercanas, la poderosa dependencia generada por la cocaína y saben, porque han vivido, que el hábito de leer no tiene absolutamente nada que ver con el objeto de deseo sexual de cada uno, lo tienen claro. Pero las personas muy jóvenes, no. A ellas van dirigidos estos abominables mensajes.
En pleno siglo XXI, y en un país como el nuestro, donde es habitual ver caminar por la calle a dos hombres, o dos mujeres, dados de la mano, donde todos conocemos parejas homosexuales perfectamente estables y felices, la pintada parece fuera de lugar y de tiempo. Por eso es tan lamentable. Indica la existencia de personas que siguen considerando a los homosexuales seres de segunda categoría y la lectura una actividad también poco atractiva o prestigiosa, de ahí que las iguale. La lectura, la lectura de calidad, aquella que nos transporta y nos hace vivir otras vidas y dar vueltas al mundo sin salir de casa, está por encima de cualquier condición o naturaleza humana. Leen los homosexuales, los heterosexuales, los fontaneros, los chóferes, los hortelanos, los arquitectos, los basureros, los guardias de seguridad. Leen los escritores desde mucho antes de ponerse a escribir. ¿Quién no lee hoy día? Aquí entramos en otra cuestión: la calidad de nuestras lecturas.
Pasamos gran parte de nuestro tiempo leyendo textos que son fruto de la improvisación, dictados por la urgencia. ¿La razón? La batalla continua por nuestra atención que se libra en la red. Para leer de manera reposada y profunda, concentrada, hay que soltar el teléfono y coger un libro. Puede ser un eBook o un PDF, pero mejor un libro en papel, así descansamos la vista. ¿Qué libro?
De la misma manera que cuando queremos contemplar obras de arte buscamos cuadros de Diego de Velázquez o esculturas de Lorenzo Bernini, creaciones de grandes maestros, cuando queremos disfrutar de la literatura acudimos a los autores inmortales. Hay que huir de los superventas actuales como de la peste. Este precepto no falla. Los best sellers son libros escritos para confirmar las creencias del lector, a menudo también sus expectativas argumentales, y están dotados de alta tasas de inteligibilidad y de previsibilidad, esto es: son de lectura fácil y no dan sorpresas. Eso que tenemos en la parte superior de nuestro cuerpo debe servir para algo más que peinarse o ponerse una gorra. Si un texto, hablamos de ensayo o narrativa, no nos produce un estremecimiento de placer intelectual o emocional no nos está aportando nada. La vida, además, es muy corta y las horas de nuestros días están llenas de engorrosas distracciones, actividades que no podemos eludir y nos restan tiempo para leer. Ese tiempo que nos queda para la lectura debemos dedicarlo a los clásicos, entendiendo por tales no solo aquellos que vivieron en otros periodos históricos sino también los que crearon las bases de la estética literaria contemporánea, muchos de ellos nacidos en el siglo XIX pero activos sobre todo en las primeras décadas del siglo XX, cuando se dio la última gran revolución artística. Me había prometido no dar nombres, pero ahora lo veo ineludible. Joseph Conrad, Marcel Proust, James Joyce y William Faulkner deben estar entre las lecturas de cualquier amante de la novela, sobre todo si tiene verdadera curiosidad literaria y deseos de formarse. No elija de Faulkner, por ejemplo, El ruido y la furia de entrada. Empiece con sus Relatos, publicados por Anagrama desde 1990 en sucesivas ediciones. Tampoco vaya directamente al Ulises de Joyce. Comience con Dublineses, un libro de profundos relatos, expresiones de los sentimientos humanos más universales. Si le gusta viajar y cree en la necesidad de denunciar los comportamientos indignos y deshumanizadores elija a Joseph Conrad y enfréntese a la realidad del colonialismo europeo en África sumergiéndose en las páginas de El corazón de las tinieblas. Y de Proust, el más delicado y sensorial de los cuatro, comience a leer Por el camino de Swan, la primera novela de su serie titulada En busca del tiempo perdido, y déjese llevar por una de las sintaxis más arborescentes de la literatura moderna. Busque textos que le resulten placenteros pero exigentes con su capacidad de comprensión: el esfuerzo realizado se verá premiado con un abanico mucho más amplio de posibilidades lectoras. Y siga leyendo siempre, aunque haya ignorantes homófobos que lo consideren censurable.
Foto del autor.
Víctor Espuny