La plaza Mayor de Osuna (V)
Esta fotografía pertenece también al álbum de la misión arqueológica francesa, interesante colección de imágenes de la Osuna de la época. Fue tomada a media mañana desde el lateral sur de la plaza Mayor; debía ser primavera, quizá abril. (Estas apreciaciones, que pueden parecer aventuradas, se basan en la posición de las sombras, el aspecto de los árboles y la ropa de las personas). Al fondo se contemplan el edificio del Casino y la casa situada justo enfrente. En primer plano y a la izquierda, ante el grupo de curiosos, aparecen sillas apiladas, no sé si disponibles para disfrutar de la Semana Santa o formando parte del mobiliario de la terraza de un bar. La atención de los curiosos se encuentra dividida entre el fotógrafo y la señora sentada.
Se trata de una de las imágenes con sabor popular que tomaron los arqueólogos franceses e inmortalizaron personas sin relieve social pero pintorescas y singulares, merecedoras de su atención. La verdadera protagonista, la mujer, está sentada en la parte más próxima a la calle rotulada hoy como Tía Mariquita, quién sabe si llamada así en honor a ella misma. Se puede pensar que vivía muy cerca del lugar de la foto: descansa en una silla con brazos o sillón, asiento diferente de las sillas que se apilan entre el grupo de mirones y la cámara, muy pesado para ser transportado desde lejos. En cualquier caso, debía ser una persona muy popular de la Osuna de entonces y vivir con muchos gatos, dos de los cuales, colocados de manera simétrica, descansan al sol y echados sobre ella. El centro geométrico de la imagen coincide con las cabezas visibles de dos hombres cubiertos con sombreros hongo, indicativos, por su precio, de una clase social más elevada. Casualidad o no, aquí aparecen empequeñecidos hasta tal punto de pasar casi inadvertidos.
Esta fotografía es más conocida. No puede ser posterior a noviembre de 1918: la torre de la Colegiata está aún en pie. Fijemos nuestra atención en la farola central.
Según vimos en la entrega primera de esta serie, esta farola existía ya a principios de siglo, con las portadas de San Francisco aún en pie, por lo que podemos pensar que la imagen fue tomada con anterioridad a 1906. Sin embargo, aunque sufriera algunos cambios en la parte superior, dicha farola estuvo en el centro de la plaza hasta la década de los cuarenta, cuando se colocó en su lugar la estatua del insigne polígrafo ursaonense Francisco Rodríguez Marín. No es una referencia, pues, que nos sirva ahora para la acotación temporal. Observen, si son tan amables, la belleza del acabado de la farola y sobre todo, fíjense, junto a la parte superior de la misma, en el muchacho asomado a una ventana de un edificio que parece en ruinas, el teatro. Precisamente, el estado ruinoso de este edificio nos va a permitir fechar la fotografía con un margen de sólo tres años. Como muchos de ustedes ya saben por la lectura de Osuna durante la Restauración (1875-1931), obra imprescindible del profesor Ramírez Olid, el teatro contiguo al Casino —hoy en feliz proceso de rehabilitación después de sufrir décadas de abandono— se había inaugurado en los últimos años del siglo XIX con el nombre de «Teatro Echegaray», y así siguió llamándose hasta que todo su interior —butacas, telones, decorados, vestuarios, bambalinas e, incluso, muchas de las pertenencias de la cantante Manolita Ruiz, que en esos días actuaba en el local— ardió durante la noche del 1 de marzo de 1915. Como resultado del incendio el edificio estuvo cerrado y en obras —la casa de seguros pagó el ochenta por ciento de la indemnización solicitada— hasta 1919, año en el que fue reinaugurado y a partir del cual se llamó «Teatro Álvarez Quintero». Con este nombre cerró sus puertas en los años ochenta del siglo pasado, dato este último que necesita una corroboración documental que no he localizado. Esperemos que el nombre que reciba tras su nueva reconstrucción esté acorde con la altura de la empresa y alejado de chovinismos locales.
Como conclusión, y según estos datos, se puede afirmar que la fotografía fue tomada tras la fecha del incendio del teatro, el 1 de marzo de 1915, y antes de la caída de la torre de la Colegiata, ocurrida el 18 de noviembre de 1918.
En relación a la torre de la Colegiata, tenemos una fotografía del proyecto de su reconstrucción, fechado el 4 de abril de 1919. De la contemplación de este dibujo del alzado podemos deducir cómo sería hoy la torre si la obra no hubiera quedado paralizada por falta de dinero en 1924, año en el que fallece Luis de Soto Torres-Linero, un particular que financiaba la mayor parte de la obra. Este señor, capellán del convento de la Concepción, había donado la cuantía de un premio de lotería para sufragar los gastos de la obra, considerable aportación personal que vino a unirse a las treinta mil pesetas obtenidas por suscripción popular y a las dos mil concedidas por el Ayuntamiento de la caja municipal, esto es, del bolsillo de los ursaonenses. La muerte, en 1924, del generoso donante paralizó la reconstrucción. Hubo intentos de continuar la obra en los primeros años de la posguerra pero no llegaron a fructificar por falta de financiación. Según se lee en las Actas Capitulares del Ayuntamiento de esos años, los munícipes veían la necesidad de acabar la reconstrucción de la torre siguiendo «el deseo general del vecindario» por razones estéticas y de conservación, pues la torre había quedado abierta por la parte superior, expuesta por tanto a las inclemencias del tiempo, estado en el que siguió hasta noviembre de 2019, cuando se iniciaron labores de consolidación y cerramiento de su parte superior felizmente terminadas.
Aunque hoy día se alzan voces pidiendo la reconstrucción de los cuerpos de la torre que quedaron inconclusos en 1924, entiendo que esas voces fueran más numerosas en la época en la que aún vivían las personas que habían visto la antigua torre en pie. Debían contemplar la torre inacabada como una amputación de su memoria visual. Pero aquellas personas, por desgracia, ya fallecieron. La memoria visual de los actuales ursaonenses es bien distinta. Como dije en una entrega anterior de esta serie, no imagino la torre con otra apariencia de la actual, no la veo. Los defensores de su reconstrucción arguyen la pérdida de proporcionalidad del conjunto. Para ellos, el volumen de la torre estaba en perfecta armonía con el conjunto de la construcción y los rasgos estilísticos de los dos cuerpos hoy desaparecidos eran acordes con el resto. Otros hablan de reconstruirla con elementos distintos: un cuerpo octogonal, no cilíndrico, que soportaría un remate piramidal al estilo del poseído por otras torres ursaonenses, las de la iglesia de la Victoria o la antigua universidad, por ejemplo. En cualquier caso, debates así —muestras de una sociedad viva— siempre serán bienvenidos: del pasado no somos responsables, del futuro sí.
(Continuará).
Fotografías provenientes de la fototeca municipal, la familia Muñoz y el libro Osuna retratada. Memoria fotográfica de la misión arqueológica francesa de 1903, de José Ildefonso Ruiz Cecilia y Pierre Moret (eds.), Patronato de Arte y Amigos de los Museos de Osuna, 2009.
Los interesados en saber más sobre la historia de la torre de la Colegiata tienen a su disposición el artículo de Pedro Jaime Moreno de Soto y Francisco Manuel Delgado Aboza titulado «La torre de la Colegiata de Osuna: vicisitudes y restauraciones acaecidas en los siglos XIX y XX». Apareció en el número cuatro de la revista ursaonense Apuntes 2, Fundación de Cultura «García Blanco», 2004.
Víctor Espuny
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