La plaza Mayor de Osuna (III)

Entre otros muchos detalles, en esta foto observamos un grupo de hombres sentados a la puerta de la casa contigua al Casino. El inmueble posee todo el aspecto de un lugar de descanso, por lo que la foto podía ser posterior a 1921, año de la compra de esta casa por la sociedad recreativa. Sin embargo, y según testimonios orales de personas ya desparecidas, en ese inmueble existía un bar con anterioridad. Si consideramos también que los hombres no parecen tener el aspecto que se espera de los socios de un casino de la época, es difícil que la imagen fuera tomada después de 1921, más bien antes, en el mismo espacio de tiempo que las fotografías ya vistas. Observen, por favor, los grandes sombreros de los hombres que hay sentados a la izquierda, detalle por el que alguien puede deducir de dónde procedían —si es que estaban de paso por el pueblo— o, incluso, qué oficio tenían. Era una época en que la indumentaria y el calzado aportaban mucha más información sobre las personas; hoy día, en realidad desde hace décadas, perdidas las peculiaridades locales y sociales por razones de muy distinta naturaleza, vamos todos prácticamente uniformados.

Adviertan, como curiosidad —y siguiendo con el tema de las prendas que cubrían la cabeza—, qué grandes eran las boinas en aquel tiempo. Recuerdan las que llevaban los soldados carlistas del requeté y llevan actualmente algunos cuerpos especiales del ejército de tierra o los miembros de la Ertzaintza, boinas que más parecen chapelas. También resulta de interés el grupo situado a mitad de la calle, en el cual pueden distinguirse perfectamente dos hombres uniformados. Seguramente pertenecían a la milicia. No olvidemos que, en la época, había militares en Osuna. Estaban destinados en la Caja de Recluta o Zona de Reclutamiento, instalada en el edificio de la Antigua Audiencia. Todavía muchos de nosotros conocemos aquellos alrededores como «la Zona».

 

 

Esta fotografía, que algún desaprensivo rasgó por la mitad, fue tomada dando la espalda a la calle Pompeyo —la actual Sevilla— y al Convento de la Concepción. Volvemos a tener como referencia importante el edificio del Casino en su forma posterior a 1894 pero anterior a 1921 ó 1922, pues la casa que luego se compraría está aún en su estado antiguo. Observen también los adornos de la fachada del Casino, que parecen distintos a los actuales.

También en esta foto aparecen los naranjitos. Las moreras, si es que son moreras, están más pequeñas que en las fotos anteriores, por lo que ésta podría ser un poco más antigua que las demás, como también demuestra el hecho de que no aparezca la gran farola del centro de la plaza que sí se ve en las otras, sobre todo en aquella de San Francisco visto desde la calle conocida hoy como Tía Mariquita. La referencia de la torre de la Colegiata resulta útil para situar el límite cronológico superior porque, como ya saben, tuvo la forma que contemplamos hasta que se vino abajo en 1918, exactamente el 18 de noviembre. Del último cuerpo de la torre, el que hoy no existe, se sabe poco. Esta torre parece haber tenido problemas de cimentación desde que se construyó y, dado lo expuesto de su emplazamiento, en diversas ocasiones ha resultado dañada por terremotos y fenómenos atmosféricos. Tanto en el siglo XVIII como en el XIX sufrió importantes daños. Según el eminente arquitecto Rafael Manzano Martos, el añadido del último cuerpo, el cupulín, se habría hecho aprovechando uno de los arreglos del siglo XIX y en él habría participado económicamente Mariano Téllez-Girón, XII duque de Osuna. De ser así, el añadido sólo habría existido unos cuarenta años. Volviendo a la fecha de la fotografía, debió tomarse poco después de la reforma del edificio del Casino, la primera, la que acabó en 1894, por lo que es fácil que esta foto sea la más antigua de la serie.

 

 

Y un día la torre amaneció así. La fotografía, impresionante, fue cedida por la familia de Francisco Palomino Muela. Debió ser tomada la mañana siguiente a la caída. Aunque la versión oficial del motivo de su desplome fue la acción de un rayo, contamos con el testimonio de los descendientes de los antiguos campaneros, los cuales recuerdan el relato de sus mayores, muy distinto. Es el siguiente.

Desde un mes o dos antes del derrumbamiento se escuchaban extraños ruidos cada vez que tocaban las campanas. Preocupados, habían tenido que mudarse a una casa en el pueblo, desde donde acudían a ejercer su oficio tres veces al día, como era su obligación. El día que se derrumbó la torre, durante el último toque, a eso de las diez y media o las once de la noche, los ruidos fueron más fuertes de lo normal y corrieron fuera del edificio para ponerse a salvo. El derrumbamiento ocurrió un par de horas después. De la casa donde vivían sólo quedaron las paredes exteriores.

La reconstrucción, iniciada y continuada gracias, principalmente, a la contribución económica de Luis de Soto Torres-Linero, se paralizó en 1924. Desde entonces, la torre posee el aspecto actual, quizá más parecido al que luciera en su época de construcción (siglo XVI).Como el lector sabe, la torre ha sido intervenida hace muy poco para cerrar de manera conveniente su parte superior, que quedó abierta tras la paralización de las obras hace casi un siglo. Se ha hablado de su posible reforma para dejarla en el estado anterior a noviembre de 1918. Yo, humildemente, la prefiero en su estado actual. Como parece demostrado, ese remate en forma de cupulín, parecido al de otras torres de templos andaluces construidas en el siglo XVIII —compárese con los que culminan las torres de las catedrales de Málaga y Jaén—, no estaba comprendido en la construcción original, fue un añadido posterior, de dudosa oportunidad desde el punto de vista artístico. En lenguaje popular, digamos que no pega. Además, la altura y la apariencia de la torre actuales son las adecuadas.

Como este tema resulta polémico, porque existen partidarios de la recuperación de aquel añadido, volveremos sobre él más adelante.

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(Continuará).

 

Imágenes de la Fototeca Municipal y de la familia Palomino Muela.

 

Víctor Espuny.

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