La Ruta del Oso

Pues eso. Que regresé ayer noche a Osuna y estoy paseando por la avenida Alfonso XII, con la mascarilla puesta en el careto y un pequeño bote de líquido desinfectante guardado en un bolsillo del pantalón, intentando recobrar fuerzas tras un largo viaje por asuntos de oposiciones que me ha llevado a transitar por tortuosos caminos castellanoleoneses, “descansar”  en habitaciones de hostales que poco o nada tienen que ver con las fotos con las que se anuncian en páginas de Internet, y a mostrar los papeles en los que se dice bien claro el motivo por el que me desplazo a otro punto de España a cada señor o señora con tricornio en la cabeza que me ha pedido que se los muestre. Estoy caminando calle abajo, digo, disfrutando de los suaves rayos de sol de las primeras horas del día, recreando mi vista ante la imagen que componen unos abuelos y abuelas camino de la panadería, o aquella otra compuesta por padres y madres empujando un carrito para bebé. Paseo, como digo, saboreando mi suerte al poder disfrutar de tanta luz y tanta tranquilidad, y sin que ningún imbécil pase con la radio a toda leche y las ventanillas del coche abiertas. Y camino disfrutando de todo lo dicho, cuando suena mi teléfono móvil y lo cojo pensando que he recibido un mensaje de algún amigo o amiga preguntándome qué tal te ha ido, pero no. Es un mensaje de WhatsApp de El Pespunte. Un mensaje en el que se puede leer una noticia de prensa  anunciando que vuelven las motos a Osuna.

Vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo, jurando a los doctrinales y al copón santo, y que me perdone mi amigo José Luís, que a estas horas estará dando misa en Marinaleda, quizás relatando la parábola del hijo pródigo frente al Alcalde sentado en primera fila, suponiendo que el Alcalde de Marinaleda sepa dónde está situada la iglesia del pueblo, que ya es mucho suponer. Después entro en la tienda, compro los libros, y al salir cruzo un paso de peatones para sentarme en un banco y disfrutar de la lectura. Pero nanai. Este mensaje de El Pespunte me ha desbaratado la mañana. Y eso que, tras separarme la mascarilla de la cara para coger aire y leer con atención la noticia por segunda vez, avisté cómo en mi primera lectura el espanto nubló mi vista, y que la noticia trata sobre la vuelta de motos a Osuna, sí, pero de motos que compiten en circuitos cerrados, de las que suben por empinados repechos mientras sueltan barro y son guiadas por profesionales enfundados con traje y casco. Pero ya poca lectura voy a tener esta mañana de sábado. Con el susto en el cuerpo por creer que vuelven las motos a las calles de Osuna y con el pub Bonifacio a un par de pasos, ya me dirán ustedes.

Los ursaonenses y ursaonensas que estén ya en los cuarenta o más lo recordarán bien; y los que estén a las puertas, como es mi caso, también lo recordamos, aunque quizás con imágenes más imprecisas. Respecto a la juventud, a los y las que aún ven lejos los cuarenta, quizás han oído hablar algo del tema, y si no, pues no está mal que sepan que unas décadas atrás las calles de Osuna eran ocupadas durante unos días y sus noches por motos conducidas por una banda de… Bueno. Vayamos al asunto. La cosa era que llegando los calores del verano en aquellos primeros años de la pasada década de los noventa, las calles del pueblo se llenaban durante un par de días de motos de todas clases y colores. Motos provenientes tanto de lejanos y cercanos lugares, como algunas locales. La Ruta del Oso, pusieron como nombre a la concentración. Y esta concentración de motos tenía su base en el Polideportivo Municipal de Osuna, recinto que dejaba de ser espacio para el ocio y deporte de todos los ciudadanos y ciudadanas, para pasar a ser zona de aparcamiento para las motos que venían al pueblo a desplegar sus encantos. Pero la manteca del asunto no transcurría en el susodicho recinto, sino en el pub Bonifacio. Si pasabas por la acera de enfrente de dicho pub, por la puerta de la cochera de la John Deere, como hacia yo de niño muchas tardes camino de casa de mis abuelos que vivían en El Lejío, podías ver la terraza del Bonifacio abarrotada de moteros pasándoselo en grande con la gran fiesta. Y los había de todo tipo: los que vestían ropajes de tipo peligroso y con tatuajes por brazos y pecho, los que guardaban vistosas barrigas cerveceras bajo camisetas negras tipo Ángeles del infierno, los pijos sevillanos con camisa abierta y la Macarena o la del Rocío asomando entre los pelos del pecho, o ya el más deportivo, el que vestía con deportivas blancas y con polo y pantalón corto recién llegado directamente desde la costa. Lo que sí guardaban en común todos estos tipos era la rubia o morena sentada en sus rodillas (eran otros tiempos, cuando los políticos y medios de comunicación no hablaban tanto de y sobre Feminismo), y, cómo no, el cubata en la mano.

Pero estos amantes de las motos no tenían bastante con ocupar por unos días el recinto puesto a su total disposición, como tampoco tenían bastante con convertir la avenida Alfonso XII en un espacio de competición de carreras, o ir dejando las huellas de los neumáticos en la calzada tras una larga frenada, o ya puestos exhibir habilidades como la de levantar en marcha la rueda delantera de la moto. No. Estos moteros no tenían bastante con todo eso, se les quedaba pequeño a las criaturas, porque como bien recordarán, y si no lo recuerdan ya lo hago yo en esta página, al llegar la noche, y tras pasar el día poniéndose hasta las cejas de alcohol y de todo lo que viniera bien en el pub Bonifacio, estos señores y sus acompañantes rubias o morenas se subían en sus motos dispuestos a recorrer las calles de Osuna pasándose el reglamento de tráfico por el forro de los cojones.

Ha pasado mucho tiempo desde aquellas Ruta del Oso. Llegó un año en que se acercaban los calores del verano (¿o era por otra época?), y una tarde tras otra, camino de El Lejío, pude comprobar que aquellas motos dejaron de venir al pueblo. Y ni el niño que fui, como tampoco el hombre que soy ahora, recuerda aquellos días con nostalgia. Todo lo contrario. Tanto por aquellos días, como hoy sentado en un banco de la avenida Alfonso XII, pienso que nunca debió existir la tal Ruta del Oso. O al menos, no de la manera como se hizo por parte del Ayuntamiento de Osuna, exponiendo a un grave peligro a los y las habitantes del pueblo al entregar durante varios días las calles a una banda de imbéciles y borrachos sobre ruedas.

Álvaro Jiménez Angulo

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