
En pleno corazón de Triana, mientras el mundo se encerraba, una Virgen esperaba en la más pura soledad. Sevilla vivía sus semanas más insólitas: calles sin incienso, templos sin pasos, y talleres con imágenes a medio restaurar. La ciudad, tan acostumbrada al bullicio de la primavera, se transformó en un escenario completamente detenido. Y allí, entre pinceles parados y maderas que aguardaban tratamiento, permanecía una Virgen que no era de Sevilla, pero que aquel año sí vivió allí la Cuaresma más extraña.
Se quedó en Sevilla. No por devoción ni por encargo, sino por obligación. Porque un virus rompió los calendarios y congeló la vida. Entre batas blancas y mascarillas, la devoción también tuvo que guardar cuarentena.
La historia que empezó con una restauración
Todo comenzó meses antes del confinamiento. Osuna celebraba con orgullo los 300 años de su hermandad. Y, como broche final, se decidió restaurar una de sus imágenes más queridas. Según Antonio Morón, hermano de la corporación, “se celebraron los 300 años de la hermandad y cuando en septiembre ya acabaron los actos, que tuvo una procesión extraordinaria, ya se planteó la restauración de la imagen para la siguiente Semana Santa”.
La imagen viajó a Sevilla y fue depositada en el taller del reconocido restaurador Pedro Manzano. La restauración estaba prevista con tiempo, ya que la talla no se intervenía desde los años 70. “Desde los 70 que no se restauraba la imagen, pues claro, ya habían pasado un montón de años y había que tratarla. Se eligió a Pedro Manzano, que es de los mejores y un referente en Sevilla”, explica Morón.
Se celebró una misa de despedida, se preparó el transporte y la Virgen quedó en Triana, en manos expertas. Todo iba según lo previsto… hasta que llegó marzo.
Confinamiento, miedo y una Virgen en pausa
El 14 de marzo de 2020 se declaró el estado de alarma. El país se encerró en casa, las obras se pararon y el incienso quedó guardado en los cajones. “Como llegó la pandemia en marzo del 20 y el confinamiento, pues claro, ya todo se quedó parado. Entonces la Virgen se quedó en Sevilla, en el taller de Pedro Manzano, todo ese tiempo de la Cuaresma y la Semana Santa”, relata Morón.
Mientras Osuna vivía una Semana Santa en silencio, la Virgen de los Dolores no estaba en su camarín. Tampoco en su pueblo. La imagen esperó y Sevilla la cuidó. Y cuando la movilidad se recuperó, los trabajos se reanudaron.
El regreso más esperado: julio de 2020
“Fue en julio, a principios de julio de 2020, cuando ya terminó la restauración y ya pudo llegar la Virgen a Osuna”, cuenta Antonio Morón. “Llegó esa misma tarde, se colocó en la Victoria, en el altar mayor lateral y se hizo la misa. Algo súper normal, pero con la normalidad de las normas de aquel momento: ni besos, ni aglomeraciones, todo con mascarilla, aforo limitado…”
Aquel regreso no tuvo bullicio. Fue íntimo y sobrio, pero cargado de emoción. La Virgen lucía radiante: policromía recuperada, estofados visibles, colores más nítidos. “La Virgen estaba linda, limpia, preciosa… una maravilla. Colores que antes no se notaban, ahora se veían perfectamente”, recuerda.
Una restauración profesional y silenciosa
La restauración, aunque detenida por la pandemia, siguió todos los protocolos habituales. Se realizaron pruebas internas, se trató la madera, se actualizaron los sistemas de sujeción y se revisaron las condiciones ambientales del camarín. “Fue una restauración normal y corriente, lo único diferente fue eso, la pandemia, que pilló por medio”, señala Morón.
Aunque se llegó a plantear una conferencia para explicar el proceso, esta nunca se celebró. “No se llegó a hacer ninguna conferencia después sobre la restauración de la imagen… quizá por la vuelta a la normalidad, que fue poco a poco”.
Pedro Manzano siguió acudiendo a Osuna para supervisar el estado de conservación tanto de esta imagen como de otras. Un seguimiento continuo, profesional y silencioso.
Una historia que quedó para la memoria
La Virgen de los Dolores de Osuna no procesionó en 2020. Tampoco estuvo en su pueblo. Su rostro no presidió ningún altar efímero. Pero su ausencia se convirtió en testimonio de una época. Y su restauración, aunque discreta, marcó un capítulo inédito: el de una imagen que vivió la Semana Santa más singular de la historia… en Sevilla.
Una Virgen que, sin quererlo, también quedó confinada. Como todos. Como todo.
