La puerta estrecha y la soberbia espiritual

El pasado martes se leía en Misa el Evangelio de la puerta estrecha. ¿Lo recuerdan? Es ése en el que Jesús dice “¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida!”. Bajo mi punto de vista, pocos textos se han interpretado peor. Para eso es bueno remontarse a su contexto original.
Los pastores trashumantes de la época recogían sus rebaños en apriscos con una entrada muy estrecha, sin cancela. El pastor se echaba a dormir en la entrada y él mismo hacía de puerta. Por esa abertura tan estrecha entraban las ovejas una a una. En efecto, al atardecer de cada día, el pastor se sentaba al pie de la puerta estrecha y todas las ovejas iban pasando por él. Las tomaba en brazos o se las acercaba para inspeccionarlas. Procuraba ver si había alguna magullada, si tenían espigas en las orejas que pudieran herirlas o algún tipo de lesión. Era un momento hermoso entre el pastor y su rebaño, donde cada oveja podía disfrutar del cuidado individual y personalizado de ese pastor que las conoce y las llama a cada una por su nombre.
“Yo soy el buen pastor”, dice Jesús. Y también dice “yo soy la puerta”. Entrar por la puerta estrecha es aprender a dejarse cuidar por Él cuando venimos cansados y de vuelta. La vida espiritual consiste básicamente en eso, en un encuentro donde se descubre que Él cuida de ti y de tus cosas, de tu gente. Toda la tarea de la vida espiritual consiste en confiar y en vivir sin miedo. No consiste en tener todas las respuestas, sino toda la paz que da la confianza.
Algunos, sin duda bienpensantes, decidieron apretarse la correa y los dientes en plan “a morir por Dios”. Pero muchos terminaron mirando de reojo al publicano del último banco, a la prostituta, al hijo pródigo y a Zaqueo. ¡No me extraña! Ellos son los buenos oficiales. Y es que hay gente irreprochable que lo cumple todo. Pero, a veces, esto es expresión de un miedo abismal o de una soberbia espiritual más o menos solapada. Es bueno cumplir con todo cuando se construye la casa desde el cimiento. Y el cimiento es el encuentro. Uno no se encuentra con Dios por su nivel de autoexigencia, sino cuando se deja cuidar por el Pastor. El caballero de la armadura oxidada nos enseñó que, cuando te dejas caer, entonces tocas la cima. Para entrar por la puerta estrecha hay que abandonarse.
Cuando hablo de encuentro, que es una expresión más de raíz monoteísta, la deseo hacer extensiva también en general a la experiencia de trascenderse a uno mismo e ir más allá. Pablo d´Ors le llama a esto en su Biografía del silencio “encontrarse con el testigo” (trascenderse) o “encontrarse con el Testigo del testigo” (encuentro). Precioso, como todo lo que Pablo d’Ors nos regala.
En definitiva, la ascética y la mortificación sin encuentro pervierten el alma. Cuando hay encuentro, entonces esa experiencia del cuidado del Pastor te hace ver que todo tiene valor, pero un valor relativo a cuidar siempre la calidad de ese encuentro. No renuncias a nada, prefieres. Eliges.
Detrás de tanto autoconocimiento y trabajo personal me he encontrado muchas veces un soberbio refuerzo del yo, yo, yo. Personas dulces que se vuelven auténticas fieras cuando no se comparte su punto de vista o se discuten sus logros. Ni yoga ni mindfulness, ¡fieras! También hay demasiado terapeuta, yogui y padre espiritual del “gracias a mí”, “menos mal que estaba yo”, “si no llega a ser por mí”… Por eso, cuando una persona cuida su vida interior hay un truco tan viejo como evidente para poder contrastar su autenticidad: rasca un poco, a ver cuánto hay de auténtica compasión. Y te digo que rasques porque, a menudo, se hace el bien desde las propias carencias afectivas, mendigando sutilmente una validación o reconocimiento. Aun así, si esa oveja te cuida como la cuida el Pastor, hay detrás una verdadera experiencia trascendente; si no, se le está llamando “vida interior” a las muchas horas que le dedicamos a reforzar nuestro yo de siempre.
Samuel Chaves es un extraordinario terapeuta sevillano del que tomo prestadas unas palabras: “La cabra no tira al monte; la cabra vive en el monte y de vez en cuando baja”. Utilizar la espiritualidad para hacerte un chalet en el monte no es lo mismo que bajar a que el Pastor te abrace cada tarde antes de cruzar su puerta.
